Angeles González Gamio
Nadie sabe para quién trabaja

En lo que eran las afueras de la antigua ciudad de México, hoy Centro Histórico, se encuentra un pequeño y precioso panteón: San Fernando. En sus buenos tiempos fue parte de un gran convento de Propaganda Fide, que fundaron en 1730 ocho misioneros franciscanos venidos de Querétaro, en donde ya existía esa institución.

De inicio compraron una casa junto al hospital de San Hipólito y poco a poco se fueron extendiendo, hasta llegar a tener una bella iglesia, construcciones conventuales, un magnífico atrio y un cementerio. De todo ello actualmente subsiste el templo, el atrio convertido en un hermoso jardín y, milagrosamente, el panteón.

Todas las instalaciones estuvieron decoradas con magnificencia por los mejores artistas de la época. Destacaban los retablos de madera dorada, del estípite barroco, destruidos el siglo pasado. El camposanto, concebido originalmente sólo para la orden, se puso de moda y las familias importantes de la capital, solicitaron ser enterradas allí. Años después el gobierno lo eligió para sepultar a los hombres ilustres.

Las ceremonias que se celebraban por los entierros eran de tanta importancia, que uno de ellos aparece en una litografía de Decaen, que publicó el periódico de la Cruz, a mediados de la anterior centuria. Esa gaceta, que ahora es una joya para los bibliófilos, en realidad son unos libros que además de bellos grabados tienen valiosa información.

El convento fue abandonado y destruido a raíz de las Leyes de Reforma que expidió don Benito Juárez, permaneciendo el templo y el panteón; curiosamente allí se encuentran los restos del Benemérito, en una hermosa tumba con una escultura que lo representa muerto con la cabeza reclinada en el regazo de la Patria, representada por una bella mujer que llorosa y con el cabello suelto lo contempla. Ambas figuras son de tamaño natural de una sola pieza de mármol italiano de Carrara y fueron esculpidas por los hermanos Juan y Manuel Islas. Esto se encuentra dentro de suntuosos monumentos que semejan un templete griego, compuesto por 16 columnas que sostienen un entablamento, todo ello de la misma lujosa piedra blanca. Los franciscanos que se vieron obligados a abandonar sus espléndidas edificaciones y cómoda existencia, por las leyes juaristas, seguramente en donde se encuentre su espíritu, se dicen: nadie sabe para quién trabaja!También encontraron cristiana sepultura en ese lugar otros mexicanos ilustres como Vicente Guerrero, Ignacio Comonfort, Tomás Mejía, Miguel Miramón, Ignacio Zaragoza, Vicente Riva Palacio y el valeroso periodista Francisco Zarco. Este célebre camposanto estuvo sin embargo a punto de desaparecer, cuando el gobierno de Porfirio Díaz aprobó un proyecto del arquitecto Heredia para edificar el Panteón Nacional, a donde serían trasladados los restos de estos personajes, clausurando el antiguo cementerio, al igual que se hizo con todos los que se encontraban dentro de la ciudad.

Volviendo a la iglesia y convento, el nombre se le puso en honor al rey Fernando VI. Allí se formaron misioneros insignes entre los que sobresalen Junipero Serra y Francisco Palou, civilizadores del norte del país y fundadores de las misiones californianas. El templo muestra fachada de tezontle, portada de cantería con exuberante labrado y un sencillo campanario de una sola torre. Destacan cuatro columnas con estrías móviles en zig zag, que adornan la portada; esto se complementa con el mismo número de pilastras estípites, cuyos cubos tienen labrados a los apóstoles y un relieve con la imagen de San Fernando, rodeado por infieles y ángeles. El interior perdió prácticamente toda la decoración de valor, sólo conserva el púlpito bellamente tallado, un par de pinturas y un lavabo de piedra con azulejos poblanos.

El que fuese atrio ahora convertido en plaza, es un encantador jardín, con un carácter muy siglo XIX, sombreado por enormes árboles, bancas provincianas que invitan a sentarse a matar la tarde y en el centro una excelente estatua del general Vicente Guerrero, fundida en bronce, en 1867, por el escultor Miguel Noreña.

Por sus cercanías con La Lagunilla, si el paseo es el domingo puede resultar muy agradable ir a darse una vuelta para ver qué ``cháchara'' de los viejos tiempos se encuentra y terminar con un rico cabrito en el tradicional ``Correo Español'', en el corazón del añejo barrio.