Acuatro cuadras de la Plaza Mayor se encuentra la Plaza de Loreto, sin duda una de las más bellas de la ciudad y del mundo. Esta plaza tuvo su origen en la época colonial y fue asiento de importantes instituciones por lo que guarda gran interés histórico.
Ahí construyeron los jesuitas a mediados del siglo XVI el Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo y el de San Gregorio; este último dio en ese entonces el apelativo a la plaza, mismo que se conservó hasta principios del siglo XVIII.
Posteriormente, en el lado este de la plaza se construyó el convento de Santa Teresa; la santa derrocó a su colega y rebautizó el sitio con su nombre; así permaneció durante un siglo hasta que llegó otra santa con más ``palanca'': Nuestra Señora de Loreto, a la cual le edificaron suntuosa iglesia y, a partir de esa fecha, se llamó Plaza de Loreto.
Esta delicia de plaza trae reminiscencias europeas, con lindos jardines y al centro una fuente neoclásica diseñada por Lorenzo de la Hidalga, que originalmente estuvo en el Paseo de Bucareli, en el sitio que hoy ocupa el Reloj Chino. La fuente en sí es una belleza que no hay que perderse, con su brocal de cantera y un surtidor que se forma mediante un pilar de la misma piedra, sostiene un magnifico tazón de bronce ornamentado con relieves y mascarones que remata con una pingorota de piedra.
Pero todavía faltan muchas maravillas, entre otras, la que da el nombre a la plaza: el templo de Nuestra Señora de Loreto. Esta iglesia única se caracteriza por la pureza de líneas y el empleo de elementos clásicos. Constituye un ejemplo notable del neoclásico mexicano. Consta de una nave de dos tramos y un crucero del que salen cuatro capillas que rematan en un ábside rectangular. El diseño se atribuye a Manuel Tolsá. Desde la plaza la vista es imponente, con su enorme cúpula, las elegantes pilastras estriadas que flanquean el portón y un bello relieve central de mármol blanco, con la imagen de la Virgen de Loreto. Si no fuera por los campanarios, bien podría ser un templo griego.
Otra belleza que adorna la plaza es la iglesia de Santa Teresa la Nueva. A fines del siglo XVII, doña Manuela Molina, hija de un acaudalado comerciante, decidió tomar el hábito carmelita en el convento de San José conocido después como Santa Teresa la Antigua al que su padre había donado fuertes sumas de dinero. A la muerte de su progenitor, doña Manuela heredó una cuantiosa fortuna con la que decidió fundar otro convento carmelita para que ingresaran en él jóvenes pobres que no pudieran pagar dote. Para edificar este nuevo recinto, las monjas adquirieron un terreno en la Plaza de San Gregorio, donde comenzaron a construir el año de 1701 y terminando la obra en el tiempo récord (para la época) de cuatro años. En 1704, durante una solemne ceremonia presidida por el virrey, cuatro monjas ocuparon el nuevo convento, cuya iglesia fue dedicada en 1715 y desde entonces se le empezó a denominar Santa Teresa la Nueva, para distinguirla de Santa Teresa la Antigua.
Un aspecto curioso de este claustro es que las aspirantes al hábito hacían, además de los votos de obediencia, pobreza, castidad y perpetuo encerramiento, otro más que consistía en ``no beber chocolate, ni ser causa de que otro lo beba'', pues se dice que el visitador español Vicente de Santo Tomás se había opuesto a la fundación del convento aduciendo que las religiosas criollas abusaban de esta bebida.
El edificio de la iglesia es de sobria belleza, de aterciopelado tezontle color vino y cantera plateada y, como la mayoría de los conventos de monjas, posee dos puertas flanqueadas por pilastras que se abren a través de arcos de medio punto.
En el segundo cuerpo de ambas hay unos nichos que resguardan esculturas de mármol blanco y los remates son frontones triangulares que culminan con cruces abaciales de doble brazo.
En las cercanías se encuentra el antiguo restaurante El taquito. Fundado en 1923 conserva su ambiente taurino y sabrosa comida mexicana en la que sobresalen la sopa de médula, el mole poblano, la tampiqueña y desde luego los tacos.