En estos días asistí a una reunión convocada por el Centro Universitario de Comunicación de la Ciencia (CUCC), con objeto de intercambiar opiniones sobre la manera de evaluar el trabajo de sus miembros académicos. Todos sabemos que la divulgación de la cultura es una de las funciones esenciales de la UNAM y de todas las instituciones de educación superior del país. En lo que respecta a la ciencia, esa es la función específica del CUCC, y la desempeña en parte a través del Museo de las Ciencias o Universum, ese espléndido desarrollo de la UNAM que en poco tiempo ya ha tenido un impacto positivo en cientos de miles de niños mexicanos. El CUCC tiene otros programas muy activos, pero todos ellos (incluyendo al Universum) son desarrollados por personal académico de la UNAM.
El trabajo de diseñar una nueva sala en el Museo, de equiparla, de abrirla al público y de mantenerla funcionando es extraordinariamente complejo y requiere no sólo conocimientos de muchas disciplinas diferentes sino también entereza, entusiasmo y un gran compromiso con el proyecto. La investigación especializada empieza desde que surge la primera idea y se va haciendo cada vez más amplia conforme el esquema se hace más concreto; pronto es necesario imaginar la distribución de espacios, los conceptos que van a presentarse, los equipos, máquinas y aparatos que deben construirse, los textos, diagramas y otras ilustraciones que van a acompañarlos, etcétera. Todo esto es mucho trabajo y requiere gran versatilidad y no poca ingenuidad por parte de los involucrados, así como conocimientos sólidos y al día en distintas disciplinas académicas.
En la UNAM y en otras instituciones de educación superior se han diseñado sistemas para evaluar las actividades académicas de dos de sus tres funciones principales, que son la investigación y la enseñanza. Existen criterios que permiten estimar en forma tanto cuantitativa como cualitativa la magnitud y la excelencia de los investigadores y de los docentes. Estos criterios no son perfectos y han sido sometidos a críticas más o menos objetivas, tanto en este espacio como también por otros colegas interesados en el problema.
Pero por lo menos ya está establecida la filosofía de la evaluación académica y existe la posibilidad de discutir, con el ánimo de mejorar, los procedimientos utilizados. Ni los criterios ni los procedimientos de evaluación para investigadores y docentes se aplican a los divulgadores de la ciencia, que también son empleados académicos universitarios, de quienes se dice que no realizan investigación ni ejercen la docencia, de acuerdo con las definiciones que privan sobre estas dos actividades.
En mi opinión, esto traduce una visión demasiado estrecha de lo que debe entenderse por investigación y por docencia, pero está demasiado arraigada dentro de la comunidad universitaria como para intentar ampliarla. Mis colegas del CUCC coincidieron en que la evaluación de sus actividades académicas es indispensable pero que no puede hacerse siguiendo los criterios que actualmente se aplican a investigadores y docentes académicos. Por lo tanto, es necesario establecer nuevos criterios que tomen en cuenta dos áreas: el análisis de los medios utilizados en las tareas desarrolladas, y el alcance en el cumplimiento de los objetivos planteados.
Todos sabemos que los medios potencialmente útiles para la divulgación científica no sólo son más variados sino que son diferentes de los abiertos a la investigación y a la docencia. El sistema de evaluación de los divulgadores de la ciencia deberá buscar equivalencias entre las distintas estrategias y también establecer diferentes categorías, o sea que permita formalizar la carrera de divulgador de la ciencia dentro de la UNAM, como lo están las de investigador y docente. Y el sistema de evaluación debe diseñarse junto con un mecanismo para evaluarlo a él mismo, al mismo tiempo que se aplica en forma experimental. Este mecanismo de evaluación de los resultados de la evaluación debería ser aplicado por una comisión externa, ajena a su diseño.