Ahora que se dio a conocer el Programa Nacional de Política Industrial y Comercio Exterior, cabe reflexionar sobre lo que en realidad sucede con uno de sus puntos clave: la inversión. En otros momentos hemos hablado sobre la importancia de la inversión pública en un país como el nuestro, ahora vamos a decir algo sobre la inversión privada.
El discurso oficial no sólo pone por las nubes a la inversión privada: la usa para justificar medidas de lo más diversas entre sí. Uno de los ejemplos que más se han dado a conocer últimamente es el de la venta de los complejos petroquímicos de Pemex. Pero si ésta se consumara, la realidad es que esa inversión ya no se daría en plantas nuevas, porque ya se gastó en comprar las viejas. Tampoco se ha cumplido en los hechos el supuesto de que sin medidas como ésta no vendrá la inversión del exterior. Un contraejemplo, no el único pero sí tal vez el más contrastante, es el de China que, sin haber vendido empresas públicas, recibió, ya en 1994, casi 30 mil millones de dólares de inversión extranjera.
Han sido otras las razones que han inhibido la inversión extranjera y también la nacional en nuestro país. Además del temor a más devaluaciones y los mil trámites requeridos para todo, una causa muy importante es lo deprimido que se mantiene al mercado interno. El dinero público que se gasta en apoyos económicos que sí se ha gastado en grandes montos y muy concentradamente ha sido sobre todo para rescatar bancos y subsidiar autopistas concesionadas. Cuando una empresa productiva tiene este tipo de problemas, simplemente se le deja morir. Pero esto no es lo principal, sino el hecho de que se mantiene deprimido el mercado interno.
Quedan las exportaciones, en el único sector que verdaderamente se puede desarrollar en las actuales condiciones de dólares caros y mercado interno deprimido. Sin embargo, incluso ahí se ha actuado en forma tal que se afecta a exportaciones mexicanas. Primero se firmó el Tratado de Libre Comercio que establece la gradual eliminación de los subsidios a las exportaciones, y luego se subsidiaron exportaciones abriendo la puerta a juicios antidumping. Es decir, en Estados Unidos sobre todo, se han impuesto sanciones a productos mexicanos porque llevan un subsidio que les permite competir deslealmente con los productos de allá. Este problema surgió desde el pasado sexenio. Uno de los casos más generales de subsidio se ha dado en la energía, primero con el combustóleo hace unos años, y desde las devaluaciones de fines de 1994 en adelante, con la electricidad. Esta se ha estado vendiendo a los principales exportadores a aproximadamente la mitad del precio vigente del otro lado de la frontera.
Estos juicios antidumping han sancionado a empresas mexicanas. En varios casos, la forma de eludir esas sanciones ha sido invertir en el exterior, en países en los que se vende el bien o servicio aquí subsidiado, la electricidad en este ejemplo, a precios del mercado. Se abren o compran instalaciones en otros países, y no se invierte en México, donde opera la matriz de estas empresas. Acaso no es esto como para que se pongan a pensar quienes han adoptado estas medidas?Hay un claro ejemplo de que las medidas ultraliberales a las cuales no se ha llegado aquí, pero que no faltan quienes sueñan aquí con ellas, creyendo que así llegaremos al primer mundo no atraen la inversión, sino todo lo contrario. Hace unos años, la derecha ultraliberal logró que en la legislación de California se prohibieran los contratos de venta de electricidad a largo plazo. Todas las ventas serían en el libre mercado. El resultado: desde entonces, no se invierte allí en nuevas plantas de generación eléctrica, cuyos periodos de recuperación de la inversión son de varios años, porque no hay ninguna seguridad de que se vaya a dar esa recuperación, no digamos ya las utilidades que finalmente motivan esa inversión. Incluso fabricantes de equipo de generación han mudado sus oficinas de ventas de California a otros estados del mismo país del norte.
Acaso no es un momento para reflexionar? Claro, sería más sencillo, pero no necesariamente más efectivo en la solución de nuestros problemas, reducir todo a un ``voy derecho y no me quito'', y que todo siga igual.