El pasado día 14 tomó posesión la primera mesa directiva de la asociación civil Arquitectura Vernácula y Patrimonio, cuyos objetivos primordiales son el estudio, conocimiento y protección de ese vasto patrimonio cultural. Entre sus miembros fundadores se cuentan los arquitectos Valeria Prieto, Ramón Bonfil y Francisco Javier López, quienes tienen una amplia experiencia en el campo.
Pero el interés por su recuperación a nivel latinomericano no es reciente: antecedentes cercanos son el V Simposium Interamericano de Conservación del Patrimonio Monumental, convocado en 1985 por el Icomos mexicano y el Plan del Caribe (Carimos); el I Taller de Diseño y Tecnología de la vivienda y los asentamientos rurales, realizado en 1987 en la Universidad de los Andes; el II y el III Foro Internacionale de Cultura del Caribe (1988 y 1989); y el Primer Seminario Internacional de Arquitectura Vernácula (1993) organizado por el Infonavit y el Icomos mexicano; además de la reconstitución, en 1995, del Comité Internacional sobre la Arquitectura Vernácula (CIAV) del Icomos internacional, en Guatemala.
Los expertos en el tema han definido a la arquitectura vernácula como el conjunto de edificaciones de manufactura comunitaria que mantiene sistemas constructivos locales, mediante la utilización de materiales naturales y tecnologías colectivas y cuyo resultado volumétrico, además de su relación espacial, color y detalle, permiten identificar a la población que la produce.
Este tipo de construcciones populares, siempre en estrecha relación con su contexto ambiental, social, cultural y económico, puede ser de carácter urbano o rural, permanente o temporal. De ahí que puedan ser consideradas no sólo las edificaciones civiles y religiosas, sino también las calles, plazas y jardines que, en conjunto, evidencian el modo particular de ser de cada ciudad.
Desafortunadamente, ante la implantación de modelos y valores ajenos a su tradición cultural, los constructores locales han ido perdiendo el dominio y ejecución de los oficios y, por consiguiente, la calidad de sus edificaciones regionales, al preferir modelos ajenos a su identidad cultural.
El arquitecto Alejandro Zohn señaló, no hace mucho, cómo los productos artesanales mexicanos para la construcción son exportados a Estados Unidos, mientras que en México se prefiere usar, cada vez más, ``los azulejos italianos'' además del ``plástico y del aluminio de patentes extranjeras''.
Con el fin de evitar esta grave pérdida de identidad cultural, organismos como Arquitectura Vernácula y Patrimonio podrán impulsar y difundir el uso de los materiales y las técnicas constructivas locales y así evitar la desaparición de los modos de producción artesanal que todavía subsisten. Asimismo, es necesario acrecentar el respeto por su contexto y trabajar para que las nuevas edificaciones armonicen con la fisonomía urbana y ambiental. También podrían considerar el establecimiento, junto con las autoridades, de normas jurídicas que permitan preservar los valores de la arquitectura popular regional y garanticen su continuidad.
Como respuesta contemporánea a la pérdida de lo propio, en gran parte de América Latina la nueva arquitectura está explorando los antiguos procesos artesanales, tratando de indagar en el espíritu de los materiales y redescubrir la sensibilidad del ser humano. Baste citar el uso del ladrillo en los trabajos del uruguayo Eladio Dieste (iglesia San Pedro en Durazno, 1967-71); el brasileño Eolo Maia (escuela Vale Verde en Timoteo, Minas Gerais, 1983); el colombiano Rodrigo Uribe (casa con bóveda de ladrillos en el camino a Pichindé, Cali, 1983-86) y, desde luego, el mexicano Carlos Mijares (capilla en Jungapeo, 1982-86 e iglesia episcopal Christ Church, 1991-92). También los trabajos con estructuras de madera de Simón Vélez, con base en la arquitectura de la zona cafetalera colombiana son dignos de tomarse en cuenta (casa rural en Melgar, Tolima, 1977).
Gran parte de la belleza del paisaje mexicano se encuentra en su arquitectura vernácula señala Valeria Prieto, presidente de la nueva asociación civil, dándole un ``carácter propio y singular a cada región y localidad''. Las casas mexicanas nos muestran, con orgullo, sus fachadas, zaguanes, balcones, patios, corredores, estancias; y los pueblos sus plazas, quioscos, callejuelas empedradas y portales. Todo ello constituye la tradición arquitectónica más auténtica del patrimonio cultural. Entenderla y aprender de ella es, desde luego, la mejor forma de defenderla y conservarla.