Carlos Bonfil
Clerks

Clerks (Detrás del mostrador), primer largometraje de Kevin Smith, realizador independiente de 23 años, ha tenido, desde hace dos años, una exitosa trayectoria en Estados Unidos y Europa; Clerks llega a México de manera casi inadvertida, en formato video, sin estreno comercial a la vista, y distribuida por Miramax Films y Video Diler en blockbusters y videocentros.

Con un costo de 27 mil dólares (``La estética está en el presupuesto'', señala el director), un rodaje de tres semanas (20 noches en el interior de una tienda), y un puñado de actores principiantes y estupendos, Clerks es un alarde de inventiva e ingenio a partir de propuestas muy sencillas. La estética está en la estructura: 18 capítulos que son 18 viñetas humorísticas en blanco y negro con títulos contundentes: denuesto, sintaxis, excentricidad, lamentación, yuxtaposición, etcétera (otro título posible), 18 fábulas filosóficas minimalistas ambientadas en Nueva Jersey, con dos antihéroes del desarraigo existencial juvenil: Dante y Randall, empleados en una tienda de abarrotes y en un local de videos respectivamente.

Sus preocupaciones inmediatas son de orden sentimental, aunque esporádicamente les intrigan algunos enigmas de la sexualidad. Cómo puede, por ejemplo, Verónica (una Linda Lovelace de los noventas), vanagloriarse simultáneamente de 36 felaciones y de su fidelidad sexual con su novio Dante, el único con quien practica el sexo horizontalmente? Por qué manifiesta Randall a los 23 años un gusto tan pronunciado por el voyeurismo y por los transexuales? El sexo en Clerks está fuertemente ligado a las tiendas donde se contempla y ocasionalmente se practica: es sexo-mercancía y también sexo-espectáculo. El director Kevin Smith pasa revista a algunas mitomanías de la clase media urbana norteamericana, un poco en los terrenos de Hal Hartley, otro poco en los de Jim Jarmusch. Hay obsesiones por la regularidad, exactitud y equilibrio en el contenido de una caja de huevo; discusiones muy serias sobre la relación entre la trilogía de La guerra de las galaxias y las reparaciones de plomería y albañilería; cursos instantáneos de semántica y descripciones de prácticas sexuales, hoy tan peregrinas, como el intercambio de esperma de boca a boca, pintorescamente llamado snowballing -suerte de surfing sexual sobre la nieve.

Estrategias de mercadotecnia: detallar los efectos nocivos, devastadores, del tabaco, y proponer de inmediato la venta de goma de mascar; recitar una lista de títulos obscenos en una tienda de video frente a la clienta perpleja que, con niño en brazos, solicita una película infantil. Gusto de la provocación, actitudes iconoclastas a destajo, Clerks es el antimodelo de las comedias hollywoodenses con jóvenes nerds trabajosamente simpáticos y yuppies en perpetuo déficit neuronal. Randall (Jeff Anderson) y Dante (Brian O'Halloran) son protagonistas de una comedia posmoderna en la que el amor, la escatología y las fenecidas perversiones sexuales animan un juego de detonaciones verbales y hallazgos humorísticos. Hay escenas formidables que incluyen la necrofilia involuntaria y la promiscuidad que se ignora. Dante resume la perplejidad existencial de buena parte de la llamada Generación X: ``La verdadera tragedia es que no se suponía que debiera hoy estar aquí", hablando de la tienda en que trabaja. Esta perplejidad se disemina luego a casi todos los aspectos de la vida cotidiana del protagonista, del trabajo al amor, del ocio al erotismo, y de allí a la eternidad tema metafísico no del todo ausente en la película.

Tómese Amateur, de Hartley, y la primera secuencia de Perros de reserva, de Tarantino (en otras palabras, el nihilismo godardiano ambientado en Norteamérica y una sesuda digresión gangsteril en torno al tema de Madonna), y el resultado será cinco minutos de conversación entre Randall y Dante. En Clerks, Kevin Smith registra las obsesiones verbales detrás de los mostradores, la frustración del subempleo y las excentricidades de la clientela. Esta opera prima, verdadero catálogo humorístico de las miserias del pequeño comercio, señala el estilo vigoroso de un cineasta de primer orden.