La Jornada Semanal, 12 de mayo de 1996


Cultura y comercio

Gabriel Zaid

Océano acaba de reeditar un clásico contemporáneo de nuestras letras, Cómo leer en bicicleta, de Gabriel Zaid. La misma editorial publicará en breve Los demasiados libros, con el que Zaid obtuvo la mención en el concurso de ensayo de la editorial española Anagrama. El autor de Cuestionario ha mostrado una insólita capacidad para servirse simultáneamente de la calculadora y la pluma, de la economía y la cultura. Después de los textos sobre los usos y abusos de la información, llegamos a otra arista del tema: cómo opera la cultura en una sociedad que forzosamente requiere del comercio? Nadie mejor que Zaid para una respuesta que arroje otras preguntas.



Quisiéramos creer que la cultura y el comercio se excluyen. Que lo culto circula y se adquiere de maneras no comerciales, más cercanas al culto y a lo oculto. Que tiene algo de brebaje iniciático, que se da a beber a los elegidos y se adquiere por grados, bajo el control y la garantía de origen de la Iglesia, la Academia, la Universidad, el Estado, el Establishment.

Con la apertura hacia las culturas indígenas, el cuadro se complica pero no cambia. Aunque se diga, al parecer con gran audacia, que son tan culturas como la nuestra, la separación se mantiene por el hecho de ser "otras". En cuanto dejan de ser "otras", se "comercializan". Cultura es la otredad que tiene la gente culta y los grupos indígenas todavía al margen del comercio con las capitales culturales. Las zonas intermedias, por ejemplo: las canciones de radio, telenovelas y hasta los espectáculos folclóricos, son producciones comerciales, no cultura.

En todo esto, se supone que el comercio es sucio, o al menos poco noble. Repugna, por ejemplo, que en lo divino intervenga el comercio. Y, sin embargo, ahí está Hermes: inventor de la lira y dios del comercio, de los caminos, de la comunicación. También (cosa importante, por los aspectos iniciáticos de la cultura y hasta de los negocios), gran personaje de la tradición alquimista. (Aspectos iniciáticos de los negocios: mitológicamente, la pretensión de convertirlo todo en oro; religiosamente, las mutualidades masónicas que sirven para hacer negocios; socialmente, la fe popular en las graduaciones académicas como llaves del éxito económico.)

La misma palabra comercio, como la palabra trato (que suena a trade), es doble. Comerciar es también tener trato y comunicación unas personas con otras. Se puede hablar de comercio carnal, sin implicar un trato comercial. Fray Luis de León, traduciendo el Cantar de los Cantares, habla del gusto de tratarlos en las manos, refiriéndose a los pechos. Trato tiene que ver con tradición, traición, traducción, traer, trailla, tráfico, trazar (las últimas palabras, de interés porque trade tiene que ver con trail y track). Decir que la educación se mama quiere decir que se comunica en un trato de pechos, que no se adquiere con dinero o cursos, menos aún leyendo independientemente. Los libros de how-to son, por eso, eminentemente incultos.

Desde los gremios medievales hasta los trade-unions de la construcción norteamericana (pasando por la masonería de los albañiles franceses), la comunicación de los oficios se ha querido sustraer del comercio, convirtiendo el aprendizaje en vía iniciática para unos pocos elegidos, dignos de entrar a la hermandad monopólica. En ciertos círculos de yoga, todavía se respeta la tradición esotérica del saber que se comunica "de boca a oído" y se adquiere a través del trato personal (no la lectura independiente); lo cual da poderes especiales al iniciador, pero requiere de su parte la pureza de no cometer simonía. El saber que se vende o se publica, según esto, se degrada: se comercializa.

Nótese también la ambivalencia o doblez con que en los círculos culturales se desea y se teme el éxito (exotérico, externo, comercial). La importancia de ganarse el respeto de la hermandad esotérica, más que ganarse al público. No llegar al público es, en último término, la negación misma de la cultura: no comunicarse; pero también salvarse de la perdición comercial y exitosa: una garantía de pureza. El éxito comercial puede ser contraproducente, llevar a la perdición del crédito en los mejores círculos. Queremos que los libros se democraticen, que puedan ser leídos por todos, que estén a la mano en todas partes, pero que sigan siendo sagrados.

Hay en estas ambivalencias una más fundamental, de la cosa misma. Es cierto que la cultura no es mercancía. Pero, lo son entonces las naranjas, los azahares, los pájaros, los atardeceres...? Todo puede ser revelación y volverse moneda, cosa, mercancía. Para evitarlo, se crea un proceso de certificación, ambiguo como la cosa misma. El texto se vuelve escritura. El título académico garantiza. La institución legitima. El aval de los entendidos consagra.

Y ahí está la contradicción. La cultura moderna nace rechazando las mediaciones tradicionales, cree en la revelación independiente: una lectura propia de la cosa misma, revelándose al lector. Pero lo que se llama "culto" sigue siendo lo contrario. Algo que para serlo tiene que ser mediatizado por un proceso externo a la lectura misma: por los ritos de pase de una institución que consagra, gradúa y garantiza.

Puede haber un comercio no comercializado? Lo ha habido siempre, según el testimonio de los antropólogos. El comercio empieza como diálogo: el intercambio tribal (antes que trueque o compraventa) es el toma y daca de una conversación. Y eso sigue ahí. Desde luego, en la actitud de los campesinos que se niegan a venderle al que no les cae bien o no platica y regatea. Pero, en último término, hasta en las máquinas vendedoras; de igual manera que el milagro de los buenos días subyace bajo el saludo mecánico.

Así también estuvo en el comercio de los monasterios, y hasta en la venta de indulgencias, que puede verse como una confusión reveladora de la ambigüedad de cualquier mercancía. Vender flores, no es vender un milagro?, no es vender gracia?, no es vender pasaportes al cielo?, no es poner la eternidad en el mercado? La conciencia de esta ambigüedad nace con la cultura comercial, que se escandaliza de la venta de indulgencias, pero no puede volver atrás (a la autarquía feudal).

Se trata de una mala conciencia perturbadora del comercio del libro y de todo comercio que se siente más noble que el comercio (en las comunas hippies, en las cooperativas, en las tiendas parroquiales, sindicales y estatales). El comercio del libro parte y se aparta del templo; crece con la revolución comercial y prefigura la industrial (el libro impreso con tipos intercambiables es una de las primeras manufacturas que se abaratan estandarizándose); favorece la revelación independiente por la que aboga el protestantismo (que abomina de la venta de indulgencias, pero vende la Biblia hasta convertirla en un betseller) y también la Revolución francesa (que nace vendiendo enciclopedias).

Tarea para el lector: investigar por qué los enciclopedistas franceses, siendo revolucionarios, abogan por el libre comercio; y cómo la cultura liberal, las profesiones independientes y el libro impreso nacen al mismo tiempo. Considerar la revolución cultural, que va de la invención de la imprenta al protestantismo; su contrarrevolución restauradora de nuevas formas de clericalismo: los colegios profesionales, la masonería, los partidos comunistas, la pretensión de enseñarlo todo académicamente, el intervencionismo estatal, la presión de las grandes burocracias (públicas, sindicales, académicas y privadas) contra la vida independiente. Ver en el asco de los nuevos clericalismos al comercio un asco reaccionario contra los horrores de la libertad: una contradicción con el origen comercial de la cultura moderna.

Todo comercio es conversación: cultura, siempre en riesgo de volverse blablá. Está muy bien sentir que los libros no son mercancía, sino diálogo, revelación; pero no para despreciar el comercio, sino para recordar que, en último término, nada es mercancía.


Fotos de Ernesto Lehn




La Jornada Semanal, 12 de mayo de 1996


La teología de la información

Gianni Vattimo



El ensayista italiano Gianni Vattimo ha puesto al día temas que van de la filosofía de Martin Heidegger a las discusiones en torno al concepto de posmodernidad. Estudioso de la cultura de masas, combina la reflexión filosófica con asuntos altamente noticiosos. Entre sus libros destaca El fin de la modernidad, publicado en México por Gedisa, en 1986.

En una página del ensayo sobre El origen de la obra de arte (1936), Heidegger había aventurado un catálogo de los lugares privilegiados donde acontece la verdad. Este catálogo muestra una impresionante semejanza con la subdivisión kantiana de las facultades (razón pura, razón práctica, juicio) o con las formas hegelianas del espíritu (arte, religión, filosofía, moralidad, fundación de un orden político), que se pueden reconocerfácilmente bajo las expresiones que Heidegger emplea en este texto. El hecho de que él no haya desarrollado después estas indicaciones, y de que en su relectura de las épocas de la metafísica se haya limitado a la apertura que acaece en la poesía (aunque sea en un diálogo continuo con el "pensamiento esencial"), entendida como "materialización de la verdad", creo que puede interpretarse como una confirmación implícita del hecho de que la "epocalidad" del ser excluye también la posibilidad de establecer definitivamente una especie de "cuadro de categorías", una definición sistemática de los lugares y de los tipos de eventos en los que, de vez en cuando, la apertura del ser sucede de forma inaugural. También estos lugares inaugurales de la verdad del ser mutan con las épocas.

Para buscar un lugar que muestre la apertura del ser que caracteriza nuestra época, las únicas indicaciones de las que disponemos son las provenientes de los textos filosóficos en los cuales, a través de la declinación de la filosofía en sociología, se expresa la exigencia de la superación de la modernidad y de la metafísica: los textos de Heidegger parecen retomar y radicalizar todas estas cuestiones en las páginas en las que trata lo que él llama el Ge-Stell. Esta palabra, que juega con el significado "compuesto" del prefijo ge-, indica para Heidegger el conjunto del Stellen poner,disponer, imponer, componer, que es propio de la tecnología moderna guiada por la ciencia experimental; en otras palabras, la metafísica en su fase final, en la que se identifica con la técnica entendida como la racionalización efectiva del mundo mediante la reducción de todos los seres a un sistema de causas y efectos controlado por el hombre.

Heidegger piensa que en el Ge-Stell se concentra y se hace visible la apertura del ser que caracteriza a la modernidad. En una página de Identidad y diferencia dice explícitamente que en el Ge-Stell que conlleva el peligro extremo para la humanidad del hombre puede también verse "un primitivo destello del Ereignis", del evento (nuevo) del ser, del cual depende la posibilidad de la superación de la metafísica. Heidegger explicó que este fulgor se produce porque en el Ge-Stell "hombre y mundo pierden por vez primera los caracteres que les había asignado la metafísica", y, sobre todo, la posición recíproca de sujeto y objeto.

La indicación que da Heidegger en esta página es muy esquemática. (En una conversación reciente, Gadamer me ha confesado que Heidegger, al presentar por primera vez este texto en una conferencia, era muy consciente de la novedad que representa esta afirmación respecto al resto de su obra. Por otra parte, según Gadamer, Heidegger no consideraba como fracaso de su pensamiento tanto el desagradable asunto de sus relaciones con el nazismo ay! como la insuficiente elaboración de la reciprocidad entre la superación de la metafísica y la ciencia-técnica moderna.) La brevedad y la fallida elaboración de esta indicación, que incluso con ayuda de la afirmación de Gadamer se concibe como una laguna esencial del pensamiento heideggeriano, está motivada probablemente por las mismas razones que impidieron que Adorno, por poner un ejemplo, comprendiera las posibilidades emancipadoras de la moderna sociedad de masas. Heidegger y Adorno mantuvieron una visión de la tecnología dominada por el modelo del motor, de la energía mecánica. La tecnología moderna sólo podía originar una sociedad subordinada a un poder central que envía sus órdenes, bien sean impulsos mecánicos, eslogans de propaganda política o publicidad comercial, a una periferia puramente pasiva, como las ruedecillas de un engranaje. De hecho, si tratamos de entender más claramente en qué sentido puede representar el Ge-Stell un chancede superación de la metafísica a través de la disolución de la relación sujeto-objeto que marca la existencia humana en la modernidad, el único camino es un cambio radical en la visión de la tecnología que, de hecho, deja entrever la posibilidad de una disolución de la rígida contraposición entre sujeto y objeto, que no es la tecnología mecánica del motor, con su movimiento unidireccional del centro a la periferia; pero bien podría ser la tecnología de la comunicación, en cambio, la técnica de recepción, ordenamiento y distribución de las informaciones. Es decir: la posibilidad de superación de la metafísica, que Heidegger vislumbra en el Ge-Stell, se despliega efectivamente sólo cuando la tecnología al menos la socialmente hegemónica deja de ser mecánica y se convierte en electrónica, en la tecnología de la información y de la comunicación.

Este desarrollo de las breves indicaciones expresadas en Identidad y diferencia excede, obviamente, las intenciones de Heidegger. Sin embargo, no es arbitrario, ya que parece sugerido por otros pasos decisivos en los textos heideggerianos, por ejemplo en los dos ensayos (contenidos en Sendas perdidas) sobre "La época de la imagen del mundo" y "Por qué poetas?" En el primero, Heidegger describe el mundo de la creciente especialización de las ciencias y de las técnicas como la época de la imagen del mundo: el esfuerzo por dominar el mundo mediante la extensión del cálculo a todos los campos de la naturaleza y de la vida, manifiesta una tendencia irresistible a disolver la objetividad de los objetos en puras abstracciones. La imagen del mundo creada por la ciencia tiende a explotar en una multiplicidad indefinida de imágenes causadas por la cada vez más refinada especialización de los lenguajes científicos particulares (lo que implica esferas de intereses corporativos). Basta extender esta multiplicación de las imágenes del campo de la ciencia y de sus lenguajes, al cual se refiere Heidegger, a la esfera más general de la comunicación social, que se ha desarrollado gracias a la prensa, a la radio, a la televisión y a todo lo que se agrupa bajo el nombre de telemática, para ver más claramente lo que Heidegger podía entender cuando pensaba en la posibilidad de que el Ge-Stell preparase una superación de la metafísica mediante la disolución sujeto-objeto que ha dominado la modernidad. Puede reconocerse en el Ge-Stell un primer destello del nuevo evento del ser en la medida en que conlleva una disolución de los rasgos realistas de la experiencia, un debilitamiento del principio de realidad. Es posible que sólo el paso de la tecnología de su fase mecánica a la informática y electrónica determine el advenimiento de la posmodernidad, y abra a la filosofía la posibilidad de entender mejor lo que Heidegger vislumbra en el texto citado de Identidad y diferencia.

La tecnología de la información desmiente las apocalípticas previsiones de Adorno: por una parte, es cierto que los mass media tienden a homologar y uniformar el fenómeno contrario: en la sociedad en la que es más alto y extenso el poder de los media, minorías y subculturas de todo tipo se hacen visibles, aunque sólo sea para responder a las exigencias del mercado, que necesita novedades permanentemente. La intensificación del sistema de los medios de información tiende también a multiplicar las "agencias interpretativas"; y, por una razón paradójica de autodesmitificación, estas agencias se presentan de forma cada vez más explícita como interpretativas. Sólo así se explica la atención frecuente que los media dedican a los acontecimientos que les conciernen: las noticias sobre quién compra el paquete mayoritario de acciones del periódico o la televisión son un elemento clave de sus informaciones. La exhibición explícita de la multiplicidad de agentes interpretativos que construyen nuestra imagen del mundo produce el efecto de una drástica reducción del sentido de la realidad: el mundo es, cada vez menos, algo que se da "ahí afuera" y parece identificarse, cada vez más, con una especie de residuo, una cristalización del "conflicto de la interpretaciones", como dice Ricoeur. Este efecto de la mediatización de nuestra cultura adquiere su significado "epocal" si se le relaciona con la disolución de las pretensiones de objetividad de las ciencias y con la disolución de objetividad de la historiografía en la autoconciencia de los historiadores actuales. Lo que el surgimiento de las subculturas ha producido en la sociedad de los media se reconoce también en la conciencia histórica de nuestro tiempo, en los efectos que sobre ella ha producido la aparición de otros universos culturales que son consecuencia de la descolonización. Mientras que la mediatización ha concedido la palabra a una multitud de minorías y subculturas, y ha evidenciado el carácter interpretativo de nuestra imagen del mundo (rompiendo su unidad), la historiografía se ha hecho consciente del esencial carácter "retórico" de nuestras formas de reconstruir la historia del pasado. No sólo hay muchas formas de contar la historia, sino que son las clases dominantes como señalaron Nietzsche y Benjamin las que imponen "su" historia.



Por convenio con Culturas, de Diario 16.


Foto de Ernesto Lehn