Ruy Pérez Tamayo
Personajes en las noticias

En esta segunda semana de mayo varios nombres han estado apareciendo en forma repetida en el periódico que yo leo (La Jornada), en los noticieros de radio que escucho (Radio UNAM) y en el de Tv que veo (Canal 11). Los que más se reiteran, aparte de los obvios, infalibles y ya un poco cansados de los políticos (el Presidente, Don Fidel, los líderes del PRI, del PAN, y los aspirantes a presidentes del PRD, el regente, y otros más, pero no muchos), se mencionan al procurador general, al secretario de Gobernación, al juez Alcántara de Chiapas, a Elorriaga y Entzin, al EZLN, a la Cocopa, a Jaime García Terrés y a Luis González y González. En mi opinión, estos dos últimos son los personajes más importantes y trascendentes para México de todos los demás mencionados, y son de los que quiero escribir hoy.

Conocí a Jaime García Terrés hace muchos años, creo que en los 60s, cuando era director de la Revista Universidad de México, y publicó el famoso número en favor de la revolución cubana castrista, que conservo en mi biblioteca. En esa época yo también era (y todavía soy) simpatizante de ese movimiento social y el número me pareció sensacional. Recién aparecida esa publicación, un día que pasaba por el café de la Facultad de Filosofía de la UNAM vi a Jaime sentado en una mesa, enfrascado en una animada charla con otra persona; me acerqué a ellos y le dije, más o menos: ``Tú eres Jaime García Terrés. Quiero decirte que admiro tu postura liberal y coincido con tus ideales políticos. Además, me gusta tu poesía, lástima que sea tan escasa''. Claramente turbado pero no molesto por esta agresión de un desconocido, Jaime se paró y con una sonrisa me dio la mano y me agradeció el gesto. Volví a tener contacto con Jaime unos 20 años después, cuando ingresé a El Colegio Nacional; entonces él era el presidente en turno, por lo que pronunció unas generosas palabras en la ceremonia de ingreso, que posteriormente publicó en La Jornada. Como colegas convivimos en El Colegio durante 16 años; más de una vez coincidimos en la misma mesa en las comidas de fin de año, y con frecuencia compartíamos puntos de vista y opiniones sobre distintos aspectos de la vida de El Colegio, pero con igual frecuencia nos encontrábamos en campos opuestos. De todos modos, sus argumentaciones eran casi siempre formidables, aunque en más de una ocasión estuve en completo desacuerdo con ellas, quizá porque se apoyaban mucho más en sus emociones que en los datos objetivos. En otras palabras, Jaime siempre era un poeta. Su labor como difusor de la cultura humanista en nuestro país ha sido objeto de muchos panegíricos en esta semana, por lo que no insistiré en ella. Si el amable lector no lo conoce y quisiera tomar un primer contacto con Jaime el poeta, le sugiero Las provincias del aire (1956).

Su muerte deja un hueco permanente en El Colegio Nacional y empobrece mi vida.

En cambio, a Luis González lo conocía como un historiador ameno y creativo, porque había leído (por consejo de mi hijo Ricardo, que es historiador) su famoso libro Pueblo en vilo, la obra maestra de la microhistoria mexicana. Pero en 1980, cuando ingresé a El Colegio Nacional, me encontré con que Don Luis era uno de mis colegas. Disfruté entonces de su generosa pero callada y casi tímida amistad, y leí todo lo que pude conseguir de su vasta obra. Mi condición de médico patólogo me permitió apoyarlo a él y a su familia en su enfrentamiento con una enfermedad, que por fortuna logró superar por completo aunque no sin costos, lo que aumentó la gentileza y caballerosidad de su trato, que de inicio ya eran generosas. En estos días se presentaron los primeros cuatro tomos de sus Obras completas en El Colegio Nacional, presentadas por Carlos Monsiváis, Andrés Lira, Jean Meyer y Enrique Krause, lo que fue ampliamente comentado en los diarios. Disfruté la nota sobre el tema de Jorge Alberto Manrique en La Jornada, quien tampoco asistió al homenaje mencionado pero que escribe con fluidez y elegancia características sobre su antigua amistad y convivencia con Don Luis, contando detalles sobre la historia de Pueblo en vilo, un verdadero parteaguas en la historia de México. Creo haber leído casi toda la obra de Don Luis, por lo que me atrevo a ofrecer un juicio de preferencia, que desde luego es completamente subjetivo y personal: si mi biblioteca se estuviera quemando y yo tuviera que escoger solamente uno de los muchos libros de Don Luis que poseo para rescatar del fuego, escogería El oficio de historiador, El Colegio de Zamora, 1988. Creo que es el texto más personal y más revelador (más que Pueblo en vilo) de todos los que conozco de él. Y con gran satisfacción digo que, con todo lo que vale su espléndida y extensa obra histórica, Don Luis vale mucho más.

Enhorabuena.