Por diversas vías se configura, teórica y prácticamente, la posibilidad de la real transición en México hacia la democracia.
Por supuesto que el bipartidismo, para algunos, sería el ``tipo'' ideal del abanico democrático en el país. Pienso que, siendo así, el espectro político quedaría trunco, desfasado de la historia de México y sin reflejar las efectivas corrientes sociales del tiempo actual.
Todavía hace unos lustros, un PRI que se movía oscilante del centro-derecha al centro-izquierda y de regreso, según las circunstancias, podía darse el lujo de considerar a la izquierda como marginal y casi como accidental, producto de ideologías ``exóticas'' y apéndice de ciertos centros externos de poder. Su futuro no era demasiado promisorio en el terreno práctico, sino por el hecho de que, más allá de los sectarismos que aludían a catástrofes que estaban a la vista en otros lugares, mantenía una luz crítica encendida, un señalamiento de límites e imperativos que no debían olvidarse.
Pero la situación se modificó grandemente. El PRI no sólo vive una crisis de ``representación'' histórica y social, habiéndose desplomado su relativa legitimidad y el consenso que congregaba, sino que su abierto desplazamiento hacia la derecha ha dejado un gran vacío histórico y político. En realidad, la ``alianza estratégica'' del PRI con el PAN y las concertacesiones y arreglos que se adobaron fue posible porque los dos partidos ocuparon en definitiva el mismo espacio, en lo ideológico, en lo más general y programático (por supuesto, con las exigencias del PAN en materia de transparencia electoral y con otras diferencias en que el PRI seguía manteniendo, aún tímidamente, sus orígenes en un movimiento laico y popular como fue la Revolución de 1910).
El espacio abandonado está abierto y el vacío clama para ser llenado por nuevas fuerzas y formaciones políticas que ocupen, históricamente hablando, la versión actual de la más rica de nuestras tradiciones políticas: la liberal, laica y popular, que hoy sería social y con una visión del Estado y de la nación profundamente democrática, pero precisamente con una democracia adjetivada, en que no sólo se cumplan estrictamente las ``reglas del juego'' electoral, sino en que los valores colectivos coexistan, e inclusive en algunos aspectos priven sobre los puramente individuales.
Una visión en que la economía no sea rehén del mercado y de la acumulación desenfrenada, en favor de unas cuantas empresas gigantes, sino en la cual el Estado cumpla una función de equilibrio y estímulo efectivo del desarrollo, apoyando a las medianas y pequeñas empresas, a las comunidades productivas, creando empleos y tomando medidas concretas para combatir la pobreza extrema.
Además, con una política social digna de ese nombre, en el más amplio sentido del término, que incluya a las comunidades indígenas, al medio ambiente, a las mujeres, la renovación profunda de la educación y desarrollo científico y tecnológico, en el horizonte del siglo XXI y de conformidad a las necesidades nacionales, y un largo etcétera que abarque programáticamente desde la dignidad (y la eficacia) del país en lo internacional hasta una profunda refundación democrática del Estado mexicano.
Un programa y una práctica política de verdad modernas, abiertas, que correspondan a la sociedad plural que vivimos. Y que llenen el gran vacío histórico que nos ha dejado la plaga de las crisis que hemos vivido en los últimos años.
Por supuesto que la empresa no es sencilla, ni seré yo quien escriba recetarios para la organización y la conducta política. Los procesos históricos son generalmente lentos, pero eso sí, han de ejecutarse tenazmente. En todo caso las fuerzas sociales de una gran coalición de centro izquierda partidos, organizaciones de la sociedad civil, mexicanos buscando salida están allí. Y buscan la oportunidad de expresarse de manera convergente. Están, por ejemplo, a veces en el mismo PRI y en ese sindicalismo que ha decidido apartarse del sector corporativo del Estado y que desfiló en el centro de la ciudad el 1o. de mayo.
Algunos amigos decían festivamente que ese variado arco político debía ir de ``las fuentes a las cañadas'', aludiendo a Carlos Fuentes y a Marcos en Chiapas. Por qué no?Se ha discutido en la prensa el alcance de la ``nueva mayoría'' que se mencionó en un documento final del ciclo Los Compromisos con la Nación. Para mí, esa nueva mayoría potencial, esa gran fuerza que deberá despertarse, tangible y no utópica, es esa amplia de centro-izquierda que hemos mencionado. Por cierto, entre otras cualidades Los Compromisos con la Nación tuvo la virtud de constituir ya un núcleo programático, es decir, en definitiva un núcleo organizativo para la acción.
Con una característica: que ese movimiento no será ya ``caudillista'' ni en función de personas, sino programático y político en el sentido genuino del término, es decir, maduro y colectivo, plural y democrático.