Siempre resulta grato recordar a Mathias Goeritz y su obra, como lo hizo recientemente Elena Poniatowska en El Nacional. Los trabajos del artista nacido en Danzig fueron estimulantes para el arte mexicano contemporáneo; obra motivadora en busca de un mundo nuevo, donde el arte sería utilizado como instrumento activo para la transformación social y espiritual del hombre.
Su llegada a nuestro país gracias a la intercesión de Josefina Muriel, Ida Rodríguez Prampolini e Ignacio Díaz Morales permitió que desarrollara, primero en Guadalajara y luego en México, una fructífera labor docente cuya repercusión señala Xavier Moyssén fue ``enorme e incontrovertible''.
Su colaboración en proyectos arquitectónicos fue constante y de gran calidad, no sólo los trabajos realizados al lado de Luis Barragán entre 1950 y 1967, sino sus ambientes luminosos, conjuntos de vitrales creados por encargo de Ricardo de Robina para las catedrales de México (1960-63) y Cuernavaca (1961-64), además de la iglesia de San Lorenzo (1957-59), la parroquia de Azcapotzalco y el templo de Santiago Tlatelolco (1963-64). También trabajó vitrales, lámparas, objetos de culto y la gran estrella de David, para la sinagoga de David Serur en Polanco. Fue consejero artístico de Ricardo Legorreta (1964-68), para quien concibió las cajas de agua en forma de torres cónicas de las fábricas Automex, en Toluca.
La principal motivación del artista fue el encuentro de una verdadera arquitectura emocional que fuera ``reflejo del estado espiritual del hombre en su tiempo''. Su objetivo era ``intentar que la obra del hombre se convierta en una oración plástica''.
Goeritz diseñó en la capital, por encargo de un empresario jalisciense, una singular y controvertida edificación: el Museo Experimental El Eco. Los primeros trazos de la obra, desconcertantes para sus alumnos, los realizó durante su estancia tapatía. Ensayo ``de pura sensación espacial y secuencias formales'' como lo define Enrique de Anda, reveló conceptos arquitectónicos (sentimiento y emoción) opuestos a las corrientes en boga de funcionalidad y racionalismo.
El Eco, ubicado en la calle de Sullivan, fue inaugurado el 7 de septiembre de 1953. El propio creador describió su obra en el Manifiesto de la Arquitectura Emocional, como una construcción pequeña ``a base de muros de 7 a 11 metros de altura, de un pasillo largo que se estrecha (... subiendo el suelo y bajando el techo) al final'', a fin de ``causar la impresión de una mayor profundidad''. Algunos muros eran ``delgados en un lado y más anchos en el opuesto'' y no existían ``curvas amables ni vértices agudos: el total fue realizado en el mismo lugar, sin planos exactos''.
El edificio fue complementado, en su interior, con obras pictóricas de Rufino Tamayo (proyecto de mural grisaille); Henry Moore (dibujos que representaban rememora Poniatowska ``inmensas calaveras a grandes líneas grises''); Carlos Mérida (un relieve geométrico), y Germán Cueto (composición de dos elementos plásticos). Además, existían un Poema plástico y, en el patio, una enorme Serpiente concebida como ``construcción arquitectónica casi funcional'' que da ``un acento de movimiento inquieto a los muros lisos''.
Obra pionera en el campo de la museología experimental, El Eco jamás albergó clase alguna de objetos o muebles, ya que fue concebido en sí mismo como elemento escultórico, dedicado primordialmente a provocar la sensibilidad del espectador. Era ``la expresión de una libre voluntad de creación'' que, sin oponerse a los valores del funcionalismo, intentó ``someterlos bajo una concepción espiritual moderna''.
Con el paso del tiempo el museo sufrió lo que Enrique de Anda ha llamado ``una tragedia de los tiempos modernos'': la destrucción y degradación, pasando de obra emocional a ser utilizado como restaurante y centro nocturno. Hoy en día, modificado radicalmente su interior, es sede del foro ``El Tecolote''. Tan sólo se conservan el muro exterior, sin su ``color salvaje, vangoghiano'' (que recuerda Federico Morais) y la monumental Serpiente que resguarda el Museo de Arte Moderno. Como patrimonio de la UNAM, permanece abandonado a su errante suerte.
Lo esencial en el arte de Mathias Goeritz, lleno siempre de agitación, fue nos dice Fernando González Gortázar``su espíritu contestatario, irreverente y audaz, su oxigenante libertad''. El Museo Experimental El Eco forma parte del legado mexicano, no de un soñador, sino de un idealista, un humanista excepcional.