León Bendesky
El tren de San Nicolás

Al parecer es común el robo a los trenes en el municipio de San Nicolás de los Garza en el estado de Nuevo León. Hay grupos que los detienen para hacerse de la chatarra que va a las laminadoras de esa zona. Pero ahora buena parte de la comunidad participó en la detención de un tren cargado de maíz para robar el grano y comer. Así de simple parece el hecho, según se desprende de las crónicas periodísticas. Así de complejo puede ser también esta expresión del deterioro de la situación social, que hasta ahora surge como un acontecimiento aislado.

En México solemos creer que todos los movimientos, los de protesta contra el poder o los que lo apoyan, están controlados por alguien que manipula a personas y grupos y los lanza como avanzada para alcanzar sus propios intereses. No tenemos muy clara la imagen del líder, desconfiamos que alguien pueda tener esa capacidad o bien que la ejerza para alcanzar un beneficio más general. Esto ocurre ya se trate de un conflicto como el de Chiapas, las protestas de los maestros, la reforma económica o la cada vez más burda práctica del voto de mayoriteo del PRI en el Congreso. Tal vez ésa sea una parte de la definición de nuestro sistema político, el que esté dominado por la manipulación más que por el liderazgo, peor para nosotros.

Pero ahora parece que nos tendremos que enfrentar a otra figura de la acción social: la espontaneidad. En ella destacan otras características que impiden contraponer a la protesta los mismos mecanismos de control o reacción que pueden emplearse frente a la manipulación. La protesta espontánea puede no tener las dimensiones y las consecuencias de las protestas en la calle de decenas de miles de maestros organizada por sus secciones sindicales, pero expresa una forma de descontento no menos real. Desde el punto de vista legal robar, aunque sea para comer, es un delito y hasta se persigue de oficio. Desde una perspectiva social es una manifestación del grado de descomposición de la calidad de la vida y de la destrucción de las oportunidades de tener un trabajo remunerado. Es por ello que se ha planteado que la crisis hoy en México está rebasando rápidamente los terrenos de lo económico y lo político en los que se pretende contenerla y está, en cambio, manifestándose cada vez más como una crisis moral. En este ámbito entra la creciente inseguridad producto de la delincuencia y sus expresiones de saña y también el robo de maíz ``para tener tortillas'', mientras que desde el gobierno hay una incapacidad de tener una política bien establecida de subsidios y se anuncia que se va apenas a crear el mecanismo para auditar la manera como se aplican en las harineras y molinos. Se requiere del Estado una mayor eficacia en sus responsabilidades.

Los recientes actos de protesta en el país, organizados unos y espontáneos otros, llevan de nuevo a debate el problema central de la política de ajuste que se aplica a la economía. La creación de empleos y la generación de ingresos es esencial para enfrentar el creciente empobrecimiento de la población y crear el marco de expectativas necesario para dirigir al país hacia un proyecto comprensible. Las cifras del desempleo abierto se han duplicado en los últimos años en México, y aunque esta medición sea técnicamente correcta no representa, sin embargo, la situación de la mayoría de las personas en edad de trabajar (la población económicamente activa). El asunto no radica en el desempleo abierto que expresa el estado de la fuerza de trabajo a partir de un mínimo de horas de labor por semana; no es lo mismo estar ocupado aunque se obtenga algún ingreso que tener un trabajo. La mayor parte de los que trabajan en este país lo hacen de manera parcial, intermitente y con bajísimas remuneraciones. Mientras no se tomen estas características del mercado de trabajo como aquéllas que determinan la condición social de millones de mexicanos, estaremos dándole la vuelta al problema.

El programa de ajuste sigue privilegiando los mecanismos de la estabilidad macroeconómica como forma de recrear las condiciones de crecimiento. Es cierto que la estabilidad es necesaria, habrá alguien que lo niegue, o los ideólogos del libre mercado siguen fabricándose enemigos para justificar su causa? Pero podemos caer nuevamente en el espejismo de las virtudes del desempeño macroeconómico sin que haya una correspondiente mejoría en el funcionamiento de la mayoría de las empresas y en el bienestar de los que trabajan (llamémosle el ``efecto Aspe''). Es cierto también que el objetivo final del programa de ajuste puede ser positivo, pero llevamos casi doce años en que la política económica piensa en el punto de llegada y no parece poner suficiente atención en la trayectoria. Es en esa ruta hacia el fin deseado de la modernización y la reforma de la economía en la que ocurren los robos a los trenes de comida y en la que generaciones de mexicanos están quedando en el camino. No es claro hoy para nadie cuándo se llega a la meta, y menos aún en qué condiciones. El peligro es que al parecer van a sobrar muchos mexicanos para poder llegar al modelo de país que se propone.