Se ha concentrado demasiado la atención en los diversos indicadores económicos para comprender la situación que prevalece en el país. El debate entre la continuidad de las políticas económicas para que alcancen sus objetivos de ajuste y alienten el crecimiento de la producción, y la necesidad de un cambio que detone el crecimiento productivo se está haciendo repetitivo y carece de interesantes fundamentos políticos e intelectuales.
Para entrar a ese debate se requiere más seriedad con respecto al papel que desempeñan las ideas, el pensamiento y las doctrinas en el terreno de las ciencias sociales y de la economía en particular. Se requiere, también, de una mayor capacidad crítica sobre la dimensión eminentemente política que tiene el ejercicio de la política económica y que tienen también las demandas por replantear el rumbo económico. Después de todo son ya 15 años de aplicar un modelo económico que está muy lejos de haber llevado al país a una situación de prosperidad y estabilidad. Siempre puede argumentarse que el modelo no tiene la culpa sino que la tienen las desviaciones provocadas por los errores de quienes la instrumentan, ya sea por ceder a presiones sociales, a compromisos externos o por veleidades personales. Etas interpretaciones tienden, sin embargo, a agotarse y pierden la capacidad de aceptación social. Los ciudadanos no somos alumnos de ninguna escuela para ser evaluados por los gobernantes. Los discursos actuales de las cúpulas del Estado y de los empresarios no logran alcanzar una legitimidad social suficiente para componer un proyecto de país.
La perseverancia planteada como virtud práctica por una de las partes no puede contraponerse arbitrariamente con las lamentaciones emocionales adjudicadas a la otra. No pueden seguirse planteando falsos dilemas en el terreno de las ideas y de las acciones en este país. No solamente porque así no se contribuye a construir un espacio social válido para alcanzar el desarrollo y coexistir de manera pacífica, sino porque se demerita el nivel intelectual que debe exigirse una sociedad con fuerza, imaginación y voluntad como la mexicana. Sí, en efecto, queremos todo, libertad económica y política y un alto nivel en nuestra cultura y calidad en el planteamiento del debate.
La inestabilidad económica no es el único sino definitorio de la situación nacional, eso es cada vez más evidente. Ello no significa, sin embargo, que el deterioro de las condiciones de vida y los enormes rezagos acumulados no sean una prioridad para encaminar la actividad política hoy en México. Es notorio como actualmente los funcionarios públicos aceptan la situación de pobreza, la desarticulación productiva y la rigidez institucional que existe. Es notoria igualmente la posición crítica del empresariado que antes fue tan dócil con el programa de reformas. Son sólo una parte del país y ahí no se concentra todo el debate nacional ni están ahí todas las expresiones frente a las condiciones de la nación.
Pero, además, el país se caracteriza asimismo por un creciente estado de inseguridad y violencia. Todos los días las noticias incluyen actos en los que se enfrentan unos mexicanos a otros y muchos pierden la vida. La descomposición política se amplía a entidades donde hay ya un conflicto abierto, llámese Chiapas, Guerrero, Tabasco, Nuevo León o Morelos; en otros la inconformidad está latente. Las protestas de grupos sociales crecen cotidianamente y si sofocarlas es costoso, ignorarlas ya no es posible. El gobierno enfrenta con ello nuevos conflictos que ponen en cuestionamiento al proceso de la reforma política, a la política social tal y como se ha planteado desde una postura eficientista que choca con las exigencias de la población y hasta la política exterior que no puede limitarse a la negociación de empréstitos y la promoción de una economía menos atractiva.
Sumar los hechos no es suficiente, combinarlos es necesario para hacerse de una visión crítica del país y de sus posibilidades. Esa combinación puede romper la lógica aritmética de que dos y dos son cuatro. Y mientras tanto, la pregunta que domina en términos personales y como entidad social es: qué va a pasar?