EL VIRAJE CHECO

Incluso en la República Checa, donde la economía crece al 4 por ciento anual, los electores, sobre todo los de las zonas industriales, dijeron no a la política neoliberal de choque. Como en Polonia, como en Hungría, como en otros países de la Europa oriental antes dominada por la ex Unión Soviética, o como podría suceder dentro de poco en la misma Rusia, los alumnos llenos de celo de Margaret Thatcher y de la escuela de Chicago, pierden, y de mala manera, cuando deben someterse al voto de sus conciudadanos.

No es que en esos países predomine la nostalgia por el pasado. Por el contrario, los comunistas checos (que han mantenido su nombre, a diferencia de sus congéneres de otros países, quienes ahora se llaman socialistas o socialistas democráticos) son minoría, aunque ganaron votos. Además, no tienen ya un partido monolítico sino una formación plural en la que hay de todo, desde viejos estalinistas hasta comunistas reformadores (a pesar de que una parte de éstos han formado otra agrupación), pero unidos por su rechazo al Tratado de Maastricht y al neoliberalismo.

Lo que explica la derrota casi el derrumbe de la derecha es, simplemente, que los checos, como antes los polacos, no se oponen por principio a las privatizaciones sino que defienden la acción estatal en las áreas estratégicas de la economía, pero principalmente en los sectores de la educación, la salud y la vivienda; no aceptan desmantelar ni las cooperativas ni el Estado del bienestar social; no quieren que el empleo y los salarios queden a merced del mercado y no ven con buenos ojos la ``colonización'' por el capital extranjero, sobre todo alemán, que no ha traído riqueza y civilización, como prometía. La derecha privatizadora tiene así, en las urnas, una oposición más cercana a la protesta de los franceses contra la política social del gobierno de Chirac, que a los nostálgicos de los tiempos definitivamente superados del ex Pacto de Varsovia.

En la rica República Checa, en Bohemia y Moravia, donde la desocupación no pasa del 4 por ciento, los electores han votado, como en sus países vecinos más pobres, por un socialismo con mercado y política social y por gente que, en el régimen estalinista, había sido opositora dentro de la izquierda. Los socialdemócratas cuadruplicaron sus votos porque ganaron sufragios en la parte social del bloque gubernamental (los cristianos demócratas) y también una parte de los votos de los comunistas reformadores. Ahora podrían, si no inmediatamente, al menos a corto plazo, formar un bloque con aquéllos, arrancándoselos a la coalición derechista que ganó pero que no tiene mayoría parlamentaria, y formar gobierno con la abstención o el apoyo benévolo, desde afuera, de los comunistas. Hay que recordar al respecto que el partido socialista checo, históricamente, no sólo era de izquierda sino que también ha contado con una fuerza equivalente a la de los comunistas, con los cuales se fusionó de buen grado al terminar la guerra, perdiendo su independencia pero sin desaparecer.

Esta victoria de la izquierda moderada, y la imposibilidad de que la derecha neoliberal se afirme en el poder, muy probablemente influirán en las elecciones rusas, pues si la economía thatcheriana y las recetas de los Chicago boys fracasaron en Praga, en un país con tradiciones capitalistas y desarrollo industrial propios, es de suponer que no serán muy populares en Moscú, San Petersburgo o Vladivostok.

El rechazo electoral a las propuestas económicas dominantes en Occidente no carece de implicaciones geopolíticas, y la extensión de la unidad europea y de la misma Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) a los países de Europa oriental no será tan fácil como se decía. Quienes parecían destinados a ser una colonia de Occidente, ahora establecen reglas, fijan límites, defienden conquistas mientras se politizan y se ejercitan en la democracia parlamentaria. El poscomunismo no puede ser, en los países de Europa oriental, sinónimo de neoliberalismo. Confusamente se están buscando nuevas vías que puedan unir el realismo económico y la democracia, la justicia social y la defensa de las tradiciones nacionales y populares. La misma situación de los socialdemócratas checos que, como el Olivo en Italia, se niega a formar gobierno con los comunistas pero depende de ellos y es controlado por esa oposición de izquierda, lejos de obstaculizar este proceso podría ayudar a desarrollarlo.