Todos los grandes países industrializados cuentan con ``gobiernos que gobiernan'' guiados por líderes reconocidos y afirmados en el escenario mundial. Italia, convertida en un ``enano político'', es la única excepción y paga un alto precio por esta inaceptable inferioridad.
Más de 50 gobiernos en menos de 50 años y más de 25 partidos y grupúsculos representados en el Parlamento: estas dos cifras anómalas reflejan dos de los más elocuentes indicadores de la crisis que aún aflige a la democracia italiana, pese a las esperanzas que suscitó hace tres años el colapso de la Primera República.
Por eso la primera y más importante reforma que propone el Polo de la Libertad (PL) apunta a cambiar el ordenamiento constitucional italiano, que hoy es eminentemente parlamentario, para adoptar el presidencialismo. El jefe de Estado será designado mediante elección directa, investido de funciones de dirección política y supremo garante del funcionamiento de los órganos constitucionales.
De cara al dilema electoral del 21 de abril están por una parte los que, junto al Polo, han comprendido las profundas transformaciones que se han verificado en el mundo contemporáneo y aprietan el acelerador del cambio, y en la vereda opuesta están los que resisten la renovación y aprietan el freno de la conservación.
Por lo tanto, un abismo separa al PL de la coalición izquierdista que se presenta con el símbolo del Olivo. Ellos creen en un Estado omnipresente, centralista, dirigista y justicialista, y piden más impuestos, más regulaciones y más gasto público. Nosotros creemos en un Estado garante de las libertades y los derechos de los ciudadanos, en la reducción del peso fiscal, en la desregulación y en la eliminación del derroche.
La política del Olivo se apoya esencialmente en el drenaje sistemático de recursos de la sociedad civil hacia una administración pública dispendiosa, ineficiente, clientelar y a veces corrupta. Y a pesar de que últimamente la izquierda se ha puesto a hacer profesión de fe liberal, se mantiene desesperadamente aferrada a esa política insensata que amenaza con arrastrar al país a la bancarrota.
El Polo piensa lo contrario y propone emplear el instrumento fiscal para una política de desarrollo, para aumentar la producción, hacer nacer nuevas empresas y expandir las ya existentes; así es como se crean más puestos de trabajo. Además, a mayor riqueza producida corresponde un incremento paralelo de los ingresos fiscales, mientras que la sobrecarga fiscal extingue la riqueza. Por ese motivo mi breve gobierno introdujo hace dos años una ley que otorgaba incentivos a la reinversión de las utilidades de las empresas.
No es admisible que en Italia continúe el despilfarro del dinero público, sin reglas ni límites, y que se haga pagar a los ciudadanos más impuestos para poder hacer frente a las deudas acumuladas.
A nadie se le puede pedir que trabaje para el Estado más de cuanto trabaja para su propia familia. Por ello, el Polo de la Libertad aliviará la carga impositiva. De acuerdo con nuestro programa, el impuesto al rédito de las personas, que hoy significa 35 por ciento del total de los ingresos fiscales, deberá descender a 31 por ciento.
La realidad italiana está caracterizada, en relación con los demás países industrializados, por una situación productiva particular, constituida por un ejército de pequeños empresarios.
En efecto, mientras declina el sistema basado en las grandes fábricas, emerge en manera creciente el trabajo autónomo, que abarca un sinnúmero de actividades. Los trabajadores independientes representan 30 por ciento de la ocupación total y dan empleo a otro 20 por ciento, con lo que suman la mitad de la ocupación total.
Son éstas las fuerzas que deben ser estimuladas. Es necesario superar las rigideces en el ordenamiento laboral y dar lugar a la flexibilidad que hace posible la generación de nuevo empleo, que es la finalidad social y política primaria del PL.
Hoy todos hablan de la falta de trabajo en Italia, donde tenemos 2.7 millones de desocupados. El problema consiste en entender cuál es la forma adecuada para crear empleo, ya que nosotros proponemos reactivar el sistema de las empresas, mientras nuestros adversarios piensan en expandir las inversiones estatales.
El elevado índice de desocupación en Italia está vinculado, más que a los ciclos económicos, a causas inherentes a la estructura del mercado laboral, como la rigidez excesiva, las restricciones en materia de asunciones y de movilidad, y la enorme incidencia en el costo del trabajo de los aportes no salariales.
Tales restricciones han generado una gran cantidad de trabajo negro y, al mismo tiempo, obstruyen las nuevas asunciones. De este modo se ha puesto en marcha un círculo vicioso que impone la creación de nuevos empleos y coloca barreras difíciles de superar a los jóvenes en busca de su primera ocupación.
En estos años se decide el futuro de Italia en la economía internacional. Y el Polo se presenta a las elecciones del 21 de abril con la única línea coherente de desarrollo de su aparato productivo, que es la condición para que Italia actúe como actor en una economía mundial cada día más competitiva y exigente.
Hemos presentado a los electores un programa que no es el consabido catálogo de cosas bellas e imposibles, sino un estudio serio, realista y responsable que ha identificado los cien grandes problemas de Italia y presenta cien soluciones concretas, prácticas y factibles.
Tenemos muy claras las metas hacia las que debemos marchar con determinación en los cinco años del próximo gobierno y las alcanzaremos antes del año 2000. Se trata de llevar al sistema empresarial italiano a una fase de expansión, eliminar el déficit del presupuesto del Estado y comenzar a pagar las deudas acumuladas, vencer la batalla del trabajo y reducir la desocupación a la mitad, e ingresar en el Sistema Monetario Europeo para participar como protagonistas en la construcción y en la vida de Europa.
*Silvio Berlusconi, ex primer ministro y líder del partido Fuerza Italia, integrante del PL. Copyright IPS