Javier Flores
Medicina: controles, espacios, sexos

En las sociedades occidentales la definición de los criterios por los que un individuo es considerado hombre o mujer radican principalmente en la biomedicina. Tan es así que es este campo del conocimiento el que dicta la última palabra en casos de controversia. Por lo menos desde el siglo XVI en el que Ambrosio Paré se ocupaba del estudio de los monstruos y prodigios --incluidos los hermafroditas o andróginos--, hasta el siglo XIX en el que otro Ambrosio, esta ves Tardieu, dictaminaba el sexo en casos de duda judicial o policiaca, es el conocimiento médico el que acumula el saber y emite los juicios definitivos sobre la identidad sexual de las personas. La medicina del siglo XX ha sido fiel a esta herencia y sigue cumpliendo esta función, acumulando conocimiento y extendiendo un poderoso arsenal de novedosas técnicas para apoyar sus dictámenes sobre una base científica.

Pero además de este papel como depositaria del conocimiento de la biología humana, la medicina no es ajena a su entorno. Para la definición del sexo establece relaciones múltiples con otras instancias de la sociedad. Sobre la identidad sexual, a lo largo de la historia, atiende los reclamos de la familia, la escuela, los tribunales y las cárceles --casi nunca las formuladas por el propio individuo. También por su propia iniciativa, detecta las anomalías y sugiere procedimientos para corregirlas. Así, se convierte en uno de los más fieles guardianes de un paradigma de dos sexos.

En efecto, para la biomedicina el sexo de cada individuo solamente puede ser uno de entre dos categorías posibles, hombre o mujer. Pero, curiosamente, esta certidumbre no ha surgido del conocimiento médico.

Para el caso de occidente, el paradigma de dos sexos es con mucho anterior a la medicina hipocrática, uno de los antecedentes más antiguos del saber médico en nuestra civilización. Entonces la medicina occidental no crea esa ``certeza'', más bien se organiza en torno de ella. En su evolución, acumula conocimientos, define sus concepciones sobre lo patológico y diseña tratamientos que no intentan ponerla en duda y por el contrario refuerzan la idea de dos sexos. El saber médico de occidente tiene un carácter confirmatorio de una noción cuyo origen le es completamente ajeno.

No sólo eso. La medicina, en tanto institución integrante de la sociedad, reúne además varias de las características que son comunes a los mecanismos de control de la sexualidad. Por esta razón es un buen modelo para examinar cómo se articulan estos dispositivos de regulación y el paradigma de dos sexos.

En este punto vale la pena volver la mirada a la obra de Michael Foucault. El papel de esta área del conocimiento en el control de la sexualidad queda de manifiesto en varias de sus obras. Así, en el primer volumen de su Historia de la sexualidad hace notar que la medicina cumple una función de garantía científica de inocuidad, creando espacios limitados para que se hable de la sexualidad.

También, observa de qué manera los valores sociales frente al sexo permean el discurso médico, al estar presentes en los textos de esta disciplina en el siglo XIX juicios como la ``vergüenza y la repugnancia'' en torno a las anomalías sexuales. Muestra cómo, desde el siglo XVIII, la medicina interviene en el autoerotismo de los adolescentes, condenando esta práctica y vinculándola con un panorama de enfermedad y muerte. Explica cómo va adjudicándose como propio el dominio de las ``perversiones sexuales'', adscribiéndolas al territorio de la enfermedad mental, etcétera. Se trataría, según Foucault, de una ciencia subordinada en lo escencial a los imperativos de una moral social y un medio para lograr una normalización de la sexualidad1.

Por otro lado, en el surgimiento de la medicina actual hay una dimensión de particular importancia que es el espacio. La espacialización de la actividad médica --espacialización terciaria la llama Foucault-- está guiada por su papel frente a lo patológico, con ello se garantiza que todas las enfermedades no escapen al control médico reduciendo los riesgos para la sociedad. Se trata de la forma en la que la enfermedad ``...está cercada, médicamente investida, aislada, repartida en regiones privilegiadas y cerradas, o distribuida a través de medios de curación, preparados para ser favorables''2. Esto significa que la evolución de la medicina hasta llegar a su versión moderna implica una modificación de los espacios que cubre. Si colocamos ahora a la sexualidad en estos espacios médicos, tendríamos una sexualidad cercada, aislada, con una investidura médica y distribuida de acuerdo con los medios de curación.

La espacialización de la medicina moderna, no solamente garantiza su papel como un dispositivo de control de la sexualidad que llega a todos los rincones de la sociedad, además permite evaluar sus alcances en la preservación de una idea de dos sexos únicos. Los espacios que cubre le permite detectar y cercar todas las anomalías, es decir, todos los casos que se apartan de este paradigma, dotarlos de una investidura médica y asegurar su corrección.

Cuando se acepta que la idea de dos sexos no está determinada por las sociedades, lo que se ocurre, casi por reflejo, es adjudicar su origen a una dimensión biológica. Sin embargo, la biomedicina, por su doble papel como dispositivo de control de la sexualidad y garante de un paradigma de dos sexos, no parece ser el sitio donde podamos encontrar una respuesta satisfactoria.

1. Foucault, M. Historia de la Sexualidad 1. La voluntad de saber. Siglo XXI, México, 1977.

2. ---------- El nacimiento de la Clínica. Una arqueología de la mirada médica. Siglo XXI, México, 1991.