Un poco al margen de sus temas habituales, en una de sus sesiones de ejercicio llamadas ``imaginación antropológica'', el coordinador de los estudiosos venidos de las profundidades galácticas para estudiar a las tribus académicas del istmo americano había escogido el de este encabezado.
Con gestos y mímica que en términos terrenos serían llamados ``de asco'', una de las estudiantes, asidua lectora de periódicos de todo el globo, enlistó lo que recordaba de días recientes: ``Las frecuentes aunque poco publicitadas situaciones de la carnicería humana misma: las horas de agonía causadas por imprecisión del disparo con que fueron ajusticiados en 1994 más de dos mil presos chinos por 68 delitos; la media docena de repeticiones del colgamiento del escritor nigeriano Saro-Wira en noviembre pasado (por cierto, ejecutado por oponerse al contubernio del gobierno dictatorial de su país con las trasnacionales petroleras); los 22 minutos durante los cuales los verdugos pincharon a comienzos de este año las diferentes partes del cuerpo de Richard Townes en Virginia hasta encontrar una vena idónea para la aplicación de la inyección legal-letal...''
Después de conminar a la colega a no seguir con estas cuestiones que parecerían reducir el problema de la pena de muerte a algo técnico, uno de los más avanzados del grupo empezó a exponer otro nivel de ineptitud relativa a la pena de muerte:
``Los funcionarios gubernamentales son pagados con los impuestos de los ciudadanos para hacer comprender leyes y reglamentos, para exigir y vigilar su cumplimiento, para proteger vida y salud, derechos y propiedades de las personas, para identificar y apresar criminales. ¿Qué decir cuando éstos no cumplen con su cometido? ¿Cuando peritos, ministerios públicos y jueces no disponen de las cualidades y conocimientos necesarios? ¿Cuando los responsables de la formación de abogados, policías y celadores no los preparan adecuadamente para su trabajo? ¿Cuando trabajadora/es sociales, directora/es de cárceles, periodistas especializados e investigadores universitarios transmiten y difunden información errónea (suponiendo aquí, como en todos los demás ejemplos mencionados, que actúan así porque no pueden hacerlo de otro modo y no porque no quieren, no porque se benefician personalmente de su mala actuación)?
``¿Qué hacer cuando estos y otros servidores públicos electos o nombrados, federales o estatales empiezan a clamar por la (re)implantación de la pena más brutal y embrutecedora de todas? ¿Cuando, incapaces de cumplir con su encargo, exigen la liquidación física y definitiva de quienes infringen ciertas leyes? y como se ha visto en muchas ocasiones, tales funcionarios son propensos a incluir la crítica de ellos entre los delitos graves que merecen este pena...''.
``Pero aquí ya aparece otro nivel más --le interrumpió otra de las participantes en la sesión. Hace unos cinco siglos, un importante analista social (conocido después como San Tomás Moro) dictaminó que ``no hay castigo bastante eficaz para apartar del latrocinio a los que no tienen otro medio de procurarse el sustento'' y comparó a quienes promueven los castigos crueles con ``esos malos maestros que, mejor que enseñarlos, prefieren azotar a sus discípulos''... Cierto que eliminar la miseria material y espiritual en amplias capas de la población no bastará para frenar los atracos cada vez más frecuentes en calles y hogares, para acabar con la industria de los secuestros, para secar las fuentes del narcodinero que corroe conciencias e instituciones. Pero, ¿no tendrá que ver con la ineptitud observada en muchos países del planeta azul para organizar y dirigir los asuntos públicos?
``Imaginemos un país de terrícolas donde no es el precio del dólar sino de la hora trabajada lo que habla de la estabilidad de la economía. Donde el diagnóstico de ésta no se basa tanto en abstractos indicadores macroeconómicos, sino ante todo en la sensación de bienestar en las familias. Donde a parlamentarios y planificadores, funcionarios y políticos no les echa a perder el desayuno una mala noticia referente a la baja de los índices bursátiles, sino relativa al aumento del costo de la canasta básica. Donde al final de la jornada el entusiasmo no se enciende por la tasa de interés de los depósitos bancarios, sino por el número de empleos creados...''.