Jordi Soler
Lou Reed no desayuna en Tiffany's

Holly Golightly era famosa en todos los bares de Manhattan. Tenía un gato rojo sin nombre y estaba convencida de que nombrar a los animales es querer poseerlos. Holly no quería poseer nada y tampoco quería ser pertenencia de nadie. En un gesto impecable de coherencia con su naturaleza, le puso el nombre de Gato, a su gato rojo. Holly se espantaba las depresiones tomando un taxi que la llevara hasta la puerta de la Joyería Tiffany's; entraba, se paseaba y al final salía dejando su depresión hecha un montoncito junto a los diamantes. Holly Golightly es la protagonista de la novela Desayuno en Tiffany's, que escribió Truman Capote, ese bailarín de barco fluvial, que con todo y haber nacido en Nueva Orleans, describió en esta novela un Manhattan de lo más convincente. Este libro hay que leerlo en una recámara de techos altos, porque al abrirlo crecen los edificios, suena el estruendo de los bares y se dispersa el humo de las alcantarillas. Hay quien jura que alguien, una tarde nublada, en cierta esquina de esta ciudad de México, orillado por la urgencia de llegar a algún lado y arrinconado por la falta de transporte colectivo, abrió, en un acto a todas luces desesperado, el Desayuno en Tiffany's de Capote. Lo que siguió entonces y aquí es donde entra necesariamente el juramento fue la aparición de un taxi clásico amarillo de Manhattan, que lo transportó eficientemente hasta su destino, con la tragedia final de que la cuenta del viaje fue expresada en dólares.

Woody Allen es otro que hace unos Manhattans de película. Imposible caminar por las calles de aquella ciudad, sin esperar que en la siguiente esquina aparezca Diane Keaton con las bolsas del supermercado. Manhattan era una isla que con el tiempo ha ganado el estatus de set cinematográfico. Paralelo a este mundo glamoroso de Woody Allen y de Truman Capote, y descontando que con frecuencia el glamour es menos glamoroso que lo decididamente ocurre, está la visión de otros artistas interesados en el resto de Nueva York, que no es exclusivamente Manhattan. En esta liga de artistas cuyo glamour es renegar del glamour, se encuentra el maestro Lou Reed, que revive una vez más con su álbum Set the Twilight Reeling.

Reed dijo hace muchos años que la ventaja del rock sobre los demás géneros musicales es su democracia. Cualquiera, sin necesidad de pasar años en el conservatorio, puede tomar una guitarra y gritar las consignas de su preferencia. Fiel a esta convicción, tan fiel como la señorita Golightly llamando Gato a su gato, ha dedicado su historia a decir las cosas que le gustan y (sobre todo) las que le molestan, acompañándose de su guitarra que toca como Dios le da a entender. De tal manera que su música, a diferencia de casi todo el resto de los músicos, ha sido siempre, nada más, el acompañamiento de sus ideas. Y entonces viene la paradoja: de tanto relegar a la música, Lou Reed se convirtió en un músico extraordinario. Set the Twilight Reeling (1996), viene a ser la manifestación de su parte maniaca, así como Magic and Loss (1992) fue el reflejo de su parte depresiva: 11 tracks del clásico Lou Reed, que a veces nos hace pensar que, igual que Vivaldi, ha escrito la misma obra 150 veces. Hay que destacar la canción Sex With your Parents, Part II (Sexo con tus jefecitos, parte II), en donde se especula con la idea de que los políticos son personas tan desubicadas porque en su infancia tuvieron bastante de sexo con sus papás. Algunas líneas de esta joya: ``el sexo con tus papás es algo más desagradable que Robert Dole, es algo más feo que Rambo sudado. En el nombre de los valores de la familia deberíamos preguntar: la familia de quién? Desafortunadamente esta canción no puede funcionar en un país como éste, la teoría del sexo en familia es demasiado simple para políticos tan complejos como los nuestros.

Set the Twilight Reeling viene en una caja azul-alucinógeno y está dedicado a Laurie (Anderson?), quien por cierto hace los coros en uno de los tracks. Album grabado con dos colegas en The Roof (probablemente la azotea de su casa), imprescindible para los seguidores del rock and roll animal, con vistas de Nueva York tan de novela, como las de Truman Capote, y tan de película, como las de Woody Allen; además, y esto es importante, no podemos dejar de contemplar que Lou Reed se ha convertido en otra más de las conciencias alternativas que ponen el dedo, las manos y los pies, en la llaga del american way of life, que tantas llagas nos ha producido últimamente. Aquel lector de Desayuno en Tiffany's no traía dólares en su cartera para liquidar el precio del viaje. Mejor optó por la vía más conveniente: cerró el libro. Hay quien jura que desde entonces, este sujeto pasa sus días abriendo y cerrando el libro, provocando el encuentro con la bellísima Holly Golightly, que irremediablemente brotará, como una flor soñada, de esas páginas.