Jorge Anaya
Metro Balderas

Pasaban y pasaban, viajera, no dejaban de pasar, y de pronto se fueron estacionando aquí enfrente, empezaron a armar el cotorreo en grande y cuando nos volvimos a asomar ocupaban los dos carriles de Balderas por lo menos desde Chapultepec hasta Juárez.

Y mientras cantaban y bailaban y trinaban y agarraban parejo hasta a nosotros nos tocó, ya ves cómo es injusta la indignación en ocasiones, yo me decía que entre aquellos maestros tan retobados y salerosos no podía haber ninguno como aquella educadora que llevó a mi hermano mayor de la oreja por todo el patio hasta el baño porque le ganó de la pipí en el salón crimen inconmensurable a sus tres años , ni como aquel de mi primaria que llamaba centavitos a los jalones retorcidos de patillas y se ufanaba de haber levantado hasta 30 centímetros del suelo a un alumno en esa forma.

Tampoco, seguramente, como aquel director de secundaria que trataba de idiotas a los que no se portaban como quería y se complacía en abofetearlos delante de toda la escuela, o su hijo, profesor de taller, que cuando dos se traían ganas los incitaba a dirimir sus diferencias dentro de las instalaciones, dizque para que sacaran su coraje bajo su vigilancia y no fueran a lastimarse más de la cuenta.

Ni como el de biología de esa misma escuela, que salpicaba de detalles escabrosos sus explicaciones sexuales sin detenerse ante la evidente incomodidad de las alumnas, o ese otro de una prepa particular después actor de cine, carita como era que si sacaba a las muchachas del salón para intercambiar picardías con los jóvenes no era por atención a la modestia femenina, sino por desplazar a la competencia. O ese otro que bien conocemos tú y yo, dizque catedrático universitario y pseudoperiodista, descarado para pedir el acostón a cambio del pase y cínico para negarlo en las escasas ocasiones en que la afectada se ha atrevido a llevar el caso ante el Consejo Universitario.

Ni, en fin, como tantos que regatean las calificaciones altas a sus alumnos para que sufran como ellos sufrieron, o que pasean sus listas de enviados al examen extraordinario como si fueran cuadros de medallas, olvidando aquel apotegma de que profesor de reprobados está reprobado como profesor.

Ninguno podía ser así, viajera, porque quien protesta contra la arbitrariedad no puede permitirse el cometerla, y por eso sé que detrás de los que ayer marcharon y sufrieron estuvieron sus discípulos y todos los que estamos hasta acá de los que creen saberlo todo.