La semana pasado trajo dos noticias de gran importancia. El derrumbe electoral del Partido del Congreso en India (después de medio siglo de poder casi ininterrumpido) y el progresivo deterioro de la imagen pública del presidente brasileño Fernando Enrique Cardoso, enfrentado sin fuerza a las presiones y chantajes de los grandes terratenientes de su país. Pero hubo también una tercera novedad de relieve: la formación del nuevo gobierno italiano.
Romano Prodi, el futuro premier italiano, acaba de nombrar a los ministros del gobierno que mañana, a menos de sorpresas, deberá ser aprobado por el Parlamento. Cuáles juicios pueden formularse acerca de la composición de este gobierno? Es demasiado temprano para formular juicios. Como se dice por allá,se son fiori fioriranno. Y sin embargo, si aún no es tiempo para juicios, sí lo es para las primeras impresiones. Y la principal es que, descontando los últimos gobiernos técnicos, Italia acaba de dotarse del primer gobierno decente en muchas décadas.
Debo confesar, y me disculpo por el yo, que es la primera vez en mi vida que experimento algo que no creía me pudiera ocurrir: sentir orgullo por un gobierno. Se puede tener orgullo por las creaciones artísticas de un pueblo, por sus luchas a favor de la democracia, por sus realizaciones sociales, por su cultura. No es fácil probar orgullo por los gobiernos. A mí nunca me había ocurrido. Me veo obligado a intentar desmenuzar las razones del orgullo.
Después de medio siglo, Italia está rompiendo en estos días con una lamentable tradición, la de la exclusión de la izquierda del gobierno del país. Por décadas se impidió por la guerra fría y por los temores del amplio segmento conservador del país que una parte importante de la sociedad italiana tuviera alguna responsabilidad en la conducción de la vida del país. Esta situación, que configuró un esquema político de apartheid, está siendo ahora superada. Era tiempo. Pero hay otras dos razones para la satisfacción. La más importante es que se están creando en estos días las condiciones para que dos grandes segmentos de la cultura italiana se reconcilien después de décadas de enfrentamientos y mutuas sospechas: el mundo católico y el mundo progresista. El gobierno Prodi es el instrumento de esta reconciliación, sobre cuya importancia histórica sería difícil exagerar el énfasis.
Pero hay otro elemento. Con su participación en el futuro gobierno, la izquierda italiana deja definitivamente atrás un pasado comunista hecho de luces y sombras y, tal vez, más sombras que luces. La tradición progresista ya no tendrá como único cimiento la capacidad de movilización social sino que se enriquece ahora, y para el bien del país, de la capacidad de operar, desde el gobierno, los cambios que Italia necesita urgentemente para el saneamiento moral de las instituciones y para romper con segmentaciones y rigideces sociales acumuladas.
De los 20 ministerios, nueve van al Partido Democrático de la Izquierda. Entre estos últimos hay dos que, bajo el control de connotados hombres de izquierda, representan una verdadera revolución cultural: el ministerio de Interiores y el de Educación Pública. Si el primero es el corazón del orden republicano, el segundo es el alma cultural de las instituciones. Al ministerio de Interiores va Giorgio Napolitano, un antiguo dirigente del Partido Comunista y ex presidente de la Cámara de diputados. A Educación Pública va Luigi Berlinguer, primo del más famoso Enrico. Pero éstas no son las únicas novedades. A una feminista va el ministerio de la Solidaridad Social, a un verde el ministerio del Medio Ambiente. Y, para dar congruencia y prestigio a la política económica, se nombró a Carlo Azeglio Ciampi (antiguo presidente del Banco Central) como responsable del nuevo superministerio de Economía.
A lo largo del último medio siglo, Italia zarandeada por una institucionalidad frágil y una muy baja legitimación socialpudo convertirse, no obstante todo, en una de las economías más dinámicas del mundo. Qué podría ocurrir en el futuro si el nuevo gobierno resultara exitoso en liberar a las instituciones del país de la corrupción y el clientelismo que las estrangularon por décadas? Vale la pena recordar lo obvio: no obstante la limpieza institucional iniciada por las investigaciones judiciales hace tres años, la tarea sigue siendo compleja y difícil. Son de estos días las noticias acerca de episodios multimillonarios de evasión de impuestos de Fininvest (la holding de Berlusconi) y de intentos de corrupción de los tribunales romanos orquestados por un ex ministro de Defensa del viejo gobierno Berlusconi.
No pueden alimentarse excesivas ilusiones sobre la capacidad del nuevo gobierno para dignificar en el corto plazo al Estado italiano. Es difícil imaginar que Italia pueda alcanzar en poco tiempo los niveles de dignidad democrática de países como Holanda o Suecia. El futuro gobierno deberá navegar contra una corriente de siglos de patrimonialismo, arrogancia e ineficacia institucionales. Pero hoy, por primera vez en mucho tiempo, se dio un paso en la dirección correcta.
Que Italia vaya a tener un gobierno decente puede parecer una noticia anodina. Pero con los tiempos que corren, en Italia y fuera de ella, en medio de los fanatismos ideológicos asociados con esa especie de capitalismo salvaje que nos toca vivir, un gobierno decente es una novedad absoluta. Una anomalía que reverdece las esperanzas sobre el futuro.