MIRADAS Julieta Fierro
Escuelas mexicanas en Estados Unidos

Ante la iniciativa norteamericana de excluir de la educación a los hijos de inmigrantes mexicanos, la respuesta de nuestro gobierno debería ser la de abrir escuelas mexicanas en Estados Unidos. Una forma brutal de discriminación es dejar de educar a quienes se convertirán en mano de obra barata con pocas capacidades de autogestión.

Los miles de mexicanos que cruzan la frontera todos los días, arriesgando su vida, en condiciones dificilísimas y que además envían a nuestro país millones de los tan necesitados dólares, merecen el apoyo de nuestro Estado.

Un gobierno se elige, en parte, para ofrecer protección colectiva su comunidad; a lo largo de la historia, la agresión ha transitado de las fieras a la de los asaltantes, narcotraficantes y explotadores.

Si México abriera unas cuantas escuelas bilingües de alta calidad en Estados Unidos prepararía mejores cuadros que continuarían enviado divisas. En estas futuras instalaciones, donde ondearía la bandera mexicana, se podría además brindar otros servicios que los estadunidenses se niegan a proporcionar a nuestros compatriotas, como vacunación e información sobre derechos humanos.

Dichas escuelas deberían cuidar especialmente la lengua e historia de nuestro país, además de profundizar en la enseñanza de las matemáticas que no sólo son una herramienta sino que estimulan el pensamiento. Asimismo deberían enseñar inglés de tal manera que los niños pudiesen incorporarse lo más pronto posible a un entorno que tiende a ser abusivo. Y desde luego, deberá enseñarse ciencia, además de herramientas modernas como el cómputo.

En México existen maestros excelentes. Los que tuvieran la oportunidad de ir a enseñar al otro lado adquirirían mayor experiencia y regresarían mejor preparados. Estas escuelas abrirían por las tardes, para dar entrenamiento técnico a jóvenes y por las noches se darían clases a los adultos, de inglés y de los cursos que demandara la comunidad.

Las escuelas mexicanas del otro lado del río podrían ser unas cuantas: en Los Angeles, Chicago y San Diego, por ejemplo; servirían de centro de nuestra cultura, ya que contarían con buenas bibliotecas, ofrecerían exposiciones de arte chicano y películas mexicanas. No tendrían por qué ser ostentosas, pero sí ofrecer educación de calidad a los indocumentados. Podría instalarse una buena tele-escuela en Tijuana, de amplia potencia y programación y desde allí ofrecer educación a distancia. Sería deseable instrumentar estaciones de radio con programas escolarizados, con cursos de inglés para que los inmigrantes se puedan defender, de historia para reforzar su autoestima y de divulgación de la ciencia para ayudarles a enfrentar un mundo complejo.

Es más, dado que ya existe un número considerable de mexicanos viviendo en Estados Unidos no estaría de más que tuvieran un representante popular en las Cámaras de Diputados y de Senadores, de tal manera que estuvieran seguros de que cuando menos se harían gestiones mínimas para que no se abuse de ellos.