El otro día, un amigo mío priísta, se preguntaba cómo podría su partido recuperar la confianza y el respeto de la ciudadanía de cara a las elecciones federales de 1997. Yo le dije que intentar recurrir a los medios de control o cooptación tradicionales estaría destinado al fracaso y sería contraproducente por la naturaleza demandante y plural de la sociedad mexicana actual.
Por eso, creo que la única posibilidad de que el PRI vuelva a recuperar el respeto de gran parte de los ciudadanos, será asumiendo la defensa y la promoción de los anhelos más profundos de los mexicanos de hoy en día, principalmente tres: contar con lo suficiente para vivir y desarrollarse dignamente; sentir orgullo de sí mismos, y poder participar en la toma de decisiones que atañen a la colectividad. En otras palabras: justicia social, nacionalismo y democracia.
1. Durante medio siglo, la justicia social fue una de las principales banderas de los gobiernos revolucionarios, los cuales utilizaban las facultades rectoras de la economía que la constitución otorgaba al Estado para fomentar crecimiento, empleo, mejor distribución de la riqueza y para favorecer el acceso de los mexicanos a la educación, vivienda, salud, etcétera. Hace más de una década, los gobiernos priístas abandonaron todo esto y asumieron una política económica contraria a los intereses de los mexicanos, basada en la recesión voluntaria, en la concentración del ingreso y desmanteladora del patrimonio del Estado. Con ello cancelaron las oportunidades de millones de personas para tener una vida digna.
2. Los mexicanos nunca hemos padecido un nacionalismo expansivo, sino una forma benigna de apego a la nación y a su unidad, de orgullo por nuestra cultura e independencia. Al asumir este nacionalismo los gobiernos postrevolucionarios implantaron políticas defensivas, mesuradas y astutas que permitieron a México defender sus riquezas naturales y manejar con dignidad ciertos temas vitales como las relaciones exteriores, el manejo de la deuda pública y la inversión extranjera, el comercio exterior, el intercambio cultural, etcétera. Pero desde mediados de los ochentas, las élites mexicanas cambiaron el proyecto de desarrollo autónomo por un afán enfermizo de integración ``a como dé lugar'' a la economía mundial. Llegaron a la conclusión de que sólo la inspiración, la imitación y hasta la sumisión a Estados Unidos eran las únicas formas de resolver nuestros problemas. Por ende, si el PRI quiere recuperar el respeto de los mexicanos, deberá retomar la bandera del nacionalismo y la defensa de la soberanía nacional.3. La estructura del sistema político priista nunca ha sido democrática. Pero no ha habido sexenio en que el PRI y el gobierno no hayan prometido democracia. Hasta hoy, nunca han cumplido su promesa. Actualmente se encuentra en marcha la enésima reforma política promovida en las últimas décadas. El presidente Zedillo y el PRI han afirmado que esta vez sí será ``radical y definitiva''. Inexplicablemente, a más de año y medio del inicio del actual sexenio, la reforma no ha avanzado debido a la extraordinaria lentitud mostrada por el gobierno, por el PRI, y también por la oposición. Las fuerzas políticas, afanadas en sus luchas por el poder, parecen no tener prisa mientras la sociedad mexicana, que está dando grandes muestras de madurez democrática, espera impaciente, expectante e irritada.Si el PRI quiere reincorporar a la sociedad y no verse rebasado por ella, debe convertirse en el abanderado de la democracia, sacar adelante en las próximas semanas una reforma radical, convertirse en vanguardia e ir más allá de las demandas sociales y de los partidos de oposición. Para lograr eso, tendrá que pasar previamente por un proceso de cambio interno. Una verdadera refundación que acabe con su organización autoritaria, lo haga una organización democrática y participativa, separada del gobierno y capaz de presionar a los gobernantes emanados de su seno a reformar las banderas de la justicia social y del nacionalismo que fueron olvidando. En pocas palabras: dejar de ser lo que hasta ahora ha sido.La nación espera con interés la realización en los próximos meses de la XVII Asamblea Nacional del PRI. Más que los términos en que será convocada, interesa la forma en que será organizada. Si de nuevo se da una asamblea cupular y controlada, será un pésimo síntoma de la posibilidad de que el PRI cambie y de que origine un cambio en México. Si por el contrario, se organiza dando curso a la verdadera militancia, si los delegados son libremente elegidos por el pueblo priísta en asambleas abiertas, si se toman acuerdos para permitir la competencia interna y la democracia en la selección de candidatos, entonces el PRI podría tener esperanzas de volver a ganar el respeto de segmentos de la población que antaño le tuvieron confianza.
Podrá el PRI hacerlo? A muchos se les antoja difícil, hasta imposible. Sin embargo, habrá que darle el beneficio de la duda.