Como era previsible, el tema migratorio fue uno de los focos de interés de la XXXV interparlamentaria México-Estados Unidos. Los flujos migratorios constituyen el síntoma de una grave cuestión social en México y una fuente de conflictos con EU, que podrían agudizarse en los años venideros.
Vistas las cosas en la óptica de Estados Unidos, el problema es obvio. En menos de dos generaciones algunos estados del sur de ése país tendrán una mayoría de población de origen ``hispano''. Una evolución demográfica irreversible. Pero qué significará para EU tener en pocas décadas más una mayoría de origen mexicano justo en la frontera con México? Cuáles cambios implicará esta situación en la política local y en la cultura estadunidense? Qué cambios pueden esperarse en las relaciones políticas entre los dos países? Imposible una respuesta desde la actualidad. Lo único cierto es que estamos asistiendo en estos años al avance de un proceso de consecuencias trascendentales para los dos países y sus relaciones recíprocas.
Con el recrudecimiento de su política migratoria, las autoridades de EU intentan alejar en el tiempo el cumplimiento de un destino aparentemente inevitable. Pero el camino escogido representa una respuesta miope a un problema histórico que no se resolverá con medidas de tipo policial ni, mucho menos, con la agudización de la xenofobia. A consecuencia del asentamiento de flujos migratorios en el pasado y de la continuación de los mismos en el presente, algo fundamental está cambiando en la sociedad y en la cultura de una extendida área de EU.
La verdad es que estamos frente a un fenómeno de absoluta originalidad en la historia contemporánea. Para decirlo rápidamente, y con cierta dosis de imprecisión, un fenómeno de doble ``colonización''. De México hacia EU del punto de vista demográfico y cultural. De EU a México en la economía. Estos dos movimientos difícilmente podrán ser detenidos, dado el tamaño de las energías históricas que los alimentan. El problema es entonces el de regularlos, de administrarlos con un máximo de consenso social y político para evitar que distorsionen, llegando incluso a anular los posibles beneficios de la creciente relación económica bilateral. Algún punto de equilibrio entre las dos corrientes deberá ser buscado. Y es evidente que ni la pobreza que sigue expulsando miles de mexicanos hacia EU, ni la xenofobia rampante en este país van en el sentido de este necesario equilibrio. Proyectando la mirada al futuro, es necesario preguntarse acerca de los requisitos esenciales para evitar que el problema migratorio se convierta en un factor de conflicto crónico entre los dos países.
De parte de México queda la tarea urgente de recuperar capacidad de crecimiento con creación de empleo. El país vive una seria crisis de desarrollo desde, por lo menos, fines de los años 60. Desde entonces, y no obstante los giros en las estrategias económicas, la economía mexicana ha experimentado ciclos de arrancones y frenazos que revelan su persistente fragilidad estructural. El eje de cualquier nueva estrategia del desarrollo supone la centralidad del problema del empleo. Y para ello la restructuración de gran parte de la agricultura, la descentralización de la actividad económica y el impulso a las pequeñas y medianas empresas constituyen vertientes ineludibles.
De parte de EU queda la tarea de entender que las murallas chinas nunca han servido para detener la marcha de miles y miles de individuos decididos a huir de la pobreza. Para reducir la fuerza del empuje migratorio, EU necesita promover una nueva actitud de cooperación en favor del desarrollo mexicano. El libre comercio no será suficiente. Y menos aún en medio de recurrentes tentaciones proteccionistas que en los últimos meses han golpeado las exportaciones mexicanas de cemento, jitomates y aguacates.
El TLC es un primer paso positivo, pero no podrá funcionar en el futuro en un contexto de bajo crecimiento mexicano. Los cambios estructurales de la economía del país podrían resultar socialmente insostenibles sin una generación de empleos superior a las pérdidas asociadas a ese cambio. El equilibrio entre la mayor presencia demográfica de México en EU y la mayor presencia económica de EU en México supone una clara recuperación del crecimiento con empleo en este país y, del otro lado, la asunción de parte de EU, y para su propio bien, de una mayor responsabilidad en el apoyo al desarrollo mexicano. En el fondo es el mismo problema de la Unión Europea frente a los flujos migratorios provenientes del norte de Africa. O la UE modifica su política de apoyo al desarrollo económico de esta región, favoreciendo la creación de empleos locales, o se verá forzada a construir murallas chinas legales y policiales, sabiendo de antemano su sustancial inutilidad.
Pero en el caso de la relación entre México y EU el problema es más grave debido a las dimensiones estratégicas y culturales involucradas. Los dos países se enfrentan a un nudo histórico en sus relaciones recíprocas. Un nudo que no se desatará solo y que requerirá, a los dos lados de la frontera, la asunción de decisiones difíciles. El gran proyecto de una América del norte crecientemente integrada simplemente resultaría no viable en presencia de gigantescos flujos migratorios destinados a tensar relaciones ya de por sí cargadas de dificultades.