Alberto Aziz Nassif
El discurso vacío

El mundo de las relaciones laborales y del sindicalismo atraviesa por un momento particularmente complicado. Ya no estamos en el país en el cual las pugnas internas por el dominio del campo sindical se procesaban dentro de un proyecto nacional definido y con una correlación de fuerzas estructural y poco modificable. Hoy en día México se encuentra en una crisis de proyecto nacional, las relaciones laborales son una parte importante de la crisis y el sindicalismo ha entrado a un proceso de reajustes para volver a definir sus estrategias.

En este cuadro inmediato existen al menos tres grandes problemas vinculados entre sí que se juntan y requieren encontrar una solución: las luchas internas y el nuevo perfil del sindicalismo corporativo que hoy tiene ya dos expresiones definidas, el Congreso del Trabajo y los sindicatos agrupados en el foro El Sindicalismo ante la Crisis y ante la Nación. Un segundo problema tiene que ver con la falta de una propuesta gubernamental frente al mundo laboral y al sindicalismo; y un tercer problema es, sin duda, la necesidad de consensar una agenda de cambios en las reglas del juego laboral.

1. Resulta impresionante observar el grado en que se puede llegar a desgastar el sindicalismo corporativo, y al mismo tiempo, ver la forma en que el gobierno hace como si no pasara nada. La reciente celebración del Día del Trabajo evidenció el problema, que no es nuevo; simplemente se trata de un círculo que se ha ido cerrando cada vez con menor posibilidad de oxigenación. La primera expresión que salta a la vista la constituyen los indicios de la ruptura en la cúpula del Congreso del Trabajo, que manifestó en los dos actos, los que optaron por seguir la línea disciplinaria y de control que marcó Fidel Velázquez, y los que decidieron ir a marchar al Zócalo capitalino. Desde hace tiempo que no se planteaba de forma clara la posibilidad de una ruptura.

Este proceso se explica también por las nuevas condiciones políticas del país: el sistema político se encuentra en una fase de aperturas y liberalizaciones que han impactado negativamente las referencias y vínculos entre un régimen de partido de Estado en crisis y un presidencialismo debilitado; el peso del corporativismo sindical se ha modificado, y de ser casi la referencia obligada de fuerza y bases del poder político, ha pasado a ser un conjunto de liderazgos envejecidos y marginados del espacio de las decisiones económicas del país. Con la actual división parece que no sólo está en cuestión un reacomodo de fuerzas y de liderazgos, sino un nuevo posicionamiento del sindicalismo frente al modelo económico y a la forma excluyente de tomar decisiones de los últimos gobiernos.

2. Si en algún punto llama la atención la falta de proyecto del actual gobierno, que no es lo mismo que la falta de discurso, es en el terreno de las relaciones laborales y el sindicalismo. En la última convención del Sindicato Nacional de Trabajadores Mineros y Metalúrgicos, el presidente Zedillo convocó a formar una nueva cultura laboral, primero confirmó el modelo y luego pidió un cambio de valores en los siguientes términos: ``es necesario avanzar hacia el crecimiento con más empleos y mejores salarios, aumentando la capacidad y la competitividad, que serán la palanca para atraer nuevas inversiones y conquistar nuevos mercados [...], implica el cambio de actitudes y comportamientos, el desarrollo de nuevos valores y nuevas actitudes entre obreros y patrones'' (La Jornada, 3/V/96). En pocas palabras, el presidente habló de valores y actitudes, que no dejan de ser importantes, pero no mencionó las condiciones reales de los trabajadores, y una cosa sin la otra lleva a un discurso vacío, artificial, o como se hubiera dicho en los años 70, idealista.

3. La agenda pendiente es enorme y requiere de largos procesos de concertación, pero al mismo tiempo se necesita mucha claridad para ubicar los temas, los tiempos y los ritmos. Cuando el gobierno habla de valores y de competitividad, queda claro que no estamos ni al principio de un proyecto. En sexenios anteriores al menos había una serie de reglas mínimas con las cuales se podían establecer algunos puntos de referencia y, junto con el control corporativo, se armaba una estructura funcional. Hoy las reglas no están definidas y la estructura sindical oficial se ha empezado a cuartear. En ese proceso es necesario hablar de un nuevo proyecto viable, operativo e incluyente. Sin perfilar sus contenidos de forma detallada, sí se tendría que pensar al menos en una nueva legalidad que terminara con la discrecionalidad en el mundo de las relaciones laborales; también sería una pieza clave la libertad sindical; y por último, tendría que haber coherencia entre el modelo productivista y un equitativo reparto de los resultados. Mientras sigamos en un espacio lleno de discrecionalidad, control político y bajo salarios, la supuesta preocupación gubernamental por los valores y la ``cultura laboral'', no dejarán de ser buenos deseos para un discurso político vacío.