MAR DE HISTORIAS Cristina Pacheco
Ay, mi libertad!
El ventilador agita las cortinas blancas. Protegen la privacidad de los seis cubículos en que está dividido el piso que ocupa Blanco y López (Investigadores). Construidos de madera y cristal, los despachos se contaminan entre sí con los rumores del trajín cotidiano al que hoy se suma la voz de Antonia, que se oye cada vez más fuerte:
--No voy a repetírtelo. Y por favor, ya no me hables porque la respuesta será la misma: no, no y no... Oye, qué te pasa? Cómo tengo que decirte las cosas para que las entiendas?
En el preciso momento en que Antonia cuelga el teléfono, se abre la puerta de su privado y aparece Coral, una mujer sin perfil, de ojos y piel amarillentos.
--Toñita, qué te pasa, por qué gritas? No me digas que volvió a llamarte el loco ese...
--No, era mi hija Verónica. Está furiosa.
--Y ahora por qué? --Coral se acomoda en la silla que suelen ocupar los solicitantes de los servicios detectivescos que brinda Blanco y López (Investigadores).
--Por lo mismo de siempre: los dichosos permisos. Quería ir al cumpleaños de Liz, una compañera del Instituto, pero no se lo permití.
--Por qué?
--Liz vive en Lomas Verdes, lejísimos. La reunión comenzara disque a las nueve. Ponle que termine a la una de la mañana. A esas horas yo no puedo ir por Verónica y menos su papá, que se levanta muy temprano.
--A lo mejor alguno de los muchachos invitados podría traértela a la casa.
--Eso me dijo Verónica, pero de todas formas llegaría tardísimo y yo no puedo dormirme si alguno de mis hijos anda en la calle. Luego me encuentran levantada, esperándolos y se enojan. Dicen que no entienden por qué hago eso ni que me preocupe tanto.
--Y no lo entenderán hasta que tengan sus hijos. Entonces te darán la razón y puede que hasta te agradezcan que te hayas preocupado por ellos --sentencia Coral.
El timbre del teléfono interrumpe la conversación. Apenas levanta el auricular, Antonia hace un mohín de disgusto. Al cabo de unos segundos cuelga. Antes de que su amiga la interrogue, se apresura a explicarle:
--Verónica, otra vez. Me llamó desde la farmacia de la esquina. Viene para acá.
--Qué hermoso que te visite! --La emoción vuelve más aguda la voz de Coral.
--Ya la conozco: no viene a visitarme sino a tratar de convencerme para que la deje ir a la dichosa fiesta de...
--Sí mamá, déjame ir, no seas malita --dice Verónica que, asomada a la puerta del cubículo, alcanzó a escuchar a su madre. Sonriendo, la muchacha se aproxima a Coral, le da un beso en la mejilla y enseguida trata de convertirla en su aliada: --Dígale a mi mamá que ya no soy una bebita...
--Precisamente porque no eres una bebita tengo que cuidarte más, hija. Esta ciudad se ha vuelto peligrosísima --afirma Antonia con acento sombrío.
--Eso dices porque trabajas aquí y todo el tiempo estás enterándote de puras cosas horribles. Me choca! --estalla Verónica.
--No nada más aquí, también me enteré en las conversaciones y en los periódicos. Qué no los lees, criatura?
--A veces y cuando no lo hago, tú te encargas de ponerme al corriente de las cosas horribles que suceden en todas partes --Verónica termina imitando deliberadamente el tono de su madre. Divertida, Coral inclina la cabeza para ocultar una sonrisa.
--Sabes por qué lo hago? Para que aprendas a cuidarte. Tu padre y yo no vamos a vivir para siempre.
--Ay mamita, qué horror! Cuándo dejarás de ser tan melodramática?
--Vero, no le hables así a tu mami. Tú crees que a ella no le duele tener que prohibirte tantas cosas? Claro que sí. No lo comprendes porque eres muy jovencita.
--Ni tanto: ya cumplí dieciocho años --murmura Verónica.
--No, pues ya eres una viejita --responde Coral entre dientes. --No cabe duda que todas las mamás somos iguales. Mi hijo el mayor, Roberto, tiene veintidos años y yo me inquieto por él como si tuviera cinco.
--Y a poco por eso le impide ir a fiestas?
--A veces me dan ganas de hacerlo; pero eso sí siempre le exijo que regrese temprano.
--Qué es para ustedes temprano? --Verónica mira alternativamente a Coral y a su madre. --Cuando eran jóvenes, a qué horas regresaban de una fiesta?
--A la hora que me ordenaban mis padres --responde Antonia con orgullo.
--Pues perdóname pero mi papá me ha dicho que él te llevaba a tu casa a la una y hasta a las dos de la mañana --Verónica redobla con su actitud el acento retador de sus palabras.
--Bueno, sí, pero el mundo era otro.
--No idealices, mamá: en todas las épocas ha habido robos y crímenes, lo que pasa es que ahora se sabe más de eso.
--Es cierto, pero también hay más delincuencia.
--Mejor no sigo discutiendo con ella. Es más terca... --dice Verónica acercándose a Coral. Luego se vuelve hacia su madre: --Entonces qué: me dejas ir a la fiesta o no? Le prometí a Liz avisarle por teléfono.
--Dile que si otro día te invita más temprano, con mucho gusto te dejo ir.
Verónica exhala un suspiro y se deja caer en la silla:
--Sabes que no es cierto, que a ninguna hora me dejas ir a ninguna parte...
--Me estás llamando mentirosa? --pregunta Antonia ofendida.
--Para qué te pones así, mamá? Estoy diciendo la verdad. No? --Verónica se pone de pie: --A ver, dime: por qué me sacaste de los aerobics? Pues porque la clase era a las siete de la mañana y te daba miedo que anduviera sola en la calle a esas horas... Imagínese Coral: a esas horas!
--Preciosa, no te enojes. Tu mami sólo trata de cuidarte. Créeme, lo hace por tu bien. Cuando seas mayor y tengas...
--Sí, sí, ya sé: cuando tenga mis hijos comprenderé bla, bla, bla... Lo malo es que para entonces ya se me habrá pasado la juventud, tendré muchas responsabilidades y ya no podré hacer lo que se me dé la gana. --Verónica da algunos pasos, como si quisiera encontrar la salida: --Bueno, en ese sentido mi vida no será muy diferente a la que llevo ahora. Seguiré siendo una esclava.
--Así te sientes, hija? Pues que bueno que me lo dices, porque yo no lo sabía. Creí que estabas contenta de tener todo lo que tienes: cariño de tu familia, una casa...
--Y qué más?
--Educación, amigos, ropa buena... A qué viene esa risita, quieres decirme? --Antonia pregunta con todo el peso que le da su autoridad de madre.
--Educación. Oquei: al llegar al Instituto quieres que te hable por teléfono para avisarte que ya llegué; cuando salgo, lo mismo: tengo que reportarme. A mis amigos sólo puedo verlos cuando tú me dejas.
--Cuando se puede, m'hijita, cuando se puede.
--Tengo ropa muy linda que tú no tuviste. Me lo has dicho mil veces. Pero qué me gano? Nunca puedo vestirme como quiero: si me pongo un pantalón pegado o una minifalda quieres que me los quite porque, según tú, pueden violarme. Tampoco me dejas que use aretes o cadenitas porque podrían asaltarme.
--Eres injusta. No soy yo la culpable de que el mundo sea como es. Siento horrible de no poder cambiarlo, pero peor me sentiría de no cuidarte. Hago lo mejor que puedo... Si te ríes otra vez, te doy una bofetada. Te lo advierto.
--No me río de ti, sino de lo que está pasando. Parecería que los únicos seres libres son los delincuentes; pero qué les contestarán a sus hijos cuando les piden permiso de ir a una fiesta? A lo mejor: ``Lo siento, mi'hijito, no vas: en el mundo están pasando cosas horribles'': Adiós Coral, nos vemos mamá.
--A dónde vas? --grita Antonia al ver que su hija se encamina a la puerta.
--Al carajo! --un portazo acentúa el tono violento de Verónica.
--Dios santo, Coral: viste cómo me contestó? Es el colmo...
--No te disgustes, Toña. Los jóvenes de ahora son muy diferentes a como fuimos nosotros. Son menos respetuosos, más discutidores, más libres... al menos para hablar.