Te he contado, viajera, de aquellas tardes del 68, cuando mi madre y mis hermanos --mi padre, enfermo y anciano aunque animoso, no estaba para esos trotes-- nos sumábamos a los contingentes estudiantiles en el a veces alegre, a veces solemne o indignado pero siempre decidido paso sobre Reforma y Juárez en que se forjó, para bien o para mal, mi conciencia contestataria.
Pero no fueron esas, ni mucho menos, las ocasiones en que pude sentir el apoyo apasionado de mi madre. Si estuvo conmigo en las horas de pequeños triunfos, como cuando gané algún concurso escolar, no me falló en amargos trances, como el día que como loba herida desafió al director de la escuela que me dio de baja por contravenir una de sus sacrosantas prohibiciones, y con tanto ardor que al rato fuimos dos los expulsados.
Ella sola, entre todas las clientas del mercado de la colonia, estaba de acuerdo con los estudiantes en el 68 y el 71, de modo que le llovían puyas y groserías de todos los puestos, y para todos tenía contestación y furia. Mi casa llegó a ser almacén de ``propaganda subversiva'', centro de discusión política y cuartel alternativo del comité de lucha donde militaba mi hermano mayor (a como están las cosas en la PGR, no sé si estos recuerdos de adolescencia pudieran configurar pruebas de algún hipotético delito), todo ello bajo la mirada a un tiempo preocupada y orgullosa de nuestra madre.
Esa solidaridad esencial de madres a hijos que me ha tocado ver tantas veces en la urbe constituye una fuerza cuyo potencial subversivo la convierte en uno de los primeros blancos del ataque ideológico, a base de rumores y amenazas sobre el destino que los vástagos pueden correr si persisten en actitudes de rebeldía.
Por estos días, en las escuelas secundarias del área metropolitana se realizan juntas para los padres de alumnos de tercer año. En ellas, a la vez que se informa el procedimiento para el examen único de bachillerato, se filtran comentarios acerca de la saturación de la Universidad y el Politécnico, la creciente inseguridad de las calles para el caso de que el alumno o alumna salga de noche en algún plantel lejano, el elevado costo del transporte y cosas por el estilo. Incluso se advierte sobre la propensión del joven a dejarse influir por sus compañeros, tan inexpertos como él, a la hora de decidir su destino.
El objetivo, supongo, es romper por anticipado esa alianza que el año pasado condujo no sólo a marchas y paros secundados por los ``mayores'', sino al bochornoso --para las autoridades-- espectáculo de ver a éstos en ayuno junto a sus hijos, marginados de la educación que mientras más se restringe más se maneja como la panacea para los males del país.
Pero nuestros muchachos, viajera, como nosotros, siguen teniendo mucha madre que enfrentar a la poca que dejan traslucir tales argucias.