Hugo Aréchiga
Hacia dónde va la ciencia en México?

Finalmente, la semana pasada se dió a conocer el Programa de Ciencia y Tecnología 1995-2000 y han sugido ya diversos comentarios; algunos esperanzados, muchos teñidos por el escepticismo propio de los tiempos que vivimos en México. El documento merece nuestra mayor atención. Ahí se fija el rumbo que el gobierno federal planea imprimir a la ciencia en nuestro país. No olvidemos que más del 80 por ciento de la investigación científica y tecnológica nacional depende del presupuesto federal. Además, el Programa incluye puntos de vista de nuestras comunidades científica, tecnológica y empresarial, recogidos en forma institucional o individual.

En lo esencial, se mantiene la orientación que ha tenido la política científica nacional en los últimos cinco años, resaltando los siguientes aspectos: a) aumento sostenido de la inversión pública y privada en Investigación y Desarrollo, b) aumento del volumen, la calidad y el alcance de la actividad científica del país, con expansión de la planta física y los cuadros académicos, c) asignación de recursos según la calidad de los proyectos, evaluada por investigadores y d) descentralización. Se rescata la opción a los megaproyectos, las redes nacionales y la creación de nuevos centros de investigación. Se trata pues, de un programa de crecimiento, y ello fue destacado vigorosamente por el Presidente de la República en la ceremonia de presentación. Su alcance contrasta claramente con la estrategia de supervivencia vigente durante el último año.

El Programa contiene algunos aspectos novedosos. Por ejemplo, se precisan los montos de la inversión en Investigación y Desarrollo. Se prevee un crecimiento constante, que en proporción al Producto Interno Bruto, aumentará del 0.32 actual, al 0.7 por ciento en el año 2000. Gracias a la introducción de proyecciones cuantitativas, ahora será posible evaluar su cumplimiento anualmente. De acuerdo al Programa, el año próximo rebasaremos el máximo histórico de inversión, alcanzado en 1981, pero el próximo milenio nos encontrará aún por debajo del nivel actual de los países industrializados. Existe además un elemento de incertidumbre; buena parte del aumento previsto depende de que la iniciativa privada quintuplique su inversión en Investigación y Desarrollo. El lograrlo, dada la actual postración de nuestro sector industrial, y su ancestral desinterés por la innovatividad, será uno de los mayores retos para el gobierno.

Se continuará con los fondos para los programas especiales de apoyo a diversos aspectos del quehacer científico, administrados a través del Conacyt. De particular interés resulta el Programa de Apoyo a la Ciencia en México (Pacime). Es un acierto. Estos programas, operados con recursos internacionales pueden amortiguar los altibajos del presupuesto, que tan dañinos resultan para la ciencia. Desde luego, para lograr la necesaria estabilidad, la adjudicación de las partidas deberá hacerse según los calendarios previstos. Esperemos que la segunda fase del Pacime resulte tan fructífera como la primera para nuestro desarrollo científico.

Se mantiene la alta prioridad a la formación de científicos, y con ello se recoge el justifficado clamor de aumentar la planta de investigadores en México. De hecho, se perfila una política integral desde el fomento de las vocaciones infantiles hasta la incorporación de jóvenes investigadores independientes. Así, se duplicará el número de becas y se mejorará su monto. Habrá quienes duden de la sabiduría de continuar formando científicos sin la seguridad de poder aprovechar sus capacidades. Aún con ese riesgo, es preferible dar satisfacción a legítimas vocaciones que sacrificarlas estérilmente. Es fundamental crear oportunidades para los investigadores jóvenes. Nuestros cuadros científicos están envejeciendo, lo cual es particularmente grave en una actividad esencialmente dependiente de la inventiva y el vigor juveniles. El abrir espacios decorosos para los millares de jóvenes investigadores que se están preparando en centros de alto nivel, tanto en el país como en el extranjero, debe ser uno de los imperativos de la presente administración. Quisiera creer que el descenso en el número de científicos mexicanos repatriados durante 1995, no sea indicativo de un nuevo brote de fuga de talentos.

El fomento a la difusión y la divulgación de la ciencia y a la educación científica tiene su capítulo en el Programa, y bien que así sea. La ciencia es parte fundamental del mundo moderno y toda la sociedad debe tener acceso a ella. Actualmente, las actividades de difusión y divulgación no reciben el reconocimiento y el apoyo que merecen. Es necesario mejorar esta situación a corto plazo.

La descentralización es un capítulo esencial. Baste recordar que cerca del 90 por ciento de los doctores en ciencias que se gradúan entre nosotros, y una proporción similar de los miembros del más alto nivel del Sistema Nacional de Investigadores, laboran en la capital de la República y sus zonas aledañas. Las estrategias para lograr la adecuada descentralización constituyen aún tema de debate en el esquema de nuestro desarrollo científico y tecnológico. El tema es complejo; dada la heterogeneidad del país, las medidas deben adecuarse a los diversos perfiles regionales.

La cooperación internacional es capítulo en el que debe articularse una estrategia más acometiva que la tenida hasta ahora. México continúa desperdiciando oportunidades de acceso a recursos internacionales para su desarrollo cientítico y tecnológico. En el Programa se apuntan lineamientos valiosos para elevar los asuntos internacionales en la agenda de la política científica del país y seguramente habrá mucho más por hacer.

El perenne dilema de las prioridades temáticas en investigación se resuelve satisfactoriamente. Así como se aumentará la inversión en ciencia básica, sin discriminación de temas, se formentará la creación de programas especiales, sobre todo en cooperación con las Secretarías de Estado, en temas de interés singular para el país en Salud, Medio Ambiente, Urbanismo, Energía, Alimentos, Transporte, etcétera.

Pese a algunas limitaciones y aspectos controversiales, que ya han sido destacados o lo serán próximamente, el Programa trae nuevas esperanzas a nuestra desalentada comunidad científica, que seguramente querrá verlo pronto en ejecución, particularmente en lo referente al aumento de la inversión en Ciencia y Tecnología. Continúa vigente la antigua frase de Jean-Baptiste Dumas: ``El genio florece donde el gobierno pone el dinero''.