León Bendesky
Capitalismo reformado

El capitalismo es hoy un sistema de organización social venido a menos. Es cada vez más evidente su incapacidad para generar niveles suficientes de ganancias para las empresas y un bienestar creciente para la mayoría de la población. Esta es, sin duda, una de las grandes contradicciones que padece hacia el final del siglo. La era de expansión económica que se gestó después de la segunda guerra mundial empezó a quebrarse hacia fines de la década de 1970. La economía mundial entró en una fase de más lento crecimiento, y ahora el otro pilar de la estabilidad de la posguerra en los países industrializados, las políticas de bienestar, están siendo revisadas después de haber resistido las reformas precursoras del gobierno de la señora Thatcher en la Gran Bretaña.

Hace unos meses fue en Francia donde las reformas sociales propuestas por el gobierno de Juppé provocaron las multitudinarias protestas populares. Ahora le toca el turno al canciller Kohl que está promoviendo una amplia reforma del sistema social de mercado, que sirvió para hacer de Alemania una potencia económica con altos niveles de bienestar.

En la economía no hay milagros y el éxito alemán de la segunda posguerra se debió, además de la propia capacidad de sus habitantes, a una favorable condición geopolítica que ubicó a esa nación en un punto estratégico de contención de la Unión Soviética. El capitalismo mundial no podía regenerarse sin Alemania, situada en el centro de Europa y pieza clave del nuevo proceso de acumulación. Esto se había puesto ya en evidencia después del Tratado de Versalles firmado en 1919 y fue bien comprendido por la diplomacia y los capitales de Estados Unidos que después de 1945 pusieron en marcha el Plan Marshall.

A la economía social de mercado de los alemanes hoy parece sobrarle la parte social. Alemania, como otros países europeos, tiene que cumplir con los compromisos establecidos en los acuerdos de Maastricht para alcanzar la unión económica y monetaria. Ello significa ajustar el déficit fiscal reduciendo el gasto público, que en esa nación significa bajar los beneficios de las compensaciones sociales. La reforma no es sólo un tema financiero sino que abarca la forma misma de organización política de ese país basada en un modelo de consenso entre partidos, entre el gobierno central y los locales, y entre empresarios y trabajadores.

La globalización de la economía y la creciente competencia que enfrentan las empresas alemanas llevan a replantear actualmente en esa nación el dilema esencial de la distribución de la riqueza. El conflicto distributivo es el que está en el centro de la reforma social que se propone y se expresa, como siempre lo ha hecho, entre las ganancias y los salarios. Durante un periodo largo de más de tres décadas, este conflicto se pudo dirimir con la activa participación del Estado, creando los mecanismos de protección social que soportaron la expansión económica en los países industrializados. Alemania se convirtió en un caso ejemplar de esta forma de ordenamiento social y hoy debe someterse a la nueva lógica de la competencia, que en términos teóricos y políticos se expresa en el retiro de las políticas activas de gestión social del Estado y en la consecución del equilibrio fiscal.

El derrumbe de la Unión Soviética no trajo, como se había anunciado, una era de consolidación del capitalismo como sistema dominante de organización económica y de promoción de las libertades. Al parecer ese derrumbe ha evidenciado las propias fracturas de este sistema y que se expresan de manera creciente en una disputa por el excedente en el marco de una feroz competencia por las utilidades en un mercado que no acepta ya los compromisos nacionales, como los que definieron el modelo alemán.

El crecimiento económico en los países industrializados se ha reducido, las tasas prevalecientes en promedio en los últimos años están alrededor del 2.5 por ciento anual, si bien ha logrado contener las presiones inflacionarias, el costo ha sido el de un mayor desempleo y ahora el de mayores presiones sociales por redefinir las condiciones de vida de su población. En el otro extremo del entorno económico está el de un puñado de países en desarrollo que han logrado alcanzar altas tasas de crecimiento del producto, naciones como algunas en el este de Asia y China recientemente. En México, como bien sabemos, son ya 15 años de una continua crisis económica y hoy no podemos iniciar todavía una salida de esta nueva recesión. Aquí el debate sobre el bienestar no tiene, obviamente, los márgenes que existen en Francia o en Alemania. Si el capitalismo industrializado está en cuestionamiento, el sistema económico que aquí predomina es de una ineficiencia brutal en términos sociales.

En todo caso lo que está hoy en disputa es el sentido de la noción de progreso que se asocia con el capitalismo y con su mecanismo esencial, el mercado. La recomposición política del mundo, las formas de acumulación productiva y financiera asociadas con la creación de los mercados globales, la reestructuración de los procesos de trabajo y la determinación de los salarios y la capacidad de reintegrar a una parte creciente de la población que está quedando fuera del proceso de generación y apropiación de la riqueza, son asuntos que marcan el conflicto social que hoy se vive. Es en ese ámbito que el sistema requiere de reformas y para ello la visión predominante tiene un horizonte muy estrecho. Peor para todos.