La Jornada Semanal, 12 de mayo de 1996
Dónde están vuestros monumentos, vuestras batallas,
vuestros mártires?
Dónde vuestra memoria tribal? Están, señores,
en esa bóveda gris. La mar. La mar
los ha guardado bajo llave. La mar es la Historia.
En el principio fue un petróleo bullente,
denso como el caos;
luego, luz al final de un túnel,
el farol de una carabela;
y fue el Génesis.
Luego, los gritos de los hacinados,
la mierda, los gemidos:
el Éxodo.
Huesos soldados a otros huesos por el coral,
mosaicos
cubiertos por la bendición de la sombra del escualo,
y fue el Arca de la Alianza.
Luego surgieron, de las pellizcadas cuerdas
de la luz del sol sobre el fondo de la mar
vibrantes arpas del cautiverio babilónico,
mientras blancos cauris se estrecharon
como esposas ciñendo las muñecas de las ahogadas,
y fueron los brazaletes de marfil
del Cantar de Salomón,
pero el océano pasaba siempre páginas en blanco
en busca de la Historia.
Luego vinieron hombres de ojos pesados como anclas
que se hundieron sin tumba,
bandidos que asaron el ganado,
dejando calcinadas costillas, como palmas sobre la playa;
después las espumantes, rabiosas fauces
de un raz de marea engulleron Port Royal,
y fue Jonás,
pero dónde está vuestro Renacimiento?
Encerrado, Señor, en aquellas arenas de mar,
allá, tras la batiente repisa del arrecife
donde flotan, corriente abajo, las malaguas;
póngase estos anteojos de buceo, yo mismo lo guiaré.
Todo es sutil y submarino,
entre columnatas de coral,
ya traspuestas las góticas ventanas de las gorgonias,
adonde pestañea, con ojos de ónix,
crujiente cherna con su lastre de joyas, como una reina calva,
y esas grietas forradas de esquinas vivas y lapas,
hoyosas como piedra,
son nuestras catedrales,
y el horno que precede a los huracanes:
Gomorra. Huesos pulverizados por molinos de viento
hasta volverlos marga y harina de maíz,
y fueron las Lamentaciones,
sólo Lamentaciones,
no la Historia:
luego brotaron, nata sobre los labios resecos del río,
las pardas cañas de las aldeas
esparciéndose y coagulándose en ciudades,
y al anochecer: el coro de los mosquitos,
y por encima de ellos, los chapiteles
alanceando un flanco de Dios
al ocultarse Su hijo, y fue el Nuevo Testamento.
Luego vinieron las blancas hermanas
aplaudiendo el progreso de las olas,
y fue la Emancipación
júbilo, oh júbilo
esfumándose enseguida
como encaje marino que se seca al sol,
pero no era la Historia,
solamente la fe,
y entonces cada roca encerró consigo su propia
nación;
entonces vino el Sínodo de las moscas,
el airón secretario,
el escuerzo bramando por un voto;
cocuyos de ideas brillantes,
murciélagos como embajadores en aviones a reacción,
la mantis, como policía de caqui.
orugas guarnecidas de pieles: los jueces
examinando con cuidado cada caso;
entonces, en las oscuras orejas de los helechos,
en la ahogada risita de sal de las rocas
con sus hoyas de mar, se elevó el tumulto
como rumor sin eco,
de la Historia, empezando realmente.