Después de trece años de padecer los destrozos del modelo económico neoliberal impuesto por los gobiernos de De la Madrid-Salinas y luego de 17 meses más de desaciertos y engaños producidos por la administración actual, el país y la sociedad mexicana se encuentran sumidos en la peor crisis política, económica y moral del siglo XX, con la sola excepción de los meses que usurpó la presidencia Victoriano Huerta y el tiempo que fue necesario para restablecer las instituciones nacionales; la intensidad de esta crisis parece envolvernos en un manto de depresión, derrotismo y resignación inéditos, y en una especie de sopor que nos hace aceptar hechos hace pocos años impensables, siendo algunos verdaderos crímenes contra la humanidad.
Cuando terminó la Segunda Guerra Mundial los dirigentes nazis fueron llevados a un tribunal de guerra y condenados por sus crímenes. El principal cargo en el juicio de Nuremberg, fue el exterminio de seis millones de judíos que habitaban en los países de la Europa central invadidos por los ejércitos alemanes, que los llevaron contra su voluntad a campos de concentración, en los que se les sujetó a trabajos forzados, se atentó contra su dignidad y sus sentimientos como seres humanos y finalmente se les asesinó en las cámaras de gases, para luego desaparecer o tratar de desaparecer su rastro sobre la faz de la tierra. Durante el juicio, los criminales nazis centraron su defensa en supuestos principios éticos según los cuales, sus actos eran parte de un proyecto para formar una nueva sociedad, más justa y mejor, por el hecho de que en ella no habría judíos y las demás razas ``no arias'' serían doblegadas y obligadas a aceptar sus roles secundarios.
La sociedad entera de Alemania tuvo que aceptar su complicidad en aquel drama siniestro que habían presenciado y aceptado sin resistencia, al pensar que con ella podrían convertirse en las siguientes víctimas del fascismo.
Hoy los hombres y mujeres de la ciudad de México y otras ciudades del país presenciamos, oímos y leemos sobre cosas que pasan en el país y preferimos ignorarlas o no darles importancia, no pensar mucho en ellas, para no involucrarnos en problemas que sentimos distintos a los nuestros, pero que no lo son. Uno de ellos se refiere a los miles de hombres de mujeres y niños que hoy hacen cualquier suerte de cosas para obtener una limosna en todas las calles, esquinas, terminales del metro, centros públicos y líneas de autobuses.
Es claro que en este proceso, esos seres humanos se han visto obligados a denigrarse a sí mismos, a dejar a un lado sus derechos y su valor como seres humanos y a vivir en condiciones deplorables; son cientos de miles, quizás millones. Nadie se ha tomado la molestia de hacer un censo de todos ellos, pensando que no vale la pena, pues ellos nada producen y si algo representan es sólo un cúmulo de molestias para la sociedad. Sí, pero esto no ha sido decidido por ellos en un acto voluntario, sino resultado deliberado de la política económica neoliberal, en la que la generación de empleos, la permanencia de las unidades productivas y la sobrevivencia de los débiles, simplemente carecen de sentido.
Cuál es la esperanza de vida para estos niños, para estos hombres y mujeres? Seguramente mucho más pequeña que la del resto de la sociedad. Su alimentación miserable, para muchos inexistente la mayor parte del tiempo, sus condiciones de higiene nulas, sus riesgos de enfermedades respiratorias y de la piel, totales. Su acceso a servicios médicos, tan imposibles como los de los trabajadores ilegales de California, víctimas del nazismo que tanto condenan el gobierno y los medios de comunicación. Se trata en sí, de un sector de los 20 ó 25 millones de los mexicanos en pobreza extrema, de los derrotados y desesperados que han renunciado a todo, tan sólo para sobrevivir una semana, a lo mejor unos meses más. Luego desaparecerán, y otros tomarán su lugar en un relevo silencioso del cual nadie se dará cuenta. En estos últimos meses he tenido oportunidad de preguntar a algunos altos funcionarios del gobierno, qué planes hay para resolver esta grave situación en un futuro cercano, y la realidad es que no existe ninguno.
Para el gobierno neoliberal la única solución para erradicar la pobreza, está en la desaparición de los pobres y ésta es la esencia de su proyecto; la eliminación de ``los que sobran'', para que entonces el nivel de los que queden puedan mejorar, y en este razonamiento ético, nuestros gobernantes son apoyados o dirigidos por los dueños del capital internacional y por los creadores del nuevo orden mundial, pero apoyados también, curiosamente, por el mismo grupo social que preteden desaparecer. Porque, sin lugar a dudas, buen número de los 17 millones de votos que obtuvo Zedillo, seguramente más de la tercera parte, proviene de ellos.
Cómo ha sido posible esto? Con los mismos mecanismos corporativos que en su tiempo usaron los nazis, y también con el engaño realizado a través de instrumentos de propaganda tan efectivos como el miedo, o como solidaridad, o como la tarjeta para los pobres que el gobierno de Zrdillo se apresta a utilizar en 1997, año de elecciones.
Es muy probable que, si nada se hace, las estadísticas y los próximos censos de la población presenten descensos y alteraciones demográficas difícilmente explicables en la estructura de la población por edades. Otra posibilidad será llamar a las cosas por su nombre y comenzar a pensar en enjuiciar a los neoliberales y cómplices por sus crímenes contra la humanidad, aunque desde luego los aquí referidos son sólo una parte de ellos. Es este tipo de hechos, lo que da razón a los zapatistas para convocar a su evento internacional contra el neoliberalismo. Pero al mismo tiempo nosotros, quienes conformamos los restos aún funcionales de la sociedad mexicana, debiéramos alzar la voz y condenar esta infamia y este estado de cosas que a todos afecta, querámoslo o no.