La semana pasada este espacio apareció sin Autopista. La razón es sencilla: nos pareció que el asilo a los escritores españoles debía incluir todos los rincones de nuestro suplemento. La hospitalidad empieza por la propia casa y decidimos exiliarnos para darle lugar a otras voces. Aun así, los testimonios de la España libre fueron apenas una muestra de su riquísimo legado. Agradecemos los numerosos comentarios y las sugerencias de los lectores que han refrendado nuestra convicción de que Luis Cernuda y Antonio Machado están mucho más vivos que José María Aznar y Julio Iglesias.
Hiriart y las fobias
Hace algunas semanas, nuestro columnista Hugo Hiriart pidió a sus lectores que le escriberan acerca de sus fobias. La solicitud recuerda a Lichtenberg, quien formó una "Colección de tormentas" con los relatos de sus amigos y conocidos. En este caso, las turbulencias son de otro orden. Como es de suponerse, en la redacción nos hemos limitado a recibir las cartas dirigidas a Hiriart. Sin embargo, aunque el autor de "Configuraciones" mantiene los mensajes en riguroso secreto, nuestra curiosidad nos hizo advertir una constante: la mayoría de las cartas han sido entregadas personalmente en Balderas 68, de modo que la primera fobia que podemos detectar deudora, en este caso, del sentido común es la que los lectores le tienen a Correos de México.
Monterroso en Guatemala
Después de 43 años de ausencia, Augusto Monterroso regresó a su país a recibir un doctorado honoris causa. Víctima de la dictadura y el destierro, Monterroso encontró en México una segunda patria. Aquí ha escrito sus muchas prosas breves, aquí ha formado alumnos, aquí vive con la escritora Bárbara Jacobs. Como Luis Cardoza y Aragón, en México Monterroso encontró su Guatemala. Esta Autopista, enemiga de los pasaportes y las aduanas, acompaña a Bárbara y a Tito en su excepcional viaje. Silvia Express
El lunes 25 de marzo, durante la entrega de los Óscares, los televidentes de la Aldea Global vieron a Silvia Hernández, secretaria de Turismo, promover la tarjeta American Express. Después de que la revista Proceso llamó la atención sobre la "privatización" de los funcionarios públicos, Hernández informó que no había cobrado por el anuncio y que la campaña iba a beneficiar a México, pues fomentaría el turismo. En su edición del domingo pasado, Proceso dedicó un nuevo reportaje al tema y en La Jornada Iván Restrepo escribió con agudeza al respecto. Que los servidores públicos promuevan cualquier empresa es asunto negativo; sin embargo, el caso de Silvia Hernández ha llegado a niveles de una irrealidad que revela el profundo desconocimiento que los políticos tienen del lenguaje y sus efectos. Buena parte de los descalabros de la actual administración se deben, precisamente, a la ignorancia de lo que comunican las palabras y las imágenes. De acuerdo con Hernández, el anuncio es positivo porque, después de verlo, los televidentes reservarán suites en Cancún. El comercial tiene dos versiones, una de 30 y otra de 60 segundos. Cualquier persona con experiencia ante las pantallas sabe que es altamente improbable que la veloz exhibición de una playa o de una pirámide decidan el curso de unas vacaciones. El mensaje de American Express no está encaminado a exaltar al país del chile cuaresmeño sino a revelar el poder adquisitivo de la tarjeta: incluso en los rincones selváticos hay tribus que conocen la golden card (para el espectador de Finlandia, la ocupación de la tarjetahabiente Minister of Tourism/Mexico debe tener una legitimidad folklórica, equivalente a "Sacerdotiza del Sarape"). Suponer que el anuncio recomienda ir a México equivale a suponer que los anuncios de Marlboro invitan a comprar caballos. Para colmo, por las mismas fechas, el subcomandante Marcos se negó a firmar con Benetton. Durante el "destape" de febrero del '95, el gobierno tuvo el mal tino de ofrecer un presunto currículum de Marcos que parecía un camino de virtud (en especial, comparado con el del secretario Alzati, que usurpaba un doctorado que no cursó). Ahora, gracias a un nuevo traspiés de comunicación, la negativa de anunciar pasamontañas de colores adquiere mayor relieve. Ha llegado la hora de emergencia o "emergente", como dirían los políticos de crear una Secretaría del Sentido Común. |
Rusia y el cine mexicano La escena es en blanco y negro, hay un río. Julián Soler, el menor de la ilustre familia de actores, joven hiperactivo, serio como corresponde a un hombre de honor, con su bigotito negro, es perseguido de cerca por una turba de mongoles de gran ferocidad. La película es Miguel Strogov (o Stroggoff, como transcribían antes, a la francesa), el Correo del Zar. De niño la veía en televisión y me encantaba. Juanito Bustillo Oro me contó que todas las tomas de mongoles pertenecían a otra película, americana, y habían sido adquiridas como pietaje de desecho. Por eso nunca podrían aparecen juntos Strogov y los mongoles. Entonces, me gustó más: cómo lo iban a alcanzar si estaban en otra película? También de niño, encontré a Roberto Cañedo con un hacha ensangrentada en las manos. Era, desde luego, una versión nacional de Crimen y castigo: Cañedo se despeinaba y hacía amplios gestos trasmitiendo la tortura moral de Raskolnikov. El espectáculo me impresionó tanto que luego, en la noche, no podía dormir. Mi viejo amigo El Pelícano sostiene que para representar a Sonia, la prostituta espiritual, los productores habían elegido a Lilia Prado. Yo, cosa rara por tratarse de Lilia Prado, no me acuerdo. Pero, claro, más adelante topé con el más conspicuo de los rusos ligados al cine mexicano, Serguei Mijailovich Eisenstein. No recuerdo en qué cine club vi Que viva México (1932), pero sí me acuerdo que me entusiasmó el arte de la composición exquisita de Tissé y Eiseinstein. Digo, a mí también, como entusiasmó a Ford y Greg Tollan, y al Indio y Gabriel Figueroa. La pregunta que quisiera poder contestar es qué tanto descubrió y qué tanto inventó Einsestein en México? La Rusia de los zares y el México de Don Porfirio se parecen. Sobre todo en el campesinado: entre los pobres siervos rusos y los pobres peones mexicanos hay un lazo de hermandad. Una película de argumento repugnante como Allá en el Rancho Grande, donde se exalta la sumisión y se inventa una generosidad de hacendado, que nunca existió, podría haberse filmado en Rusia. Inversamente, podría haberse filmado una película sobre una especie de Tolstoi mexicano que se va a vivir con los indios. (Marcos no puede ser, porque Tolstoi, maestro de Gandhi, fue el inventor de la no-violencia.) Véase esta confesión de Turgueniev, que tomo de uno de mis libros predilectos, el Diario de los hermanos Goncourt, y dígase si la escena conmovedora no podría haber sucedido en México: "Miren dijo Iván Turgueniev, cuando era joven tuve una amante, la hija de un molinero que vivía cerca de San Petersburgo, a quien solía visitar cuando andaba de cacería. Era una muchacha deliciosa, muy pálida, con un ojo un poco bizco, cosa muy común en nuestro país. Ella nunca podría haber aceptado nada de mí. Y sin embargo, un día me dijo: 'quiero que me traiga un regalo'. 'Qué quieres?', le pregunté. 'Tráigame un jabón'. Le compré un jabón. Ella lo tomó, desapareció, regresó y dijo alargando hacia mí sus manos enrojecidas y perfumadas. "Ahora, bese mis manos como besa las manos de las señoras en los salones de San Petersburgo. "Yo caí de rodillas frente a ella, y... bueno, no hay un momento en mi vida que iguale a ese..." El joven intelectual se arrodilla, pero, claro, no se casa con ella. No es para tanto. Sin embargo, qué talento el de Turgeniev para cifrar. Ahí está todo: una novela corta, un estremecimiento, una época, concentrados en un párrafo. Y, dime tú, no podría haber sucedido en México, no digamos en el porfiriato, sino ahora mismo? Remato estas notas con otros rusos recién llegados al cine nacional. Me refiero a los que aparecen en Sucesos distantes, una película que está exhibiéndose actualmente en la ciudad, de la que no puedo decir nada porque yo mismo la escribí, y la dirigió mi mujer, Guita Schyfter, pero puedo anunciarla aquí para que vayan a verla.
El abandono de los desilusionados
Un estudio reciente de la firma Nielsen, asegura que la tercera parte de los usuarios de Internet no han utilizado la red en lo que va del año. La explicación que se da es que mucha gente fue atraídapor el glamour y la fascinación creados por la publicidad en torno a este medio. Hubo quienes se dieron por vencidos rápidamente: la red no era la supertelevisión global e interactiva que esperaban; otros perdieron la paciencia ante la lentitud de la mayoría de las transacciones (seamos realistas, aun a 28 kbauds, muchas veces pasamos más de un minuto tratando de ver una página de la WWW y a menudo ésta es tan sólo una portada inútil); varios más abandonaron desilusionados el ciberespacio tras sufrir la saturación, torpeza y frecuentes caídas del servidor al que estaban conectados. Esta estadística, como la mayoría de las cifras que circulan sobre lo que sucede en la red, es muy cuestionable y puede tan sólo parecer otra maniobra más por parte de los medios conservadores y reacios a los cambios, para trivializar la cultura en línea y minimizar el fenómeno Internet. Lo innegable es que la moda de la red y el incontenible ciberparloteo que ha infestado la cultura han desatado una previsible y violenta reacción antitecnológica en muchas personas que no quieren volver a escuchar nunca más las palabras ciberespacio, autopista de la información e Internet.
Seres artificiales en la red
Pero mientras los humanos supuestamente abandonan la red por millares, los bots se multiplican a un ritmo pavoroso. Cualquier hacker, pirata cibernético o surfeador de la red que se respete, cuenta en la actualidad con uno, o un ejército de estas entidades, que en pocas palabras son el equivalente en software es decir, programas o código de un robot electromecánico (de ahí el nombre: ro-bots). Hay una gran variedad de entidades que operan de acuerdo a un arsenal de reglas algorítmicas, pero los bots tienen en común que son relativamente autónomos y capaces de reaccionar a su entorno y a los estímulos externos sin tener que consultar a sus creadores. Los bots son creados con algún propósito preciso en el ambiente en el que piensan ser usados (existen básicamente cuatro hábitats para estas creaciones: WWW, Usenet, IRC, y dominios multiusuarios como MUD's, MOO's y demás). Los bots pueden servir para contestar sistemáticamente correo electrónico (mailbots o correobots), llevar a cabo conversaciones (chatterbots), eliminar recados indeseables (cancelbots), buscar información (knowbots), vigilar el comportamiento de los usuarios de foros (e incluso castigar a quien tenga un comportamiento indeseable), para importunar gente (annoybots), sabotear foros (floodbots) y para jugar juegos en línea (gamebots), entre otras cosas.
El bot primigenio
Andrew Leonard ([email protected]), el editor de la revista en línea Web Review, afirma en un reciente artículo de la revista Wired que hay consenso en que el primer bot de la historia fue Eliza, un simple pero ingenioso programa de 240 líneas creado a mediados de los sesenta por el profesor de MIT, Joseph Weizenbaum. Eliza es un chatterbot, es decir, un robot platicador que se dedica a identificar palabras clave o estructuras sintácticas en las preguntas de sus interlocutores para refrasear sus propias preguntas (Pregunta: eres un robot? Respuesta: te hace feliz pensar que soy un robot?). Eliza no es muy inteligente, y tras unas cuantas respuestas un interlocutor puede descubrir con relativa facilidad que no está hablando con una Eliza de carne y hueso. Ahora bien, dado el nivel intelectual de algunas discusiones en línea, no hay razón para despreciar una charla con la venerable madre de todos los bots.
La evolución de los bots
Los bots fueron engendrados y su evolución comenzó realmente en los MUD's. Estos dominios fueron el territorio fértil donde los robots de software comenzaron a definir personalidades, a desarrollar algo parecido al sentido del humor y a perfeccionar sus habilidades para engañar a sus interlocutores humanos. No hay duda de que una de las aportaciones más formidables de la vida en línea es que se ha creado este laboratorio virtual en el que hombres y seres artificiales han podido convivir, a veces sin prejuicios. Así, a pesar de que aún estamos muy lejos del universo de Blade runner y los replicantes rebeldes que buscan respuestas a las preguntas fundamentales, hoy en el ciberespacio podemos relacionarnos, trabajar o jugar con muchos pequeños Frankenstein virtuales que tan sólo quieren ser como nosotros. Naief Yehya [email protected]
|