Carlos Bonfil
Días extraños

Lenny Nero no vive su propia vida, trafica con segmentos de vidas ajenas y con los restos de la suya. Lenny (Ralph Fiennes), ex policía de la ciudad de Los Angeles, posee un aparato electrónico llamado Squid (dispositivo superconductor de interferencias cuánticas). El squid se ajusta sobre la cabeza como un gorro arácnido, se disimula bajo una peluca, y permite grabar en un diskette lo que su usuario ve, oye y siente desde sus experiencias más placenteras hasta las más desagradables. Dichas sensaciones se pueden además transmitir de un squid a otro. Durante la duración del video así grabado, el discapacitado físico puede recobrar la sensación del uso de sus piernas, el impotente experimentar un orgasmo, el pusilánime satisfacer un impulso criminal; se pueden vivir sensaciones del sexo opuesto, revivir las de una edad más temprana o anticipar las de la vejez. El squid es el equivalente del casco de realidad virtual, aunque la policía lo utiliza como prolongación del antiguo micrófono disimulado en el cuerpo.

Lenny Nero paga a delincuentes para que graben sus fechorías, luego vende el material en diskettes a clientes ansiosos de emociones fuertes. Es el tráfico del video como estupefaciente, el goce de la violencia en su versión más realista, la comercialización del snuff movie y de la pornografía instantánea. Accidentalmente, Lenny llega a poseer un diskette en el que se revela un crimen, la ejecución de un cantante de rap negro. Un material incandescente en una ciudad asolada por disturbios raciales y en una época inevitablemente apocalíptica: Los Angeles en los dos últimos días de 1999. Días extraños, en efecto.

Con guión de Jay Cocks y James Cameron (Terminator 2; Mentiras verdaderas) y dirección de Kathryn Bigelow (Al caer la oscuridad; Acero azul), Días extraños es una mezcla de ciencia ficción, drama sentimental y comic fantástico. Hay alarde de efectos especiales, tomas aéreas vertiginosas, simulación del video casero en tomas subjetivas del squid el punto de vista de la esquizofrenia. En el aparatoso tecnothriller de Bigelow, el ritmo nervioso y acelerado describe, mejor que las peripecias de la trama, la sensación de pasar de un milenio a otro mediante un gran salto sobre el vacío. Un personaje comenta cínicamente: A qué horas comienza el nuevo siglo? A la medianoche de Estados Unidos, de Asia, de Europa? Qué horario le sirve a Dios para orientarse?El tecnothriller fabrica su suspenso en oposición a las fórmulas tradicionales del cine negro. En lugar de callejuelas vacías y sombrías, una muchedumbre enardecida en grandes espacios luminosos donde en cualquier instante puede estallar la revuelta urbana. Es Calles de fuego, de Walter Hill, con una insinuación del Spike Lee de Closkers. Es también la inversión total de estereotipos de género: ``Mace'' Mason (Angela Bassett) protege y defiende, con destreza absoluta en artes marciales, a un Lenny Nero tierno y vulnerable, enamorado de una joven cantante totalmente insustancial, remedo inexpresivo de Marianne Faithfull (Juliette Lewis en un miscast sólo comparable al de su papel en Asesinos por naturaleza). Desde Acero azul (estupenda Jamie Lee Curtis), Bigelow ha demostrado su talento en el manejo de escenas de acción estelarizadas por mujeres. En Días extraños la confusión de roles, Bassett/Fiennes en actitudes casi intercambiables, agiliza el juego dramático y destierra algunos clichés del thriller rutinario.

Después de abordar de manera notable temas de la violencia sexual y del fetichismo visual (antecedentes serían Peeping Tom Powell, 60, y Henry, retrato de un asesino serial McNaughton, 90), sorprende la banalidad del desenlace, el llamado a la reconciliación universal en medio de llamas purificadoras. Qué caso tiene evocar disturbios raciales y violencia urbana, hacer una referencia tan directa al caso Rodney King y a las posibilidades de denuncia del video, cuando a fin de cuentas deberá triunfar un ideal de integración armoniosa, con pareja interracial y villanos castigados? En el apocalipsis urbano hay espacio para un elogio de la justicia estadunidense. Es curioso ver en Kathryn Bigelow la manera en que la audacia expresiva se acomoda sin problemas con el discurso de la moral dominante. Neofeminismo del tercer milenio?