Le dijeron a Valdovinos que iba a nacer, que se fuera preparando. El siempre decía que no, que le dieran tiempo, no se sentía listo, o aguardaba el momento más propicio. Puros pretextos, pero se las arreglaba para convencer a los inspectores que le transmitían los reiterados emplazamientos de la oficina central del Limbo. Ya naz, ya empieza, le insistían. No ha llegado mi hora, se defendía, como si se creyera importante o tuviera influencias allá arriba.
Ni siquiera un tal Mesías, que llegó recomendadísimo por el mero mero, por cierto que con algunas irregularidades de procedimiento, se entretuvo más de nueve meses.
Qué iba a tener palancas Valdovinos. Pero el Limbo es una institución laxa y complaciente. Como nadie ha adquirido responsabilidades, las dilaciones de Valdovinos podían pasar inadvertidas.
En una auditoría que la Administración celestial practicara en el Limbo, los escribanos descubrieron el expediente rezagado de Valdovinos, cubierto de resellos; se informaron que tanto nonatos como encargados le habían tomado aprecio a Valdovinos, y por eso no lo delataban.
Un veterano. Un fósil. Varias generaciones de Valdovinos lo habían esperado, en medio de cíclicas bonanzas y vacas flacas, durante un par de siglos, desde cuando la chosna Matilde se quedó pasmada de embarazo cuando la Guerra de Independencia. Y el causante del contratiempo seguía tan tranquilo, en la antesala, dejándose mimar.
Era el prospecto más antiguo del Limbo. La Administración decidió apresurarlo, y le envió en un sobre blanco la orden fulminante: ``Valdovinos, naz'', decía el mensaje.
Viendo impostergable, ahora sí, su partida, todavía se ingenió un contrato. Se puso sus moños, condicionando la aquiescencia. Bien sabía que no le quedaba de otra, el Limbo no es permanente para nadie. Por qué iba a serlo para Valdovinos? Hay que reconocer que sí se había colgado.
El documento o contrato o como se llame se llamaba Condiciones para nacer. Incluía cláusulas impropias de alguien que apenas va a nacer: ``que las piedras sean antiguas'', ``que no me canse'', ``que no necesite llorar de tristeza''. Como si un vil novato supiera algo de piedras, cansancio y lágrimas. De dónde sacaba tan precoces ideas?En la historia del Limbo no se recordaban Condiciones como esas. El tipo, antes de ser siquiera tipo, ya quería ser feliz, y con garantía!``Se necesita temperatura'', continuaba. ``Poca. Y cada mañana los colores innumerables que permita la portentosa risa del sol. Porque eso sí, sin sol y portentos no hay trato. Para vidas nubladas, mejor me quedo en el Limbo. Siquiera no hace falta decir nada, y lo atienden a uno como si fuera sanatorio''.
El problema para la Intendencia General es que Valdovinos, en su carácter de remiso, había notado ya ciertas cosas del funcionamiento del Limbo, sospechaba que aquello era una clínica de recuperación. Que la humanidad es reciclable y los reencarnacionistas tenían la razón. Para colmo, andaba organizando un sindicato de No Nacidos.
``Bueno, que la temperatura no sea tan poca'', decía también el documento. ``Que aumente al paso del día, y que repentinas brisas den tregua segundos antes de desearla. Que las frescuras se anticipen tantito al momento de necesitarlas''.
Cuánta no sería la urgencia por deshacerse de él que en pocos días recibió de vuelta el peregrino documento, con el Vo.Bo. y la firma del intendente y el cajero, el boleto de ida (que es lo único que pone el Limbo a la hora del viaje) y un memo escueto y desesperado: ``Valdovinos, haga lo que quiera, sea feliz, si eso lo hace feliz, pero haga el favor de nacer''. Y una aclaración: ``De sus condiciones, algunas no competen a nuestra jurisdicción, pero ya solicitamos las autorizaciones y dispensas conducentes. Confíe en nosotros''. De puño y letra del señor Intendente, al calce, una última línea: ``Por Dios, váyase''.
Valdovinos recogió del almacén su rostro, sus vísceras, su cabeza definitiva y el resto de pertenencias físicas, y se despidió de todos con sentimientos encontrados.
``Ni modo, a ser alguien'', fue lo último que dijo en el Limbo.