Jordi Soler
Música para el desastre

El cine nos ha dejado la costumbre de imaginar con música las cosas importantes. Lo menos que esperamos cuando nos persiguen, o cuando se resuelve un romance muy esperado, o cuando estamos robando diamantes en una joyería es que nuestra acción venga acentuada con la música que le corresponde. Una persecución sin música resulta siempre decepcionante, se trata de una acción despojada de los tuttis orquestales que le tocan por naturaleza.

Hace unos años, los expertos en los asuntos del cielo, auxiliados por una sofisticada máquina rastreadora, descubrieron que en la gran maraña del universo todavía se oye el ruido que produjo, hace miles de millones de años, el Big-Bang, la gran explosión, con todo y su tutti mineral, que inauguró el origen de todo.

Pero la música que acompaña a las cosas importantes, no es patrimonio exclusivo del cine; hay veces que la realidad, seguramente plagiando al cine, le pone música a sus momentos de desastre.

En 1992, el multimillonario francés Pierre Druón, alquiló un tren de alta velocidad completo, para celebrar a bordo su cumpleaños 64. La idea era viajar de París, en donde tenía fincado su imperio, a Hendaya, su lugar de nacimiento, ubicado en el extremo sur, en la frontera con España. Un gran banquete y una orquesta iban dándole aspecto de fiesta a ese tren nocturno. En determinado momento trágico, el tren perdió los rieles y fue a dar al fondo de una barranca. El saldo de víctimas fue altísimo. Uno de los pocos sobrevivientes comentó a la prensa francesa que monsieur Druón, el multimillonario, oía Whein I'm Sixti-Four de los Beatles, en la versión de su orquesta alquilada, cuando sobrevino el descarrilamiento.

El accidente que se llevó la vida de James Dean, el lengendario actor, fue uno de esos desastres con música. Michael Ivory, vecino del sitio de la tragedia, había salido de su casa con el ánimo de estirar las piernas, cuando vio volar un auto fuera de control. El silencio que vino después del impacto fue llenado, según la confesión tardía que hizo ante la corte en 1995, por la canción Baby Let's Play House, que salía por las bocinas del radio en la voz de Elvis Presley. Michael Ivory interrumpió su terapia de estirar las piernas y corrió a su casa para llamar una ambulancia. Fue hasta el día siguiente que se enteró de que el piloto era James Dean. La banda sonora de la tragedia le dejó una muesca en la memoria, nunca, desde aquel día, ha querido volver a oír Baby Let's Play House.

Otro tragedión que la realidad se encargó de musicalizar, fue la hazaña fugaz de Rick Fermosello: un deportista canadiense que en junio de 1986 decidió practicar esa suerte demencial de lanzarse por las cataratas del Niágara, sin más protección que un barril. La hazaña de Rick tenía como particularidad un walkman apretado entre el estómago y el traje de baño, que iría reproduciendo durante la caída, la canción Jumpin'Jack Flash de los Rolling Stones. Pretendía quedar registrado en la historia como el primer hombre que se lanzaba en el barril, oyendo esa canción en particular. El barril, la vida y el walkman de Rick, tuvieron el final desconsolador de acabar contra unas piedras. Nadie pudo comprobar si el atleta cumplió con la parte musical de aquella hazaña malograda.

Pero la tragedia con música más sorprendente fue la ocurrida en 1943, durante el hundimiento del Oceanic Bird, un trasatlántico enorme que desapareció sin dejar rastro. 40 años después, un grupo de investigadores marinos dio con los restos del Oceanic, que descansaban a 79 metros de profundidad, en un fondo cerca de las Azores. Las labores de rescate de piezas útiles duraron varios meses. Se recuperaron vajillas, instrumentos de navegación, un baúl con vestuario de la época y el cuerpo deteriorado de un músico, que fue extendido en la mesa del barco investigador, para su examen. Era un esqueleto de adulto con la ropa hecha jirones, que tenía dos características: conservaba dentro del tórax una masa de plancton marino y además sostenía, entre los huesos de la mano, una trompeta. El médico de a bordo se puso a examinar el cuerpo, mientras sus colegas completaban otros menesteres. Liberó la trompeta de esos dedos que prometían acompañarla toda la eternidad y posteriormente aplicó el bisturí en la masa que llenaba el tórax. En cuanto el plancton se rompió, asegura el doctor Hazel, liberó algunos compases de la melodía Just One of Those Things, que seguramente tocaba la orquesta en el momento del desastre. Nadie creyó en el testimonio de Hazel, y él decidió no insistir, era la cosa más extraña que le había sucedido.