Los redactores de la publicación económica mensual Enjeux. Les Echos de París le preguntaron recientemente al cardenal Lustiger: ''Por qué juzga tan severamente a la sociedad liberal?''. Remitiéndose a nuestra civilización, que prioriza los valores financieros por encima de la cultura en el sentido más fuerte: las costumbres, la familia, las estructuras fundamentales de la sociedad, respondió en un artículo publicado en el mismo mensual: ``El individuo es considerado antes que nada como agente de la vida económica''. Y se pregunta: ''Puede contabilizarse la cultura, la estructura familiar, la educación? Se pueden mensurar el gusto y las ganas de vivir? La ruptura o por el contrario la continuidad de las generaciones? Lo que no es contabilizable ni contabilizado se venga cruelmente y puede destruir lo que se ha constituido de otra manera''.
En el futuro, advierte, ``corremos el riesgo de experimentar revoluciones más violentas, puesto que habrán sido arrasadas o destruidas las realidades esenciales de la vida humana''. ``La rentabilidad financiera añade hace del dinero la medida del dinero. Si el medio deviene fin, resurgirán las acusaciones más fuertes contra el capitalismo...''. ``Es preciso dice que el servicio a la dignidad de los hombres sea la medida del dinero, pues para que las empresas sobrevivan es necesario que la humanidad viva''.
Como solución a esta crisis, el cardenal afirma que la Iglesia católica ofrece la ``civilización del amor'', que en su opinión coincide ``con una civilización de los derechos del hombre''. ``Ella exige considerar a cada ser humano como una persona''. ``Cada uno concluyetiene la posibilidad de obrar procurando tener en consideración los factores humanos que no son tomados en cuenta ni mensurados. Todo mundo puede hablar: no se debe aceptar que se reduzca la relación social a la relación salarial y que aquélla sea regulada por los rendimientos financieros''.
Con ocasión del décimo aniversario de su carta pastoral Justicia económica para todos, publicada en 1986, la Conferencia Nacional de Obispos de Estados Unidos acaba de dar a conocer una Declaración en la que recuerdan algunos principios fundamentales, y, desde luego, reafirman que ``la consecución de la justicia económica es un imperativo del Evangelio y una obligación de los creyentes''.
Los obispos resumen de la siguiente manera el mensaje central de su Carta de 1986:- La economía existe para servir al hombre, y no viceversa.
- La vida económica debe estar regida por principios morales y normas éticas.
- Las decisiones económicas deben ser hechas con el criterio de si mejoran o amenazan la vida, la dignidad y los derechos del hombre.
- Hay que cuidar sobre todo a la familia y procurar antes que nada el bienestar de los niños.
- El criterio moral de toda economía se evalua por la forma como son tratados los más débiles y los más pobres.
Con estadísticas oficiales los obispos constatan, entre otras cosas, que en Estados Unidos una quinta parte de los niños crecen en medio de la pobreza. ``Desde hace más de quince años dicen se amplía en el país la brecha entre ricos y pobres''. Se mantiene añaden una brecha creciente en los ingresos por decisiones de orden económico que colocan los beneficios por encima de las personas y que tienen como consecuencia la inadecuación de los salarios, la reducción de beneficios sociales, de empleos y de la seguridad en el empleo.
``Como pueblo de creyentes concluyen creemos que formamos una sola familia y no clases en competencia. Somos hermanos y hermanas y no unidades económicas o datos estadísticos. Debemos unirnos en torno a los valores en nuestra fe para crear políticas económicas que protejan la vida humana, que mantengan familias sólidas, y desarrollen una clase media estable, que creen empleos decentes y que reduzcan en la sociedad los niveles de pobreza y de necesidad. Debemos reforzar nuestro sentimiento comunitario y la búsqueda del bien común''.
Me ha parecido muy importante dar a conocer estas reflexiones ahora que en el país vuelve a discutirse la necesidad urgente de hacer cambios sustanciales en la política económica para considerar por fin las exigencias de la economía familiar y de la economía como tal. A pesar de los estrechos márgenes que nos ha dejado nuestra dependencia y nuestra sumisión a los organismos financieros, no podemos seguir considerando a la economía como un asunto puramente técnico, sin repercusiones graves sobre las vidas de las personas y de las familias, y sobre la economía en su conjunto. Ya no es ése el sentir ni siquiera en Estados Unidos y desde luego en Europa. Vuelve a crecer por el contrario la conciencia y la convicción de que la economía está sujeta a imperativos éticos, so pena de renunciar a su propia identidad y condenarse a la ineficacia.