INESTABILIDAD
Aunque al cierre de esta edición aún faltaban los datos definitivos y pormenorizados, se puede decir, en términos generales, que de las urnas donde votaron 49 millones de italianos ha salido derrotada la derecha, representada por el llamado Polo de la Libertad, pero no ha ganado el centro --centroderecha y centroizquierda--, agrupado en el Bloque del Olivo.
El Polo, en efecto, esperaba conseguir entre 45 y 48 por ciento de los votos y volver a instalar en el gobierno al zar de la tv privada, Silvio Berlusconi. Pero, según los resultados disponibles, no alcanzará 40 por ciento y no controlará siquiera la Cámara de Diputados, aunque en ella obtenga mejores resultados que en la de Senadores, porque entre los jóvenes, que no conocieron el fascismo, los herederos de éste parecen tener algún atractivo.
Aunque los porcentajes generales sólo tienen un significado político y moral --ya que 90 curules pueden definirse aún por un puñado de votos y cambiar las relaciones de fuerza en el Parlamento, dándole la mayoría en él a la que en realidad es minoría en el país--, se pueden establecer desde ahora algunas conclusiones del proceso comicial que se vivió ayer en Italia.
En primer lugar, el país se ha instalado en la inestabilidad, ya que no hay mayoría parlamentaria: si el Bloque del Olivo consigue formar gobierno, éste tendrá que vivir al día y depender, en cada ley, en cada medida, en cada propuesta, de la aprobación de Refundación Comunista, la cual votó por el Bloque y en contra de la derecha, pero tiene una política social e internacional opuesta y milita contra el neoliberalismo y el Tratado de Maastricht, que son la base de la política del Olivo.
En el virtual empate que se ha instaurado entre las grandes fuerzas políticas, los fieles de la balanza son Refundación Comunista (por la izquierda política y social) y la Liga Norte (por la derecha antiestatal y regionalista). De los votos de ambas dependerá, día a día, el equilibrio institucional.
Es importante considerar que entre el Bloque del Olivo y la derecha hay más puntos de contacto que de oposición. En efecto, ambos quieren una república presidencialista (aunque discuten cómo debe ser), ambos quieren una ley electoral que elimine o reduzca al mínimo la representación proporcional (para no tener que tratar con Refundación Comunista o con la Liga Norte en el Parlamento), ambos quieren un sistema bipartidista como en Estados Unidos, con dos variantes del neoliberalismo, ambos quieren la llamada flexibilidad de la mano de obra y la eliminación de las leyes sobre los mínimos salariales y las condiciones de trabajo (para someter y suprimir la justicia laboral y reducir los salarios reales y la resistencia de los trabajadores). Por consiguiente, si no tuviesen más remedio, irían a un gobierno ``técnico'' y de coalición, de plazo fijo, para reformar la Constitución y la ley electoral, con el propósito de estrechar aún más los márgenes democráticos y poder disputar así, sin terceros incómodos, nuevas elecciones.
La desaparición de la Primera República (con una Democracia Cristiana que captaba más de un tercio de los votos, un Partido Comunista con casi otro tercio, y con los socialistas, que negociaban el respaldo de su 10 por ciento a cambio de posiciones políticas), sinceró el panorama político italiano. El caudal de sufragios de la Democracia Cristiana y del Partido Socialista se fue a la extrema derecha, en tanto que la socialdemocracia --que en Italia se denominaba ``comunista''-- evolucionó hacia un progresismo liberaldemocrático. Surgieron, además, partidos ad-hoc, creados por millonarios de derecha o por ``progresistas'' sin programas ni ideas, pero concentrados en la utilización privada del poder y en la concentración del mismo.
En conjunto, estas transformaciones dieron por resultado una difuminación de las diferencias, un corrimiento generalizado al centro y un empobrecimiento del abanico de alternativas políticas. No es de extrañar, en consecuencia, que Washington y las grandes finanzas internacionales esperaran el triunfo del Bloque, pero no temieran el del Polo.
Sea cual sea la coalición que forme gobierno, la perspectiva inevitable parece ser la de una reducción drástica del Estado social y la aplicación de medidas tendentes a reducir de forma significativa la presencia de los sindicatos.
Pero ello no quiere decir que en Italia no haya asuntos en juego. Es claro, por ejemplo, que un gobierno del Bloque del Olivo podría contener mejor las igualmente inevitables protestas sociales.
Por último, en la composición del próximo gobierno Berlusconi y los suyos se están jugando su sobrevivencia como grupo político-empresarial. Es evidente que, desde una posición en el Consejo de Ministros, el magnate televisivo estaría en mejores condiciones de enfrentar los diversos procesos legales que se le siguen y que podrían costarle pérdidas millonarias y hasta llevarlo a la cárcel.