El golfo de Darién es una región inhóspita, selvática, muy escasamente poblada. Pero tiene un gran interés estratégico pues separa a Panamá de Colombia, hecho que obliga a recordar que, para construir el canal que le interesaba, Washington estimuló la independencia de la que hasta entonces era una provincia colombiana y creó un país que siempre ha tratado de mantener como vasallo recurriendo a masacres e invasiones. Además, el Darién limita con la zona colombiana bananera de Urabá, altamente sindicalizada y en la que desde hace décadas hay una guerra civil confusa y enmascarada que ve empeñados en una sangrienta y aparentemente interminable lucha a guerrilleros y bandidos seudoguerrilleros, grupos armados de los patrones y soldados que actúan por cuenta de éstos o del gobierno de Bogotá. Por si fuera poco, desde el Darién se controla la parte centro y norte de América Latina, incluido México, y la parte sudamericana, sobre todo la andina, tan problemática para Estados Unidos.
En esa región crucial tropas estadunidenses estacionadas en Panamá, según el ministro de Gobierno de este país, realizan maniobras ``por periodos cortos'' para ``garantizar la frontera panamense'', lo cual ha llevado a las fuerzas aéreas colombianas a realizar vuelos de control sobre la zona y ha aumentado la alarma sobre una presión militar de Washington contra Colombia, aprovechando la inestabilidad política que impera en este último país.
Llama mucho la atención que, a tres años y medio del momento en que, según el Tratado Carter-Torrijos, las tropas del Comando Sur de Estados Unidos deberán retirarse del Canal de Panamá, las mismas se establezcan en el Darién con un pretexto que no tiene base, pues ni Colombia ni los colombianos han amenazado ni amenazan la frontera panameña y, además, no corresponde a Washington la defensa militar de la misma.
Tal medida hace temer, por un lado, por el cumplimiento del tratado sobre el canal, ya que la actitud de los soldados estadunidenses hace pensar que han decidido instalarse y quedarse. Por otro lado, revela también la aplicación acelerada, aunque paulatina, de una estrategia dura para América Latina pues, con el pretexto de una intervención humanitaria o contra el narcotráfico, el ejército de Estados Unidos unifica su acción con las fuerzas militares de los gobiernos que a ello se prestan, las rearma con instrumentos de guerra que, técnicamente, sirven a mucho más que a un control de la droga, unifica el equipamiento, la táctica y la estrategia de las tropas locales y ejerce un verdadero patronato sobre nuestros países.
El carácter estratégico de esta campaña no demasiado escondida ya se vio cuando el jefe del Comando Sur, con sede en Panamá, fue nombrado ``zar'' continental de la campaña antidroga, en el mismo momento en que la droga ha reemplazado, como justificación intervencionista, a la vieja teoría ``antisubversiva'' de la seguridad nacional, que se derrumbó junto con el Muro de Berlín. Es necesario, por lo tanto, recordar que no se puede jugar con los problemas fronterizos latinoamericanos para dividirlos y reinar mejor y, sobre todo, que lesionar la independencia y la soberanía de una nación hermana equivale a atentar contra todo nuestro continente.