José Blanco
Caídas para arriba (riesgosas)

La economía mexicana pasa por una etapa cuyo desempeño no es fácil de evaluar con precisión. Desde la óptica del corto plazo existen indicadores que parecen establecer una tendencia de recuperación cuya naturaleza es indispensable precisar, a efecto de que nuestra evaluación, crítica y eventualmente recomendaciones, se ajusten a hechos reales.

El sábado pasado nuestro periódico informaba en primera plana que ``por quinto trimestre consecutivo, la economía registró una caída en el producto interno bruto. De enero a marzo de este año, el retroceso fue de 1.0 por ciento en relación con el mismo periodo del año anterior'', de acuerdo a información proporcionada por la Secretaría de Hacienda.

El presidente Zedillo en diversos actos públicos ha intentado precisar el significado de las cifras de la operación de la economía, pero los medios no lo han reflejado adecuadamente. Zedillo expresó que ese 1.0 por ciento de reducción era la menor disminución en los últimos tres trimestres. Este indicador compara el tercero y el cuarto trimestres de 1995, con el tercero y cuarto trimestres de 1994, respectivamente, así como el primer trimestre de 1996 con el primero de 1995; esta última comparación arrojó la cifra de -1.0 por ciento, en contra del primer trimestre de 1996, a que se refiere la noticia del sábado pasado.

Que se trate de la menor disminución de esas tres comparaciones sucesivas, implica que si se coteja cada uno de los últimos tres trimestres, no contra los correspondientes del periodo anterior, sino cada uno de ellos respecto al trimestre inmediatamente anterior, durante los últimos tres ha habido no caídas del producto interno, sino precisamente lo contrario: crecimiento. Dada esta tendencia del producto, es muy probable que para el segundo trimestre de 1996 la cifra de crecimiento sea positiva en comparación con el segundo trimestre de 1995 y, a fortiori respecto al primer trimestre de 1996. Tales son los signos de recuperación real en el crecimiento del producto.

Si a esa tendencia se agregan algunos (cautelosos) anuncios de los operadores internacionales de capital (están nuevamente volviendo los ojos a la economía mexicana), puede concluirse que la tendencia de recuperación de corto plazo parece firme. Las cifras recientes de crecimiento y las expectativas internacionales pueden actuar sinérgicamente, y no es remoto que 1997 (diciembre-diciembre) sea un año de crecimiento de entre 4.5 y 5.5 por ciento.

Ello no obstante, también es necesario señalar que aún hablamos de un respiro (sin el cual, por supuesto, estaríamos a punto de la asfixia). Adicionalmente, el tipo de recuperación que comenzamos a vislumbrar parece apuntar hacia una forma de reconstrucción de las bases del crecimiento análoga a la de la corta etapa de crecimiento del sexenio de Salinas. Aunque muchos análisis están procesándose, se mantienen en espacios reservados a los técnicos gubernamentales y a los externos (los de Washington), que toman las decisiones. Poco de tales análisis trasciende a la opinión pública de manera suficiente, ordenada y sistemática, que permita una crítica más informada y, eventualmente, aportaciones valederas.

El mayor riesgo sigue siendo el manejo del tipo de cambio, y la forma de financiamiento del déficit en la balanza de pagos que irremediablemente se producirá en cuanto la economía acelere su crecimiento. La tentación de volver a utilizar el tipo de cambio como ancla contra la inflación, manteniéndolo a base de atraer capital externo de corto plazo mediante tasas de interés sustancialmente más altas que las pagadas por el mercado de los países desarrollados como lo hizo Salinas, no parece fuera de posibilidad. Recuérdese que, en casos así, las tasas que es obligado pagar al exterior provienen de una abusiva componenda, donde el capital externo es juez y parte: primero le otorga a una economía una calificación que mide el grado de riesgo de la misma y, después, basado en esa calificación, exige determinadas tasas de interés.

Una ``política'' así, respecto al tipo de cambio, es la de más fácil instrumentación, pero en el corto plazo operaría contra la inversión interna; por tanto, contra el crecimiento y, a la corta, desembocaría en una nueva crisis financiera.

Que los signos de recuperación se conviertan en bases firmes de crecimiento, al menos a mediano plazo, depende de una política de tipo de cambio que al tiempo que permita mantener un cierto margen de competitividad de las exportaciones, permita también, como parte de un programa industrial cuyas líneas más concretas aún no se producen, acometer una política vigorosa de sustitución de importaciones, para la que hoy existe amplio espacio. La ``flotación'' del tipo de cambio, para no mantener una tasa supuestamente artificial, es uno de los argumentos más artificiales que hayamos oído nunca. En los hechos existe un tipo de intervención urdida por Banxico, cuyos objetivos están articulados sólo al control de la inflación. Es hora de tener una política activa en el frente financiero y cambiario coherentemente articulada a un efectivo desarrollo del plan industrial. Se fortalecería así el mercado interno y se ampliaría el volumen de empleo. Una política así sería imposible, por supuesto, si cedemos a quienes desde Washington o desde el Banco de México, insisten en recetarnos una junta monetaria que evaporaría toda posibilidad de soberanía en materia cambiaria y, en general, en materia financiera.