La Jornada 25 de mayo de 1996

Se prolongó hasta la madrugada de ayer la estancia de los marchistas en Balderas

José Gil Olmos Cansados, sobre el pavimento de la avenida Balderas, afuera del Metro Juárez, en los puestos de tacos y atraídos por el olor y la luz de los focos, los maestros de Guerrero, Michoacán y Oaxaca casi terminaban su larga jornada del jueves. Eran las dos de la mañana y el cansancio los hizo dormir unos minutos sobre los plásticos y mantas que antes habían utilizado para exigir mejor salario. Ahora eran su cobija bajo la fresca madrugada del viernes.

Los más que se quedaban eran maestros bilinges de las montañas de Guerrero y Oaxaca. Los de Michoacán tenían que regresar. A lo largo de Balderas y de la noche se encontraban postrados, recuperándose, y en la madrugada se hicieron de un nuevo aliento a pesar de las malas noticias.


Profesores de Oaxaca, Guerrero y de la sección nueve
del CNTE en plantón alrededor de las oficinas de la SEP.
Foto Francisco Olvera

A esa hora los maestros indígenas tlapanecos reiniciaron la marcha y rasgaron el silencio nocturno con un grito que subía poco a poco entre edificios, teatros y cines cerrados: ``estamos cansados, pero no derrotados''. El sonido de los huaraches inundó nuevamente las calles desiertas de la ciudad.

Maltrechos por una marcha de más de 16 horas, los miles de educadores se quedaron en la avenida Juárez, Balderas y en la Plaza de la Solidaridad ante la imposibilidad de llegar al Zócalo por la estrecha vigilancia policiaca que los perseguía como una sombra.

A la distancia la calle parecía un dormitorio sin más techo que la luna menguante. Lejos, se escuchaban los acordes de una guitarra y las risas de algunos que bromeaban en la medianoche. Sobre la acera muchos tendieron un periódico, las pancartas o una cobija. Otros buscaban el quicio de la iglesia metodista o de la escuela de computación que está a su lado para recargar la espalda.

Más lejos, la voz de la maestra Chelo explicaba a sus compañeros michoacanos los nulos avances en las negociaciones que sostenían en la Secretaría de Gobernación Gonzálo Martínez Villagrán y otros miembros de la dirigencia.

La banqueta era una banca colectiva en la que recordaban los últimos acontecimientos: la avanzada de los policías por Versalles, los gritos de ``no los dejen pasar!'', los golpes de bastones en el cuerpo, en la cabeza de Alfonso Epitacio, quien tuvo que ser atendido en una ambulancia y los ``chingadazos que le arrimaron en el pecho a Crecencio Acho que lo mandaron al hospital''.

Algunos huaraches y sombreros quedaron en la calle minutos después de la refriega, los granaderos los patearon como pelotas y se pusieron sobre los cascos los sombreros de palma. Después los tiraron. ``No se vayan que va haber un segundo round'' le dijeron a unos reporteros que se alejaban nerviosos del lugar. El día había sido un vértigo y la noche transformó a la calle de Balderas en una cama de asfalto tibio.

La voz de la maestra Chelo se escuchó nuevamente a un costado de la Plaza de la Solidaridad. ``No hay avances camaradas, no hay nada. La comisión que está en Gobernación nos mandó a decir que hay algunas cosas con lo del ISSSTE, pero de sueldos nada'', dijo al grupo que se había juntado al pie de la escalinata.

A poco nos vamos a ir sin respuesta?, contestó un maestro con gorra de beisbolista.

No, camarada, repitió la profesora, pero el acuerdo es regresar para plantarnos frente al palacio municipal. Además, los choferes que contratamos nos quieren cobrar 20 pesos más, lo que en total por camión serán mil pesos. No podemos quedarnos. Otros compañeros ya fueron por los camiones que están en el Zócalo, están hablando con los policías, no deben de tardar.

Lo mismo ocurría en otra de las esquinas de la Plaza, frente al Real Cinema, la inconformidad volvía a crecer, le ganaba al sueño y al cansancio.

Los de Guerrero y Oaxaca, en cambio habían decidido quedarse. Frente al Metro Juárez se juntaron con sus pocas pertenencias y después de reparar el cansancio se prepararon para una nueva marcha en la madrugada. ``Somos de La Montaña, somos maestros bilinges'', dijo desconfiado un joven profesor.

En la esquina de avenida Juárez y Balderas, una voz femenina anunciaba a través del micrófono la decisión de trasladarse al plantón permanente que han mantenido desde el pasado 8 de mayo. Poco a poco se juntaron.

Los autobuses de los michoacanos estacionados a un costado de la Plaza de la Solidaridad prendieron los motores, por la calle de Puente de Alvarado aparecieron escoltados por patrullas los que habían estado en el Zócalo. La policía rodeó la calles aledañas y observaron a los profesores subirse a los camiones.

Mientras tanto, los mentores indígenas de Guerrero se formaron. Los hombres se pusieron a las orillas y al centro las mujeres. Eran más de tres mil. Nuevas consignas lanzaron en la madrugada que se escuchaban potentes entre el silencio: ``Guerrero no se cansa, Guerrero no se da, porque tiene maestros, con mucha dignidad'', cantaron mientras se enfilaban rumbo al centro de la ciudad.

Minutos más tarde, llegaron a las calles de González Obregón, Brasil, Venezuela y Argentina, que rodean las oficinas de la Secretaría de Educación Pública. Ahí tendieron nuevamente los plásticos, pancartas y cobijas, durmieron a la intemperie. Con el alba lavaron sus pertenencias y las colgaron en una maraña de lazos amarrados de los viejos edificios.

Plásticos azules, amarillos y rojos parecían formar un tianguis. Humeantes las cazuelas llamaron el hambre matutina. Prepararon frijoles, arroz y huevos en anafres que consiguieron en algún mercado. Las calles se convirtieron en un nuevo campamento. Las banquetas se llenaron de periódicos con las fotos de rostros ensangrentados, dolientes. Y al mediodía los tlapanecos iniciaron una nueva lucha, ahora con los vendedores ambulantes, quienes exigían un espacio en la calle para instalar sus puestos. La discusión era fuerte, cada uno daba sus razones, todas de necesidad. Unos para sostener a su familia, los otros para mantener su lucha. Era un nuevo día, uno más de resistencia.