Arnoldo Kraus
Violencia: una, dos... mil caras

Hay quien asevera que el ser humano se acostumbra, si no a todo, sí a la mayoría de las circunstancias. De hecho, para muchos, la mera cotidianidad es una dura prueba de adaptación que oscila entre la idea del presente como única seguridad y la noción de bregar y luchar con tal de sobrevivir. Y es que para la mayoría de los mexicanos la diferencia entre vida y supervivencia no es nítida. Cobran valor mis pensamientos cuando comparamos el modus vivendi de quienes poseemos la suerte de tener resuelta la cotidianidad contra la crudeza de los que viven ``la otra vida''. Reto a quienes critican el movimiento zapatista, a aquéllos que no comprenden las marchas de profesores, o al que llama delincuente a los hambrientos que se apropiaron del maíz transportado por un tren en Nuevo León, a pasar no una vida, sino unos días bajos sus condiciones y servicios. Las diferencias entre las realidades mexicanas son inconmensurables y los puentes que unían ambos mundos, han caído, arrastrando la esperanza, arrastrándonos. La era que heredamos, junto con los puentes quebrantados, es la de la violencia.

México fue en las últimas décadas ajeno a la violencia. Por fortuna no hemos padecido guerras ni luchas fratricidas ``abiertas''. En los discursos oficiales y en los salones de escuela repetimos hasta el cansancio ``el derecho al respeto ajeno es la paz''. Con esas palabras nos mentimos reiteradamente y creímos vacunar nuestro racismo hacia las comunidades indígenas. Falacia que funcionó hasta enero de 1994. La revuelta indígena no se limita a Chiapas: es y será parteaguas en la historia moderna de nuestra nación. Con ella no solamente el mito de la paz social, repetido ad nauseam, llegó a su fin, sino que otras muchas rudezas ocupan ahora nuestros días. Puede postularse que la violencia es contagiosa? En el caso México mi respuesta es afirmativa: en buena medida, la génesis de los enfrentamientos es idéntica.

El desempleo, la falta de oportunidades, los salarios insuficientes, la mucha riqueza de unos y la inmensa pobreza de otros, la nación empeñada, la insalubridad y la actual inestabilidad política son horno suficiente para que la desesperanza absoluta nos confronte. Nace la violencia: cuerpos destazados como reses distribuidos en bolsas, jovencita acuchillada a escasos metros de Los Pinos, Aguas Blancas, Morelos, sigue creciendo sin conocer fronteras. Somos víctimas todos: campesinos, industriales y policías también. He ahí el contagio, la Quimera: la violencia no distingue entre clase económica u oficio.

El periódico nos entera de todas las caras e invita a la reflexión y a la objetividad: muere en el Distrito Federal un policía cada ocho días y por lo menos un agente resulta herido con lesiones graves todos los días. Trabajan los granaderos cargando ocho kilogramos durante cuatro turnos semanales de 24 horas y reciben 2 mil 600 pesos al mes. Sus expectativas no son muy diferentes a las de la mayoría de sus connacionales ni distintos sus orígenes a los de los profesores golpeados.

No hay suficientes estadísticas para saber cuántos asaltantes mueren cada día. Ni sabemos cuántos lo hacen por ``naturaleza'' y quiénes por desesperación: tampoco son exactos los datos de ciudadanos vejados o muertos cada día. De cualquier forma, en el terreno de la violencia y la muerte, los números y las comparaciones sobran: no se trata de saber quién es mas vulnerable ni cuál grupo acude a más entierros. Lo cimental es que la agresión generalizada atemoriza sobremanera y es seguramente uno de los problemas principales de la nación.

Los discursos del gobierno para solicitar la comprensión de la población en espera de mejoras, aun cuando es imposible lo entiendan los hambrientos, llevan implícita al menos la idea de la esperanza. La violencia es inmune a los discursos: por fortuna, no han sugerido que la toleremos o que nos acostumbremos a ella. Regreso, siempre regreso, a la misma idea: las inequidades sociales y económicas son las génesis de la violencia. Si no logra el gobierno devolver a las mayorías las mínimas condiciones para tener una vida digna, no habrá solución.