Luis González Souza
Racismo y decadencia

Hace años se discute si Estados Unidos ha entrado ya, o todavía no, en su fase decadente como potencia. La discusión no es necesariamente ociosa.

No lo es, porque al mundo debe interesarle el estado de salud de quien pretende liderearlo, en esta era del ``nuevo orden mundial'' tal cual lo prometiera, al finalizar la guerra del Golfo Pérsico, el entonces presidente estadunidense George Bush. Para México en particular, sin duda conviene saber a qué tren se engancha: a uno en ascenso y con espacio en la cabina para compartir su conducción, o más bien al cabús de un tren que, con una tripulación ya casi ciega de tanto conducir ella sola, no hace sino acelerar su paso hacia el precipicio?Si bien importante, la discusión sobre el declive de Estados Unidos a veces se ha tornado simplista. Suele reducirse a la evaluación de la capacidad económica de Estados Unidos para sufragar los gastos propios de una potencia. Y, en consecuencia, se omiten factores no económicos ni militares de la mayor trascendencia, como los de orden cultural.

Entre estos últimos, sobresale el racismo como un indicador privilegiado de toda decadencia. Nada como el racismo indica incapacidad para sumar lo diverso: para hacer de la diversidad una fuerza y no un lastre. Incapacidad para aprovechar la riqueza intrínseca de toda raza, etnia o nacionalidad. Racismo es exclusión fruto de la intolerancia, mientras que el mundo de hoy si algo requiere para evitar el caos es tolerancia e inclusión.

En el caso de Estados Unidos, mosaico de razas y de inmigrantes desde su origen como nación, la cuestión del racismo es particularmente aleccionadora. Su transformación en gran potencia sólo pudo darse cuando supo sumar y aprovechar la enorme diversidad de la población norteamericana. O si se prefiere, cuando supo contener las tendencias al racismo siempre presentes hasta la fecha. Grandes tropiezos, en cambio, ha sufrido Estados Unidos cuando el racismo sale de su cauce y engendra los peores conflictos (desde las revueltas de los años 60 hasta los disturbios de Los Angeles en 1992).

Además, pocas cosas como el racismo confirman eso de que ``cría cuervos y te sacarán los ojos''. Apenas hace un año el bombazo de Oklahoma (168 muertos) y ahora mismo la amenaza de los Freemen en Montana, muestran la cabeza del Frankenstein engendrado por la intolerancia racial. Hasta cuándo, quién y a qué precio logrará evitar que Estados Unidos se convierta en una no-potencia carcomida y subyugada por una casta ``pura sangre''?Allí está, a nuestro entender, el significado profundo de las últimas tropelías de la mismísimas autoridades estadunidenses! en contra de inmigrantes mexicanos. Tropelías que, gracias a la poderosa magia de la televisión, han sido desnudadas como tales. Pero tropelías de hecho superadas por los ya innumerables asesinatos no sólo maltratos o muertes accidentales de trabajadores mexicanos por el solo delito de ser indocumentados.

Escala así Estados Unidos un nuevo peldaño en su historial racista? Da ya por perdida la batalla contra el racismo? Un país incapaz de aprovechar la diversidad racial, y por ende cultural, puede mantenerse como potencia? Un gobierno incapaz de impedir la escalada autodestructiva de todo racismo puede ser ejemplo de democracia y líder del mundo?Hoy por hoy, las campanas doblan por los mexicanos racientemente muertos o maltratados en el paraíso de la libertad. Pero, en el fondo, esas campanas doblan por el ominoso futuro de Estados Unidos, si no reacciona a tiempo. En verdad es inevitable decir: ''Shame on you!''.

Mas no bastan los dichos, los discursos, ni siquiera las notas de protesta. Es hora de que las autoridades mexicanas encuentren la imaginación y la dignidad necesarias para poner un alto a la torcida relación con nuestro buen vecino (Mario Gill), ahora convertido, por gajes de la ``modernización'', en nuestro gran socio. El mismo que insiste en utilizarnos como carne de cañón para sus contiendas electorales, entre otros usos y abusos.

Y mientras eso ocurre, o para que ocurra, es hora de que la sociedad mexicana se movilice de nuevas maneras; evitando el antiyanquismo visceral lo mismo que la condescendencia fruto de los espejismos.