Pocos pintores europeos son tan apreciados por los artistas de México como Anselm Kiefer. Su popularidad, o más bien la veneración que se le tiene, sobre todo entre las generaciones nacidas a partir de 1950 sólo es parangonable a la de Jasper Johns. Mucho tiene que ver el hecho de que Kiefer fue discípulo de Joseph Beuys y es por lo tanto uno de los más representativos pintores-filósofos, pero no a la manera de Penck, puesto que este último no exalta los valores pictoricistas afines a los que cultivan no pocos artistas mexicanos en tanto que Kiefer los persigue con asiduidad. Se le admira también su maestría dibujística. Para cotejar lo que digo (nunca en detrimento de Penck, sino sólo para contrastar los respectivos abordajes) es oportuno realizar una visita consecutiva a dos exposiciones. Kiefer exhibe en el Centro de Arte Contemporáneo, AC y Penck en el Museo Tamayo.
Anselm Kiefer, nacido en 1945 en Donaueschingen inicialmente estudió derecho y filología francesa y no fue hasta 1969 que tuvo con Horst Antes en la Academia de Karlsruhe. Al año siguiente prosiguió por dos años su formación con Beuys. Perteneció al grupo del ``nuevo expresionismo'' que en los años ochenta reunió a varios pintores cuyos trabajos conjuntaban tensión, densidad, recuperación de la idea de representar aunque nunca en forma mimética paisajes, personajes, objetos, ambientes. Después de la Segunda Guerra mundial la pintura alemana parecía cansada, e incluso un artista tan importante como lo fue Max Beckmann (1884-1950), que emigró a Estados unidos en 1947, era mal comprendido. La nueva pintura alemana que pudo verse aquí en la histórica exposición Origen y visión (1984), en el Museo de Arte Moderno, permitió calibrar la experiencia artística de una serie de pintores, renovadores del romanticismo, que en conjunto formularon nuevas visiones acerca de temas de muy larga tradición. Fue entonces que vimos por primera vez en México obras de A.R. Penck y de Anselm Kiefer.
Este vino a México en 1991. Pasó una larga temporada y viajó in extenso por nuestro país. Al regresar a Alemania empezó a pensar en un cambio de ambiente. Decidió asentar su estudio y su residencia en el sur de Francia en la región de Barjac. Ya antes era un auténtico ``consagrado'', pues el MOMA de nueva York que se quiera o no es el sitio que por antonomasia finca el prestigio de un gran maestro presentó una sonada retrospectiva suya aun cuando todavía distaba de los 50 años de edad en el momento en que se efectuó. En este sentido, su fortuna es superior a la de sus colegas de Origen y visión. Quien le sigue más de cerca en este aspecto es quizá George Bazelitz que ya exhibió, por ejemplo, en la Sezzession (el hermoso museo de los secesionistas vieneses). Bien puede ser que el Museo Tamayo lo presente aquí.
La exposición Kiefer reúne pinturas que nuestro país le inspiró. Son pocas pero suficientes: cinco óleos de gran formato que bastan para percatarse de que estamos ante uno de los grandes pintores del finimilenio; cuatro pinturas ``a la ceniza'' que son el realidad collages en los que utilizó materiales de diverso tipo con sentido simbólico (plomo, metal, cáñamo, papel fotográfico); ocho acuarelas, la más interesante de las cuales es a mi criterio Flor de cenizas que alude a la autofecundación; varios libros-objeto encuadernados al hilo que no fueron realizados para leerse y que quizá constituyen el aspecto menos interesante y narcisista de la muestra, pese al conceptualismo que los anima. También hay otros objetos tridimensionales que yo no llamaría propiamente esculturas.
No se adhiere al mito de empezar desde cero. Al contrario: aprovecha las experiencias propias y ajenas en torno de los oficios que practica y se encamina a verificar lo que ha heredado de las diferentes culturas y acontecimientos históricos que conoce. Diríase que busca rememorar lo olvidado a través de distintos enfoques. La pirámide pintada alude no sólo a la pirámide de Cobá en la región maya, sino a la forma como ésta pudo haber sido levantada por sus antiguos constructores. Es como un análogo del objeto que le sirvió de tema y la vena de oro que la recorre de arriba a abajo tiene un papel simbólico concreto. Es el ``oro de las Indias'' que el Papa valenciano Alejandro VI (Rodrigo Borgia) repartió antes de que América lo fuera.
Alejandro VI ocupó el trono pontificio precisamente en 1492. Distó de tener, como simbólicamente Kiefer las tiene, ``las Indias en su mano''. No le interesaron, no supo lo que significaban. Murió envenenado en 1503.