La Jornada 8 de junio de 1996

CHAVEZ NOQUEADO; DECEPCION GENERAL

Carlos Hernández, enviado, Las Vegas, 7 de junio Terminó hoy la leyenda con el rostro sangrante y el alma partida.

Esta noche en el Caesars Palace se cumplió una vieja tradición boxística: el sacrificio y la caída del viejo ante el joven que hoy dejó de ser promesa y es ya una auténtica realidad.

Perdió Julio César Chávez sobre todo por una herida que sufrió en la ceja izquierda cuando ni siquiera había transcurrido un minuto de pelea, lo que le cubrió el rostro de sangre y lo dejó sin vista, naufragando a la deriva. Y entonces Oscar de la Hoya no tuvo piedad y con velocidad y puntería le quitó el título mundial superligero del Consejo Mundial de Boxeo, le arrebató la gloria y le lastimó el orgullo.


El rostro ensangrentado de Julio César Chávez. Foto: Ap

Sin embargo, además de la herida, Chávez también cayó porque el boxeo le cobró sus 16 años en el ring, por su piel que pareció de papel y por el empuje impetuoso de un Oscar de la Hoya que aprovechó su juventud, su mayor alcance, sus 10 años menos y que a base de golpes y de una contundente exhibición reclama el sitio que antes era del César.

Sí, hoy se cumplió la profecía: el joven le arrebata al veterano la gloria que de la misma forma él había arrebatado a otros, en un final decepcionante para el ilustre nombre de La Gloria Máxima.

Y en el epílogo, la imagen victoriosa de Oscar alzando los brazos y el rostro en sangre de Chávez, que hace pensar en el ocaso del peleador más exitoso en toda la historia del boxeo mexicano, que además de todo sufrió su primera derrota nocaut.

Quizá la historia pudo ser muy diferente de no llegar la herida en ese primer round. Quizá Julio debió posponer la pelea. Quizá...

Pero en el boxeo, como en la vida, los hechos son los que permanecen.

JC perdió por nocaut

Julio César Chávez perdió por nocaut técnico en el cuarto asalto, sufrió su segunda derrota, por 96 triunfos y un empate. En los números, según el propio peleador, estaba en su pelea 100.

Por su parte, Oscar demostró su apodo de Golden Boy, se mantiene invicto en 22 peleas y consiguió su nocaut 19. Suma así ya tres títulos en tres divisiones diferentes y se confirma como la figura del boxeo estadunidense. Algunos lo ubican ya como el sucesor de Sugar Ray Leonard.

Primer round y la debacle

Espectáculo tipo Hollywood en la arena al aire libre del Caesars Palace. Desfile de estrellas y figuras, en una lista interminable y un total de 16 mil aficionados.

Expectación, ambiente tenso. Son mayoría los fanáticos de Chávez, que reciben al medallista olímpico con más abucheos que palmas. Para el César, sólo aplausos y porras.

Sube Oscar con un short con las banderas estadunidense y mexicana. Sube Julio con calzoncillo blanco y vivos verdes y rojos. Por fin, frente a frente después de tantas palabras.

Pero antes del minuto empezó la caída del César. Eran los primeros segundos de estudio cuando De la Hoya lanzó un recto de derecha que apenas, apenitas, resbaló por la ceja izquierda del mexicano y le abrió una herida profunda y de 3 centímetros por donde se le fue el título y la victoria. La herida le tapó la vista y le cubrió el rostro de sangre, lo que ameritó la primera revisión del doctor Fly Homansky, quien dejó seguir la pelea.

Pero Chávez ya no se repuso. El público lo trató de animar, pero Oscar sólo le estiraba los brazos y lo nulificaba al mantenerlo muy lejos. Además, le lanzaba rápidos y potentes golpes al rostro que si bien Julio asimilaba, eran una muestra de quién era el dominador. Julio quiso, pero no pudo ni siquiera tocar al osado joven que había subido a retarlo. Desesperado, reta a Oscar, le dice ven y éste le responde con golpes al rostro.

Inicia el tercer round y Oscar se va al frente, le tapa las salidas al campeón y lo ataca con rectos y lo domina sin problemas. Julio sólo lanza un par de ganchos, pero está más preocupado en la cortada que en encontrar un camino al triunfo.

Todo domina De la Hoya.

El cuarto comienza bien para Chávez. Por primera vez en la pelea conecta a Oscar con un gancho de izquierda y parece calmarse y trata de acomodarse en el ring. Pero más tarda Julio en hacerlo que Oscar en ponerlo en su lugar: lo para en su sitio con un tremendo oper, lo hace tambalear y luego con una gran rapidez lo golpea de izquierda y derecha a la cabeza y el César ni siquiera ve venir los golpes.

Uno-dos, uno-dos inclemente sobre el campeón, que sólo atina a alzar los brazos pero ya está peleando una batalla perdida.

El réferi Joe Cortez ordena otra revisión y todo está terminado: no más a los 2 minutos y 37 segundos.

En las tarjetas los tres jueces eran realistas: Oscar había ganado los tres rounds.

Y Oscar repite una escena a la que ya se acostumbró: se va corriendo, sube a las cuerdas y alza los brazos.

Mientras, el rostro tinto en sangre, el alma partida, Julio se va a su esquina y uno piensa entonces en la frase aquella de el rey ha muerto, viva el rey.


Desde las 5 de la tarde, la pelea de Julio César Chávez se convirtió en el centro de atención en la ciudad de México para las más de 150 mil personas que pagaron entre 20 y 380 pesos por ver el combate, como si la tarde del viernes nadie trabajara y no hubiera crisis económica en la capital.

La emoción de la ``gloria máxima'', que representaría para los parroquianos que abarrotaron los más de sesenta sitios en donde se recibiría la señal, ni siquiera llegó, se esfumó de un golpe.

Manos crispadas, gritos, algunos ahogados por un llanto inmediato, inmenso, colectivo. ``Todos estamos derrotados'', el Angel quedara vacío, las bocinas de los coches no llamaran a euforia, los mariachis, cuando menos esta noche, callaron...

El gran encuentro finalizó en nocaut técnico, igual que la borrachera iniciada desde las 5 de la tarde en la Zona Rosa, el Frontón México y los deportivos Galeana, Azcapotzalco y Moctezuma.

Hasta la antepenúltima pelea todo era risas, después incredulidad.

El primer asalto fue una sorpresa, de la cual se repusieron cuando Chávez atacó un tanto repuesto del golpe que le abrió encima de la ceja. Pero al llegar el cuarto round, vasos, alegría y apoyo desaparecieron, la cortada de Julio César Chávez terminó con la naciente euforia y los gritos de apoyo.

Desde las cinco de la tarde los más de sesenta bares, restaurantes, discotecas y centros de diversión estaban abarrotados.

Los ``pobres'', llevaban sus tortas, refrescos y tacos sudados en bolsas, mientras en los sitios ``caros'' el whiski y el coñac, corrían por doquier.

Apurados todos querían entrar, incluso los que no habían comprado boleto, algunos ofrecían dinero, otros, como Mario Ochoa, empleado menor de la direccion Jurídica y de Gobierno de la delegación Gustavo A. Madero, hicieron gala de prepotencia.

En todos lugares se amontonaron sillas, se colocaron mesas de más, hubo sobrecupo, pero nadie protestaba, lo único que importaba era ver la pelea.

Los veinte o los 380 pesos de entrada que se pagaron no importaban, en los lugares para ``pobres'' sillas viejas de plástico sirvieron de butacas y hubo que conformarse con beber refrescos, mientras en los sitios ``caros'' poco importó que no respetaran las reservaciones, que casi los encimaran y el aroma de perfumes de marca se enviciara con el humo de miles de cigarrillos.

Nadie pensaba en la falta de ventilación, la gloria máxima estaba por empezar, aunque el consumo de alcohol en la mayoría de los lugares hubiera iniciado varias horas antes.

A la hora de la pelea esperada, la espectación llegó, las porras en favor de Chávez se repetían y cuando el himno nacional comenzó, todos dejaron a un lado botellas y vasos, apareció el nacionalismo vía satélite. El pero fue la cortada sobre la ceja, de la cual Chávez no se repuso nunca, igual que el estado anímico, ni la borrachera tampoco.

``Esto será revancha'', ``Julio es mejor, sólo fue un golpe de suerte'', ``ni madres, de la Hoya demostró que es mejor'', comentaron tres asistentes al Frontón México que habían consumido entre ocho personas tres botellas de whiski.

Enojados los dos primeros buscaron cobrar en su compañero de mesa la derrota del mexicano, sin embargo, no hubo pelea extra y los mariachis siguieron tocando como si nadie hubiera en el bar del Frontón México.

(Gustavo Castillo García)