Guillermo Almeyra
Palestina, un mundo inextricable

La cuestión palestina es una más entre las tantas expresiones de incapacidad de las Naciones Unidas y el bombardeo israelí contra el cuartel de la ONU en el sur del Líbano, que había dado refugio a cientos de civiles, no sólo demuestra una vez más el terrorismo de Estado, consciente y premeditado, sino también la falta de prestigio y fuerza de la organización, a la que es posible mentir, bombardear, ningunear impunemente.

Los llamados ``acuerdos de paz'' dependen, por lo tanto, directamente de las voluntades de Estados Unidos y de los militares israelíes: todos los demás participantes, desde la OLP y Arafat hasta Francia, Rusia, Siria, Egipto, no son más que comparsas impotentes en un guión determinado por las necesidades internas israelíes y estadunidenses (o sea, también israelíes, dada la importancia del lobby y del voto de los judíos, sobre todo en lo que respecta al partido Demócrata de Estados Unidos. Los errores de Arafat son y han sido muchos, pero el callejón prácticamente sin salida en que se encuentran los palestinos no dependen de ellos sino de una relación mundial. Es más, Israel, acusado por todos salvo por Washington, se veía obligado a dejar de financiar a Hamas o incluso al terrorista Abu Nidal para debilitar a la OLP y a desistir de considerar a Arafat como un peligroso terrorista, del mismo modo que los campeones del apartheid en Sudáfrica tuvieron que tratar con Nelson Mandela.

Los acuerdos de Oslo II firmados en Taba y después en Washington el 28 de setiembre pasado, no han sancionado la paz sino una nueva fase del conflicto, pues han sido impuestos a la OLP por la falta de cualquier otra opción. Los palestinos, por ejemplo, renuncian al 70 por ciento de los territorios ocupados por Israel y obtienen una ``soberanía'' sobre el 3 por ciento de ellos y, de modo limitado, sobre otro 27 por ciento, mientras el ejército israelí entra a voluntad en ambas partes.

Además, en la zona de la cual se retirará el ejército israelí seguirá en pie el control a los desplazamientos de los palestinos de una ciudad a otra en su propio territorio y las colonias judías estarán unidas por corredores mientras el ejército israelí mantendrá barreras y puestos de bloqueo en los territorios ``soberanos'' de los palestinos y mantendrá sus bases ``estratégicas'' y las guarniciones en las colonias judías dentro de esos territorios. Por otra parte, la policía de la OLP estará dotada sólo con armas livianas y deberá comunicar todos sus movimientos al ejército israelí y en Hebrón, para proteger la tumba de los patriarcas, los palestinos podrán tener sólo dos policías en el contingente militar israelí.

Es lógico, por lo tanto, que muchos palestinos rechacen estos llamados acuerdos de paz y critiquen a Arafat, prestando oídos a los fundamentalistas (sobre todo en la franja de Gaza) o a los grupos de izquierda más o menos cercanos a Siria. Particularmente porque el agua de la región sigue yendo a Israel a llenar las albercas y a regar los cítricos de exportación, mientras los campos palestinos la pagan caro y la usan con cuentagotas. Y porque el ejército israelí sigue arrancando los olivos, arrasando los cultivos y derribando las casas de los familiares de los palestinos sospechosos de terrorismo. Al mismo tiempo, dada la relación de fuerzas que es absolutamente desfavorable a la OLP, no es sorprendente tampoco que Benjamin Netaniahu, jefe del Likud, declare que si gana las elecciones israelíes no respetará los acuerdos de Oslo ni mucho menos los de Taba y Ariel Sharon, el asesino de Sabra y Chatila, diga que si va al gobierno desarmará a los policías terroristas que para él son ``terroristas uniformados''.

Si el halcón Rabin tuvo que hacer de paloma porque Israel ya no es tan vital para Estados Unidos como hace 10 años y la situación internacional y la intifada le imponían buscar una tregua, Shimon Peres, el primer ministro paloma, ha tenido que hacer de halcón y mostrar los músculos militares en Líbano, para ganar votos de la derecha israelí y alejar de las negociaciones diplomáticas a Siria y a Francia (que protege los intereses de Damasco). El atentado organizado contra el cuartel de la ONU (presentado como ``error'' cuando Israel sabe hasta cuál hoja se mueve en el sur de Líbano y quién y cuántos viven en cada casa) tiene el mismo sentido: recordar a Naciones Unidas que la ley en la región la hacen Washington y Tel Aviv.

Esto ha debilitado nuevamente a Arafat en su intento de crear un Estado palestino, cosa que es imposible sin la paz de Israel con Líbano y Siria y sin que ésta cese de mezclarse en los asuntos libaneses y palestinos, o sea, sin un acuerdo regional. Queda así abierta la vía del terrorismo, que Israel financió y utilizó y que ahora puede ayudar a la derecha israelí a llegar al poder para hundir la posibilidad de paz.