Italia vive un periodo de confusión e incertidumbre. Prevalece la convicción de que se ha interrumpido el proceso de renovación institucional y político iniciado en 1992, que tan necesario era para sacar a este país de una honda crisis, y que todos contemplamos con alternancia de esperanza y escepticismo.
El origen de esta grave situación reside en el fracaso del gobierno de la coalición derechista Polo de la Libertad (PL).
La derecha italiana es fuerte y capaz de expresar los humores de protesta que hace aflorar la crisis de la democracia parlamentaria y de los partidos; pero no está en condiciones de poner un programa y una clase dirigente al servicio del país.
En el periodo en el que tuvo el gobierno (mayo-diciembre de 1994) el PL evidenció una visión propietaria de las instituciones, junto con ridículas exhibiciones de músculos y errores estruendosos. Por este motivo -y por la acción eficaz de la oposición- fue tan breve su experiencia gubernamental.
La nueva clase dirigente está naciendo en el ámbito de la centro-izquierda, del encuentro entre las corrientes moderadas -católicas y laicas- con una izquierda moderna que se ha plasmado en la coalición que despliega el emblema del Olivo.
Este encuentro abre la posibilidad de que acceda a la conducción del país un nuevo bloque social que, por primera vez en la historia italiana, comprende las fuerzas del trabajo, la empresa y la cultura. Sólo esta nueva alianza puede modernizar la nación e integrarla a Europa.
La centro-izquierda y el movimiento la-boral han demostrado en estos últimos años rigor y realismo, contribuyendo al saneamiento financiero del país. Esta actitud responsable ha dado frutos importantes, como la inversión de la tendencia que llevó a acumular una deuda pública agobiante y la recuperación económica que ya ha comenzado.
Pero los problemas de fondo permanecen sin resolver. Aumentan la injusticia social, no decrece el inmenso ejército de desocupados, sobre todo en el sur y entre los jóvenes, caen los salarios reales y, en general, siguen insatisfechas las expectativas de mejorar la calidad de vida.
El Olivo aspira a conquistar el gobierno en los comicios del 21 de abril para resol-ver estos y otros apremiantes problemas.
El drama de la desocupación está vinculado con otros fenómenos: la globali-zación, las nuevas tecnologías y los consiguientes incrementos de productividad no generan más ocupación sino que tienden a eliminar empleos.
En Italia el desempleo alcanza a 12.2 por ciento de la fuerza laboral y, aunque no es muy superior al promedio europeo, presenta caracteres estructurales más graves, pues afecta a 30 por ciento de la población comprendida entre los 25 y 54 años; en el sur es de 20 por ciento (tres veces más que en el centro-norte) y las mujeres sólo re-presentan un tercio de la fuerza laboral (contra 50 por ciento en los países más industrializados).
El Olivo sostiene que es posible resolver este drama sin caer en la demagogia de nuestros adversarios, que prometen la creación de un millón de nuevos empleos, pero no explican cómo lo lograrán.
No es realista buscar más puestos de trabajo en las empresas ya existentes, pues éstas incorporan crecientemente sistemas de computación y requieren menos personal. Por ello, una parte de nuestro programa apunta a la creación de nuevas empresas y a ``inventar'' nuevas actividades.
El gobierno del Olivo promoverá la innovación y la pequeña y mediana empresas, que precisamente son sectores de elevada intensidad laboral.
La política industrial debe concentrar los recursos en la financiación de algunos programas de innovación tecnológica y en sostener la capacidad de desarrollo autónomo de las pequeñas empresas.
Italia necesita la aplicación de un vi-goroso programa de desarrollo de la investigación científica, y en esta esfera se inscribe la política orientada a favorecer la creación de pequeñas empresas innovadoras. Ello es indispensable no sólo para crear puestos de trabajo, sino también porque Italia corre el riesgo de quedar a la zaga de los países industrializados. En efecto, la producción de alta tecnología representa una porción muy reducida de su producción industrial.
Como ejemplo de nuevas actividades puedo citar la promoción de servicios a las personas de la ``tercera edad''. Y sobre todo puede requerir numerosa ocupación una política ambiental que concentre esfuerzos públicos y privados en la reorganización hidrogeológica del territorio, en desarrollar las fuentes de energía no con-taminante, y en recupe-rar y valorar el paisaje y el patrimonio artístico.
Para que nuestra economía sea compe-titiva y todos estos objetivos puedan ser alcanzados es menester la renovación profunda de nuestro sistema financiero y del mercado de capitales. La clave de esta transformación radica en la construcción de un Estado ``liviano'' pero no indife-rente, junto con la privatización de los bancos y las empresas públicas.
Pero nos proponemos evitar que los monopolios públicos sean sustituidos por monopolios privados.
Para la centro-izquierda un Estado ``liviano'' pero no indiferente es un Estado que renuncia a la gestión directa de las empresas y asume una función reguladora. Este concepto es complementario con el de un Estado social moderno, que promueve la colaboración entre los sectores público y privado, pero reserva al actor público el papel de garante de los derechos sociales y de los objetivos de equidad.
En este contexto las privatizaciones cons-tituyen la gran ocasión para alejar a los partidos políticos de la conducción de las empresas, crear nuevos mercados, inyectar una fuerte dosis de competitividad en las industrias y en los bancos, y expandir el mercado privado de capitales.
En síntesis, las privatizaciones serán el camino más adecuado para ensanchar la estrecha base del capitalismo italiano para multiplicar sus protagonistas.
El proyecto del Olivo consiste en modelar en Italia una sociedad más abierta, móvil y flexible en un marco de paridad de derechos y oportunidades.
*Massimo D'Alema, líder del Partido Democrático de Izquierda (PSD), principal fuerza de la coalición del Olivo. Copyright IPS.