Y cómo no quejarnos, etcétera. con la colección de agravios y el imperativo de miseria que se ciernen como ave de malísimo agüero sobre la vida de tanto mexicano que nace. Pero quejarse de absolutamente todo absolutamente todo el tiempo también reporta un vicio.
Si tengo fecha límite porque la tengo, si no porque no la tengo, el caso es que todo mundo llega colgado quejándose del tráfico o de la bola de pendejos. Si nos meten un gol cómo la cagaron los defensas y si lo metemos ya iba siendo tiempo. Blanco perfecto, todo mundo se queja de la chamba aunque por otro lado desde luego le gusta lo que hace. Familias enteras se juntan el domingo para quejarse uno del otro en larga sobremesa. La violencia no se diga y la contaminación y la burocracia, pero cómo de que no va a quejarse uno de la crisis. El taxista como el peluquero de siempre, el analista para quejarnos del destino que nos heredaron, descansen o no todavía en paz, nuestros padres. De haber herencia porque la distribución, de no haberla pues por eso. El coche hoy no circula y mañana se acaba la verificación y va a estar hasta la madre y la tenencia quinientos varos y luego la leche y los zapatos.
Que si los mexicanos se esperan hasta el último momento, que si no votan, que si no acaban de madurar, que tienen los gobernantes que merecen, es decir mexicanos, que son agachones, huevones, taimados. Y eso sí bien pedos y ya pedos bien machos y ya machos bien putos. Que los mexicanos no saben leer, que no leen, que sólo el libro vaquero y las alarmas. Que nada más el 5 por ciento de los mexicanos sabe manejar una computadora, nada más, dice la nota de prensa, pero eso es hablar ya de cuatro millones de personas, que no es poco y menos para las circunstancias y los repetidos despojos y todo eso. No todos necesariamente tienen que manejar computadoras, sólo faltaba, como si fueran además la grandísima cosa, okey, pero hay otras muchas grandísimas cosas, los pequeños insectos nocturnos que circundan el foco. Si la sola existencia del país viene siendo un milagro con tanto pillo y tanto deveras naco, tanto mediocre carente o excedido de imaginación. Una población tan buena y a la vez unos malos tan malos. De todos modos uno alcanza a comprar la impresora y no se puede configurar porque está dañado el Installer, pero le vamos a dar una copia porque ya no se lo podemos cambiar y si no le funciona entonces vemos cómo. ¿Cómo? Cómo no quejarse de las empresas que no cumplen, las máquinas y la sequía, el norte en Veracruz y los tamales más flacos cada día. El marido nunca gana lo que debía ganar, la mujer nunca coge lo suficiente, los hijos son malagradecidos y las nueras unas tontas y unas groseras, cuanto más buena una vieja más vulgarzota.
Por suerte están los diversos melates y loterías, las tandas, la tómbola y los boletos para raspar. En la televisión y en las tiendas, en trípticos o tamaño espectacular usted puede ser el siguiente, mañana mismo le dicen, al fin alguien le tiene que pegar. Sin billete no hay billete, señor, la casa de sus sueños, el coche familiar, señor, dice la señorita Hernández al otro lado de la línea, ¿no se da cuenta que está dejando escapar la suerte? Pero señorita, soy mexicano y ya sabemos que delantero sin suerte es mexicano y no, señorita, no es que uno se quiera quejar pero, caray, ¿qué voy a hacer con una casa en Pachuca?