La reciente circulación de un rumor según el cual el presidente Ernesto Zedillo presentaría su renuncia después del 1o. de diciembre, para de esa manera evitar elecciones anticipadas, ha pasado de las pláticas de café o cantina, a los diarios, y ahora se puede rastrear lo mismo en columnas que en desmentidos de dirigentes empresariales o editoriales firmados allende nuestras fronteras. Aquí no se trata, por supuesto, de hacer eco de la especie y discutir las condiciones necesarias que harían viable semejante rumor, pero sí de llamar la atención sobre el hecho mismo. Es decir, más allá de la escasa viabilidad de la operación, habría que subrayar la existencia de un campo de cultivo fértil para la propagación de ese tipo de rumores: una sociedad cuya visión de futuro se ha distorsionado a tal grado que puede aceptar y dar como buena casi cualquier imagen que se proponga.
Acaso aquí reside el verdadero problema. Tampoco se trata de minimizar las buenas noticias que por supuesto las ha habido, sino de admitir que éstas no han alcanzado a configurar un horizonte cierto, ni a contrarrestar el escepticismo. Las percepciones sobre la posibilidad de nuevos y más profundos desarreglos parecen privar por sobre la construcción de un rumbo claro. Los grados de aceptación de la figura presidencial son un buen indicador de las dificultades que existen para desplegar un proyecto aceptado. Así, si bien al rumor de la renuncia se le pueden conceder poquísimas posibilidades de concreción, es indicativo del desajuste con que se puede mirar al futuro.
La colección de profecías que con el tiempo se han dado como válidas y cuya incidencia es por lo menos complicada, no es privativa de la figura presidencial. Con fuerza, sobre todo a partir de los éxitos del PAN el año pasado, se instaló la idea de que el blanquiazul ganará los comicios de 1997. Dicha condena parte de la base de que lo que crecerá no serán tanto las adhesiones al PAN cuanto los rechazos al PRI. Crecimiento en negativo. Sería distinto que se dijera que con la economía en auge, un PRI compitiendo en claves democráticas y una opción de izquierda fortalecida, el PAN ganaría de todas maneras. De nuevo, más allá de que un análisis cuidadoso de los resultados electorales podrían desmentir la profecía, o al menos relativizarla, el punto es una visión de futuro cargada de escepticismo.
El llamado presidencial a vencer al pesimismo se debería hacer cargo de percepciones cuyo origen, desde luego, no es exclusivo de agoreros o profesionales del rumor. Hasta ahora hemos sido testigos más de las dificultades y tropiezos que conoce el despliegue de su proyecto de nación, que de los logros y frutos que dicho proyecto empieza a cosechar. La sospecha es que tras el pesimismo que critica Zedillo no sólo hay mala leche, sino datos que dificultan mirar los arreglos como tales y evidencias de que las buenas noticias económicas tardarán en llegar a los bolsillos.
Ciertamente ha habido avances importantes: muchos conflictos se conducen por la vía institucional, y aparecen algunas señales de reactivación, pero también son muchos los problemas que se acumulan sin conocer solución, y en todo caso utilizar el argumento de que las cosas podrían ser peores (posibilidad que casi por definición siempre existe) no parece el mejor alegato para sumar adhesiones. No es, sobre todo, un discurso que consiga proponer una sólida visión de futuro para contrarrestar las profecías que circulan. Las distorsiones respecto al futuro no se deben sólo a que no haya disposición a sumarse a un horizonte que clarifique, sino también, y de manera destacada, a que dicho horizonte no aparece con la claridad requerida. Ojalá los rumores y profecías no terminen por sustituir el análisis, ojalá no terminen por cumplirse.