Se nos dirá lo de siempre: los problemas de la ciudad de México son heredados. De ahí que quienes fungen ahora como directivos, tapan los baches de sus predecesores, y los que gobernarán cuando inicie el próximo milenio barnizarán los yerros de ``los de ahora''. En síntesis: la herencia exculpa. Pero, qué tan diferentes son los funcionarios de un sexenio de quienes los precedieron?No puede hablarse de falta de continuismo o de errores de los nuevos gobiernos, pues la inmensa mayoría de los políticos y directivos que en la actualidad laboran, provienen de la misma camada. Por lo mismo, tampoco puede aseverarse que exista la política equivocada o errada de los partidos de oposición, pues éstos no han tomado las riendas de la ciudad. Entonces, continúa la pregunta preguntando: seguirá siempre viva la noción de que México es un país de sexenios? No podemos morir con la idea iterativa de que el gobierno entrante modificará todo lo que no se hizo (yo agrego, y lo que sí se hizo) para mejorar las condiciones de vida de la capital. Las comparaciones orientan: la capital de México es cada vez más inhóspita.
Los currícula de quienes actualmente se encuentran en poder y en el poderde la ciudad, demuestran que la mayoría son amplios sabedores de las bonanzas o de las desventuras de la vida pública; conocen lo que se puede hacer y lo que es imposible modificar. Puede, pues, afirmarse que su experiencia, la suma de sus pasados, incluyendo errores y aciertos, son suficientes para saber en dónde radican las modificaciones que auguren futuro a la ciudad. ``A buen conocedor, pocas posibilidades de engaño'', podría rezar el refrán modificado ad hoc. Debería ser obligación de nuestros jerarcas pronosticar la situación del DF en el año 2000, y de ser posible, en el 2010. Optimo sería que los salarios y tiempos de nuestros políticos reservasen espacio para este tipo de respuestas.
Desconfiado por naturaleza y devoto de la duda, no dejo de cuestionarme la veracidad de esos inmensos letreros que afean el periférico y otras vías de la ciudad, en donde se hace alarde de la distribución de agua, electricidad, servicios hospitalarios, incremento en el número de policías, atención a ``niños de la calle'', y un sinfín de mejoras en beneficio de los habitantes más pobres del Distrito Federal. Exaltación que se fortifica con las estadísticas bañadas de propaganda o la propaganda bañada de estadísticas?donde los números hablan de la bonhomía de las autoridades. Estudios paralelos, si bien no científicos hechos por mí demuestran que la inmensa mayoría detesto la palabra todos de los capitalinos se encuentra sumamente preocupada por lo que acaece en el DF. Me refiero esencialmente a los citadinos que viven de su labor cotidiana, son cautivos en la paga de impuestos, y cuentan con el raro privilegio de externar su voz y cuestionar. Así como es cierto que a esta porción de la población raramente se acercan las encuestas gubernamentales, también lo es que el enojo crónico, periódicamente agudizado por ``las nuevas'' nada halageñas de la ciudad, ha sido suficiente para conformar un frente de opinión preocupado por el futuro de su hogar, y, que por extensión, desconfía del gobierno capitalino.
Se ha escrito suficiente acerca de los diversos males de la ciudad. Me limito a comentar que dada la asimetría e infranqueables diferencias entre clase y clase, las preocupaciones varían desde el abastecimiento de agua y drenaje, hasta el temor de ser asesinado en la calle. Cómo pueden los primeros preocuparse por la criminalidad si no tienen resuelta la cotidianidad? Cómo puede uno salir de su casa y luego morir acuchillado a pocos metros de Los Pinos, a plena luz del día? Los enlistados pueden ser tan largos como insuficientes: no hay paralelismos posibles entre Ciudad Nezahualcóyotl y El Pedregal de San Angel. En cambio, en donde sí hay convergencia es en las exigencias al DDF para que encuentre prontas respuestas a demandas ingentes.
Sutil e inequívoca forma de medir la marcha de la ciudad, en contraposición a las subjetivas estadísticas y la objetiva carencia de agua, seguridad, etcétera, es la escalofriante proliferación de autos blindados y guardaespaldas. Imagino que la mayoría de nuestros jerarcas los usufructúan. Sin entrar en detalles de lo que le cuesta al país la manutención de escoltas de cuatro, ocho o más guardaespaldas, considero prudente y sintomático afirmar que el incremento de este tipo de protecciones corre en forma paralela a su desconfianza en la opinión pública.