Elena Poniatowska
Trece libros del Centro de Ecología y Desarrollo

(primera parte)

México es uno de los países con mayor diversidad biológica de especies animales y vegetales. Sólo algunos ejemplos lo demuestran: ocupamos el primer lugar en diversidad de reptiles; el segundo lugar en diversidad de mamíferos; el cuarto lugar en anfibios. En la actualidad en nuestro país habita el 10 por ciento del número total de especies del planeta, y muchas de éstas son endémicas, es decir que sólo existen en México.

Quizá esto explica algunos eventos extraordinarios de migración de animales que escogen nuestro territorio para huir de las adversidades de otros climas. Es el caso de las ballenas que llegan cada año al mar de Cortés o las mariposas monarca que emigran desde Canadá hasta los bosques de Michoacán y del estado de México para hibernar, aparearse y reproducirse. Contrario a lo que se piensa, las mariposas no llegan todos los años al mismo lugar, lo que representa un grave problema para su protección y para la delimitación del área que forma la reserva. Gonzalo Chapela y David Barkin en su libro Monarcas y campesinos nos explican además que la mayor parte de la población de la región no está incorporada a los programas de protección de la reserva, e incluso se ve excluida de la posibilidad de explotar productivamente los bosques del área, ya que está declarada zona de veda.

Michoacán es, además, uno de los estados con mayor tradición en la producción forestal. Sin embargo, en ese estado como en el resto del país, la zona de bosque empieza ahí donde termina el área agrícola. Se calcula que anualmente se destruyen 300 mil hectáreas de bosque y selvas y se ignora con frecuencia que 20 millones de mexicanos usan leña para satisfacer algunas necesidades en su hogar. Estas pérdidas (por incendios, por ampliación de la frontera agrícola o por explotación irracional) han puesto en peligro de extinción a mil 200 especies conocidas de plantas y a mil 66 especies de vertebrados. Además, la pérdida de bosques es preocupante porque su ausencia contribuye a la degradación de los suelos (el 80 por ciento de los suelos del país está erosionado) y a la alteración del ciclo hidrológico.

Las consecuencias las vemos escandalosamente anunciadas en los periódicos: este año, por las sequías, se dejarán de sembrar 650 mil hectáreas en los distritos de riego, es decir el 20 por ciento de la superficie de gran irrigación; 2 millones de agricultores se han visto afectados y al menos 150 mil jornaleros se han quedado sin trabajo. Pero, quién nos ha podido decir con certeza si las sequías de los últimos tres años son parte de un momento adverso de los ciclos de la naturaleza; si se debe al calentamiento global al que todos contribuimos; o si a estas razones se suma (o no) la ineptitud del gobierno para administrar los recursos naturales con los que contamos?Si el agua ha sido siempre un recurso en conflicto, en los últimos años se ha politizado y los conflictos se han polarizado enfrentando a individuos, estados y países. Recordemos el reciente pleito entre los agricultores de Tamaulipas que exigían agua para sus cultivos y los ciudadanos de Nuevo León, que daban prioridad al suministro de agua para consumo humano.

Hasta hora hemos hablado de las zonas donde el agua es escasa. Pero el problema del agua no es sólo un asunto de cantidad, aunque los ingenieros se sigan empeñando en construir presas y otra infraestructura sin considerar los efectos ecológicos o sociales que esto implica. Alejandro Toledo se refiere a este tema en sus dos libros Geopolítica y desarrollo del Istmo de Tehuantepec y Riqueza y pobreza en la Costa de Chiapas y Oaxaca, cuando describe el proceso de desarrollo regional que sufrió la cuenca del Papaloapan cuando construyeron la presa Cerro de Oro: sin consultar a la población indígena local, formada por mazatecos, mixes y chinantecos, se les expropiaron sus terrenos y se les reubicó en verdaderos ghettos. Las consecuencias culturales jamás fueron previstas, ya que mezclaron en algunas comunidades a grupos étnicos tradicionalmente enemigos, y se alteraron las dinámicas sociales ancestrales. A esto tendríamos que añadir que la población, tradicionalmente agrícola, fue ubicada en una zona boscosa, pero dado que no existían las condiciones elementales para la explotación forestal, se cambió el uso del suelo hacia la agricultura.

También Iván Restrepo y sus colaboradores explican en su libro Desarrollo sustentable en el Golfo y Caribe de México cómo en la zona tropical del Golfo y del Caribe se han drenado humedales (de una riqueza biológica impresionante) para aumentar la frontera agrícola en nombre del desarrollo rural. ``La selva tropical ha sido el enemigo a vencer, según el modelo de desarrollo establecido a partir de la década de los 40". Toledo recurre a la nostalgia: ``La Mesopotamia, los Valles del Nilo, del Ganges y del Mekong, y las tierras bajas del sureste de México, propiciaron el surgimiento de las cinco o seis culturas realmente originales creadas por el ser humano''. Ahora, la región idílica del sureste mexicano es el paraíso de Pemex.

La riqueza natural y cultural del sureste es también su mayor desgracia: no es casual (ni lógico) que en la región donde existe una mayor población indígena y los mayores recursos naturales, sea también la región más pobre (y descontenta) del país. Tampoco es extraño encontrar a las grandes empresas trasnacionales de producción platanera establecidas en la zona fronteriza del río Suchiate con sus grandes despliegues tecnológicos. La frontera sur del país, a diferencia de la norte, es meramente política pues con Guatemala compartimos la cultura, la raza y el paisaje, como lo afirma Margarita Nolasco en Migración indígena a las fronteras nacionales. Sin embargo, al igual que los mojados mexicanos, cientos de guatemaltecos cruzan diariamente el río en busca de trabajo y tienen que enfrentarse a las hostilidades de las autoridades migratorias mexicanas. Dos caras de una misma moneda. Virginia Molina Ludy en Los mayas y los recursos de la frontera en México y Salomón Nahmad, Alvaro González y Marco A. Vásquez en el libro Medio ambiente y tecnologías indígenas en el sur de Oaxaca proponen que los grupos indígenas del sur del país busquen recuperar las posibilidades tecnológicas alternativas y adecuadas a sus necesidades, para hacer frente a los grandes contrastes de la región.

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