Entre más personas participen en las decisiones y entre más libremente lo hagan, mayor será la democracia. Por ello, el sufragio universal y directo es una de las bases de la democracia política. La elección general y directa es muy superior a cualquier sistema indirecto de grandes electores o delegados.
El Partido de la Revolución Democrática tendrá elecciones el 14 de julio para elegir a casi la mitad de su Consejo Nacional y a su presidente. Ha costado un enorme trabajo llegar hasta aquí, arrinconando la tesis de que ese partido no está preparado para las elecciones universales, según lo demuestran se dice las experiencias internas de carácter local, llenas de impugnaciones.
Pero la democracia no se inventa hablando de ella, sino ejerciéndola. La existencia de fraudes en México no comprueba la inviabilidad democrática del país, sino justamente la necesidad de la democracia. Además, ya es hora de decir que si un partido que se reputa democrático está lleno de defraudadores electorales, entonces no es democrático ni los demócratas tienen nada que hacer en sus filas.
En México, la democracia es frase de discurso, es lejano objetivo, cuando mucho, pero un partido que sostiene la tesis de que ésta es necesaria y viable no puede salir con la idea de que él mismo no está preparado para el acto más elementalmente democrático que es la votación. Al final, la idea de la impreparación no fue admitida en el PRD y, por diversos motivos, se impuso la elección directa y universal.
La cuestión lo sabemos no se puede reducir a la presentación pública de diversas opciones y al acto de votar. Pero ambas cosas son un inicio que contrasta con los métodos de todos los demás partidos y de la inmensa mayoría de los llamados sindicatos y demás organizaciones sociales.
La lucha dentro de ese partido es, en sí misma, un elemento de la democracia, pues gracias a ella puede haber al menos cierta confrontación de ideas y propuestas, lo cual incrementa la participación de la gente en algunas decisiones.
Las diversas opciones presentadas a los miembros del PRD son reales. A pesar de que existe aún el pragmatismo electorerismo le llaman algunos, las tres planillas que han quedado registradas ofrecen tácticas políticas distintas, no obstante que en el interior de cada una de ellas se observan diferencias. La lucha no se encuentra en el plano ideológico y ni siquiera en el programático, sino en la política que hay que aplicar, en la manera de convocar a la gente y en los métodos de relación con las otras fuerzas políticas del país, especialmente el gobierno.
López Obrador está diciendo que la política puede ser todavía en México un fenómeno de masas, mientras Amalia García parece inclinarse más hacia la práctica basada en la llamada opinión pública. De aquí se deriva una forma de ver la relación con el gobierno, pues una política que privilegie la acción masiva tendrá que confrontarse con el poder de una manera diferente a aquella que supone que la presión para lograr cambios democráticos y sociales deberá provenir principalmente de un debate con los gobernantes, limitado a unos pocos medios de comunicación.
Muñoz Ledo le ha dado la mayor atención a esto último y los resultados parecen inciertos. Amalia García, por su lado y Heberto Castillo, con su propio estilo, parecen intentar seguir más o menos por ese camino.
El debate no estriba, por tanto, en el valor del diálogo con el gobierno sino en la vigencia de la lucha de masas, de la movilización popular para lograr cambios y forjar la fuerza política de la gran transformación.
El Partido de la Revolución Democrática en su conjunto no ha demostrado todavía ser el partido de la consecuencia democrática, del futuro democrático del país. Pero mientras el Partido Acción Nacional ya ha dado suficientes muestras de no serlo, el PRD tiene aún la posibilidad de levantarse como la más importante formación democrática de México. Y este punto es crucial, pues si se logra que la alternativa democrática provenga claramente de la izquierda, se habrá completado una vuelta histórica a la política nacional.
La cuestión es si la democracia tiene que ser acompañada de procesos de grandes masas, incluso los electorales, o si la clase política y la llamada opinión pública son capaces de generar el cambio, arrastrado a un electorado pasivo que solamente vota pero no se expresa en nada más.
Si la democracia ha de venir desde la izquierda (la conducta del PAN favorece esta posibilidad), entonces ésta deberá ser social y de masas o no será. La cuestión se ubica, por lo pronto, principalmente en el plano político, es decir, en el de la formación de la gran fuerza democrática y del sistema de alianzas para la democracia sobre la base de un programa que ya está delineado y de una franca inclinación hacia el pleno reconocimiento de las responsabilidades sociales del Estado.
La lucha interna de los partidos es casi tan importante como aquella que se produce entre ellos. No se trata, naturalmente, del mismo fenómeno, pero podría alcanzar gran relevancia con miras hacia la formación de un verdadero sistema de partidos que logre expresar lo que es el país y el mundo. Por ello, la lucha por la dirección del PRD a pesar de la vigencia de los malos métodos de ``amarres'' y compromisos puramente pragmáticoses un acontecimiento democrático y una manera de dar la lucha política nacional.
Si el PRD logra una elección limpia y transparente (al margen de hechos aislados o artificialmente provocados), habrá dado una aportación política al país. Si no es así, demostrará que carece de futuro. Los procesos democráticos son, también, medios de conocimiento.