México ha sido, a lo largo de su historia, madre de excelentes arquitectos; de la época prehispánica todavía tenemos vestigios maravillosos; baste pensar en Teotihuacan, Uxmal, Chichen-Itzá y cientos más de antiguas ciudades, muchas aún inexploradas.Tras la conquista española, el talento de arquitectos y alarifes se conjuntó con la destreza y buen gusto de los artesanos indígenas, dando como resultado la bella arquitectura virreinal, que alcanzó su culminación con el barroco. A partir del siglo XIX se siguieron diversas modas, en su mayoría copiadas del extranjero, pero en un gran número de casos, finalmente se imponía la creatividad local; fuimos maestros del ecléctico, esa mezcla de estilos que en ocasiones conjunta cuatro o cinco, resultando una curiosa ``melcocha'' que milagrosamente solía ser agradable.
De nuestro pasado indígena desconocemos los nombres de sus mejores arquitectos; del virreinal sí tenemos conocimiento de varios que realizaron algunas de las construcciones más bellas, muchas aún se conservan. Uno de ellos fue Pedro de Arrieta autor, entre otras obras de excelencia, del palacio de la Inquisición, que tiene brillantes originalidades: prescindir en el patio de las columnas de los ángulos y su portada en la esquina que le ganó el sobrenombre de ``la casa chata''.El también fue creador del templo de La Profesa, sito en la avenida Madero, esquina con Isabel la Católica. Al concluirlo en 1920, por su elegancia y belleza se tomó como modelo para muchos otros. Sus fachadas son geométricas, armoniosas y equilibradas. Las portadas tienen rica ornamentación labrada en la cantera, que sobresale espléndidamente por el contraste con el tezontle de color vino sangre que las rodea.
El espacioso interior es de tres naves y en el siglo XIX fue despojado de sus altares barrocos, para ponerlo a la moda del neoclásico; por lo menos tuvieron la delicadeza de contratar a Manuel Tolsá para que hiciera la remodelación. Este arquitecto y escultor que se había lucido con el majestuoso palacio de Minería y la estatua del ``Caballito'', le diseñó un ciprés, formado por columnas coronadas con un remate en forma de campana, con esculturas del afamado artista Pedro Patiño Ixtolinque. El renombrado Peregrín Clave con sus discípulos, cubrieron la cúpula con bellas pinturas, que por desgracia se destruyeron en un incendio acaecido en 1914.El antecedente de este templo es muy gracioso, pues los jesuitas consiguieron en 1592 que un par de ricachones les obsequiaran unas casas, en las calles entonces llamadas de San Francisco y San José del Real; prácticamente al instante instalaron dos altares en el zaguán, colocaron una campana en la azotea, diciendo misa en ambos altares y colocando el Santísimo Sacramento a la vista de la gente, ``que concurrió entusiasmada a ver la novedad, que fue muy celebrada''. Con ello obtuvieron jugosos donativos para comenzar de inmediato la construcción de una iglesia ``más capaz''.
Esa se dañó severamente con la inundación de 1629, que como ya hemos platicado mantuvo anegada la ciudad durante cinco años; así, se vieron en la necesidad de edificar un nuevo templo y lograron apoyo generoso; en esta ocasión fue doña Gertrudis de la Peña, marquesa de las Torres de Rada, quien aportó 130 mil pesos; ese es el que aún podemos admirar.
Adjunta a la iglesia estaba la Casa de la Profesa, originalmente para oración y recogimiento; se hizo famosa porque allí se llevaron a cabo esas célebres juntas del mes de noviembre de 1820, encabezadas por el canónigo Matías Monteagudo y el ministro de la Inquisición doctor Tirado, en donde se preparó el plan de Iguala, que dio a Agustín de Iturbide el mando supremo de la revolución y después la corona.
Otro hecho que llamó la atención sobre la casa jesuítica fue un horrible asesinato que perpetró la noche del 7 de marzo de 1743 José Villaseñor, un lego coadjutor del convento, en la persona del prepósito don Nicolás Segura, ``virtuoso y sapientísmo varón'', quien fue enterrado en una de las capillas del templo, en donde apareció su momia un siglo más tarde.Tras la expulsión de los jesuitas en 1767, los padres del oratorio de San Felipe Neri, que no habían logrado concluir sus instalaciones en la calle ahora llamada República del Salvador, casi al momento se apropiaron de la iglesia, convento y casa de oraciones, efectuando una veloz compraventa según afirman unos y niegan otros, que dicen que simplemente se la ``adjudicaron''. En febrero de 1861, tras la exclaustración juarista, se demolieron el convento y la casa para abrir la avenida 5 de Mayo y en el terreno restante construir, entre otros el hotel Gillow, que aún existe.
Además del gozo que proporciona admirar la arquitectura, decoración y obras de arte del templo de la Profesa, existe una deliciosa sorpresa: una bien surtida pinacoteca, que creó hace unos años don Luis Avila Blancas, quien fue por años el párroco de ese lugar y actualmente lo es de catedral. Allí se pueden admirar obras de pintores de la calidad de Cristóbal de Villalpando, Nicolás Rodríguez Juárez, Diego de Cuentas, Juan Correa, Cabrera y varios otros de ese nivel.